La llegada de Joe Biden a la Presidencia tiene lugar en el momento más bajo en las relaciones entre los Estados Unidos y China desde que ambos países normalizaron su vínculo diplomático en 1979. Los primeros pasos de la nueva Administración parecen mostrar una combinación de cambios de forma y continuidad de contenido en la compleja relación de Washington con Beijing.
Fue el propio Biden quien anticipó que su gobierno buscará mantener con China una relación bilateral basada en una “competencia extrema” procurando no reiterar la guerra comercial que caracterizó a la era Trump. El mandatario explicó que su administración procederá de acuerdo a las reglas del Derecho Internacional y se abstendrá de repetir equivocaciones en su aproximación al gigante asiático.
En una entrevista en CBS, Biden buscó armonizar un enfoque conciliador pero firme ante el desafío que plantea el ascenso global de China. El jefe de la Casa Blanca explicó sus diferencias con el líder Xi Jinping, de quien dijo que “no tiene un solo hueso democrático en su cuerpo”. Aunque procuró aclarar que no lo decía como una crítica “sino como una realidad”.
Ya durante la campaña electoral, en un profundo ensayo sobre su propuesta de política exterior publicado en Foreign Affairs, Biden llamó a restaurar el liderazgo norteamericano en base a una postura consistente frente a China.
Las palabras de Biden deben ser interpretadas en línea con las expresiones de sus principales colaboradores en política exterior. Durante las sesiones de confirmación ante los comités de Relaciones Exteriores y de Defensa del Senado, los nuevos titulares del Departamento de Estado y del Pentágono, Anthony Blinken y Lloyd J. Austin, adoptaron una actitud firme frente al desafío chino. El secretario de Defensa anticipó que impulsaría una agenda de “continuidad significativa” respecto a las políticas para enfrentar “la amenaza china de largo plazo” elaboradas por la Administración Trump. Blinken, por su parte, sostuvo frente a los senadores que es imperativo “enfrentar” las crecientes ambiciones de Beijing en el Mar del Sur de la China.
En tanto, después de mantener su primera conversación telefónica con el director de la Oficina para Asuntos Internacionales del Comité Central del Partido Comunista Chino Yang Jiechi, el flamante jefe de la diplomacia norteamericana advirtió que Washington considera a Beijing “responsable por sus abusos” contra la minoría musulmana de los uigures en la lejana provincia de Xianjiang. Asimismo, impugnó la represión a las manifestaciones pro-democráticas en Hong Kong y “urgió” a Beijing a condenar el reciente golpe militar en Myanmar (ex Birmania) que puso fin al gobierno de la primer ministra Aung San Suu Kyi.
El secretario de Estado también sostuvo que Biden intensificará los esfuerzos para trabajar con países aliados para contener los excesos chinos en la región. Y describió el accionar de las autoridades de China Popular como “responsables” por las amenazas a la estabilidad del Indo-Pacífico “incluyendo las provocaciones intimidatorias” que alteran la siempre delicada situación en el Estrecho de Taiwán.
La respuesta china corrió por cuenta del editor jefe del Global Times Hu Xijin quien se refirió a la conversación telefónica recordando que los asuntos relacionados con Hong Kong, Xinjiang y Tibet pertenecen a la esfera de los “asuntos domésticos” chinos y que no deben ser objeto de interferencia por fuerzas extranjeras. Indicó que “el desarrollo de China es imposible de frenar”. Calificó de “voluntarista” el intento de “acordonar” aliados para oponerse a China. Finalmente, llamó a la Administración Biden a “volver al pragmatismo” absteniéndose de repetir el curso de acción de Trump y su secretario de Estado Mike Pompeo.
En tanto, el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca Jake Sullivan aseguró que el nuevo presidente norteamericano está dispuesto a “imponer costos” a China por sus acciones en Xinjiang, Hong Kong y por las amenazas belicosas hacia Taiwán.
El cruce verbal entre los jerarcas de ambas potencias parece desplegarse sin solución de continuidad. Un comunicado del Ministerio de Asuntos Exteriores emitido en Beijing advirtió que nada puede detener el “rejuvenecimiento” de la nación china. Y el embajador chino ante los EEUU Cui Tiankai negó durante una entrevista en la CNN la existencia de campos de trabajos forzados para los uigures en la provincia de Xianjiang.
La creciente falta de entendimiento entre las potencias despierta inquietud entre los más calificados observadores. Pocos días después de la consagración de Biden, Henry Kissinger recomendó a las nuevas autoridades avanzar rápidamente para “restaurar” las vías de comunicación. El influyente ex secretario de Estado -ejecutor del acercamiento a China durante la Administración Nixon a comienzos de los años 70- indicó que era fundamental remendar esos lazos. Durante su presentación ante el Bloomberg New Economic Forum Kissinger indicó que se debía evitar una escalada del conflicto que podría desembocar en consecuencias no deseadas en caso de que la retórica confrontativa derive en un incidente en el plano de los hechos. Kissinger advirtió que “salvo que se logre alguna base para una acción cooperativa, el mundo puede deslizarse a una catástrofe comparable a la de la primera guerra mundial”.
En tanto, el pasado 14 de octubre, algunas expresiones del liderazgo chino encendieron alarmas. Durante una promocionada visita a una base militar en la provincia sureña de Guangdong, Xi llamó a las tropas del Ejército Popular de Liberación (PLA, por sus siglas en inglés) a preparar “sus mentes y su energía” para una guerra. Xi exhortó a los soldados a “mantenerse en estado de alerta” y a reafirmar su compromiso de “absoluta lealtad”.
Un conocedor de esa geografía, el ex embajador Diego Guelar recordó sin embargo que las fuerzas armadas chinas no combaten desde 1979 cuando pelearon -y perdieron- una guerra con Vietnam. El diplomático aseguró que China y los Estados Unidos “no están viviendo una nueva Guerra Fría sino un permanente ajuste en la relación económica más importante del mundo”.
Una confrontación militar directa entre las dos potencias aparece en el horizonte como una posibilidad remota, aunque no imposible, dado que las guerras suelen estallar por errores de cálculo. Sin embargo, todo indica que la rivalidad entre China y los Estados Unidos se mantendrá en el futuro inmediato y que ese dato estructural impregnará las relaciones de éstas con los otros actores clave del sistema como Rusia, Europa y las naciones asiáticas que ven en China una fuente combinada de amenazas y oportunidades.
Los desarrollos en la relación sino-americana en las pocas semanas que han transcurrido desde el 20 de enero han mostrado una dinámica que confirma las suposiciones de aquellos que anticiparon que el cambio de administración no alteraría en lo esencial la persistencia en la rivalidad entre los Estados Unidos y China. Esos indicios anticipan que la Administración Biden podría adoptar un tono todavía más duro frente a Beijing que la de sus antecesores toda vez que Biden y su equipo parecen insistir en las diferencias con respecto a la naturaleza interna del régimen chino.
Un memorioso recordó los duros cuestionamientos que se hicieron al Presidente George H. W. Bush en junio de 1989 por no condenar de forma suficientemente tajante la sangrienta represión con la que el régimen chino apagó las protestas que tuvieron lugar en la plaza de Tiananmen en aquel momento. Tres lustros antes, el entonces embajador Bush había sido jefe de la Oficina de Enlace norteamericana en Beijing, una experiencia que le había permitido conocer las entrañas del poder en China. Acaso esas enseñanzas le proporcionaron las herramientas para interpretar -aunque no los compartiera- los códigos de conducta del modelo político del liderazgo chino. Observador riguroso de las reglas de la Realpolitik, ya como Presidente, Bush (padre) se vio en la difícil situación de tener que enfrentar las críticas de sus opositores, que exigían que Washington adoptara medidas drásticas contra el Politburó chino.
Una de las voces más duras era la de un senador demócrata por Delaware. Se llamaba Joe Biden.
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