Como suele ocurrir en distintos partidos y alianzas políticas ante una derrota electoral que lleva al final de un período en el gobierno, tiene lugar un estado de vacancia y acefalía de liderazgos claros, además de florecientes tensiones y reyertas internas que pueden derivar en el desmembramiento de la coalición y la configuración de otra de distinta especie o, llegado el caso, en la construcción de un nuevo liderazgo aglutinador.
Es evidente que Juntos por el Cambio y sus dos socios mayoritarios, el radicalismo y el Pro, están atravesando dicha situación, que se espera tenga una conclusión este año electoral así la oposición -unida o fragmentada- pueda proyectar una estrategia de cara al armado político para la presidencial de 2023.
Por estos días, tanto el Pro como el radicalismo están dirimiendo, primero hacia adentro de cada organización partidaria y luego en el marco más amplio de la coalición, cuál es la mejor estrategia electoral que les permitirá evitar ser derrotados en las elecciones, ganar o por lo menos no perder electores en manos de otras fuerzas que pudiesen emerger. Así las cosas, dentro de ambos espacios se dan dos claras tendencias en pugna: están quienes buscan refugiarse en los extremos y quienes se convencen de que la clave es apuntarle al centro del espectro electoral.
Del centro a la derecha
Desde las últimas décadas del siglo pasado, gran parte de la bibliografía sobre estrategias de campaña había observado como la tendencia de la política en occidente había sido desprenderse de los extremos para concentrarse en el centro del espectro electoral. La idea básica era que, quien lograra posicionarse mas al centro lograría disputarle aquellos votantes no partidizados, con menor interés en posturas ideológicas y distanciados de la política, que desde hace ya un buen tiempo son muy significativos.
De esta forma, del análisis de las tendencias electorales a lo largo de varias décadas en los más diversos países, se observa que la masa de votos de cada elección formaba una especie de figura de “campana”, obteniendo así el mayor caudal quienes se posicionan en el centro, dado que a medida que se desplazaban hacia la derecha o izquierda, dicho caudal se reducía. En Estados Unidos, por ejemplo, esta fue la realidad de contiendas como la de Roland Reagan, Geroge Bush o Bill Clinton.
Sin embargo, desde los primeros años del nuevo siglo se ha visto como este paradigma ha comenzado a resquebrajarse. Los extremos vuelven a ser protagonistas de las contiendas electorales porque en ellos se concentran los electores enojados e indignados, que a su vez suelen ser -redes sociales mediante- importantes piezas para difundir mensajes. No es casual que veamos, sobre todo desde el año 2000 y cada vez con mayor fuerza, el ascenso de líderes que no se caracterizan por su moderación, templanza, corrección política o ambigüedad. Ya no se trata de meros candidatos antisistema que no alcanzaban el poder, como Haider en Austria (apodado el “Hitler de la Carintia”) o los Le Pen (padre e hija), sino candidatos como Trump o Bolsonaro, entre otros, que logran generar y conservar fácilmente un núcleo duro de votantes fuertemente ideologizados, pero también le pueden hablar a aquellos que están descontentos con un sistema o un gobierno, y que depositan en sus liderazgos carismáticos la totalidad de elementos que se necesitan para gobernar.
Siguiendo esta tendencia, es natural que, si bien cada uno de los partidos siga obsesionado con el centro, no deje de observar cómo se comportan los electores de sus respectivos extremos. En el caso de Juntos por el Cambio, Patricia Bullrich es la dirigente que mira con mayor preocupación el surgimiento y el fortalecimiento que tienen en la intención de voto dirigentes como Milei o Espert, que recelan del rol de los “peronistas” de la coalición como Monzón o Ritondo, y que buscan dinamitar permanentemente las estrategias más moderadas del siempre pragmático Rodríguez Larreta. Si bien podría recordarse que en 2019 el resultado obtenido por los candidatos que integran ese espacio -que genéricamente podría definirse como “libertario”- no superó el 4% de los votos, es posible que, en una elección legislativa, esa performance se duplique o triplique.
Los electores, en los presidencialismos, suelen variar su voto entre elecciones ejecutivas y legislativas, permitiéndose votar candidatos denunciadores y con propuestas tan seductoras como irrealizables. El Teorema de Baglini asoma para bendecir a los candidatos legislativos que, por su propio cargo, estarán lejos de las funciones ejecutivas y la toma de decisiones, y que, según el axioma del recordado legislador mendocino, se pueden permitir ser más “irresponsables”.
Es ante esta hipótesis que Bullrich busca que el Pro logre interpelar y contener a ese espectro del electorado para evitar que ocurra una tragedia electoral: que Espert y compañía le “coman” votos por derecha en un escenario en el que -especulan- siga siendo rentable el discurso de la grieta.
Una mirada similar es la que comparte un sector del radicalismo que apuesta a estrechar los vínculos con el PRO y prestarle mas atención a aquellos electores que nunca votarían por el kirchnerismo, pero que podrían irse con otra opción electoral. Desde los correligionarios, ésta es la idea de quienes se alinean con el ex gobernador mendocino, Alfredo Cornejo, y un puñado de mandatarios provinciales. Por el otro lado, las dos tendencias centristas en Juntos por el Cambio están encarnadas desde el PRO en la figura de Horacio Rodríguez Larreta y desde el radicalismo en la figura de Martín Lousteau.
En el armado de la ciudad, el jefe de gobierno porteño dio cuenta de esta tendencia en incorporaciones como la de Roy Cortina (socialismo) y la del propio Lousteau (radical y ex adversario político otrora resistido por los sectores macristas). Por el lado de Lousteau, la idea de que el radicalismo logre ocupar lugares hacia el centro ha tomado como una posibilidad la incorporación de Margarita Stolbizer (ex radical, actual líder del espacio Progresistas), de la novel agrupación del joven intendente rosarino Pablo Javkin e incluso de los socialistas que siguen al ex gobernador santafesino Miguel Lifschitz.
Ambas facciones, tanto del Pro como el radicalismo, ven una oportunidad en el hecho de que el kirchnerismo duro este llevando al Frente de Todos hacia la izquierda, y con ello alejándose del votante del centro. Así las cosas, si Juntos por el Cambio aparece como un espacio capaz de contener al votante centrista, incluso a aquel que pudo haber votado a Fernández en las pasadas elecciones, no sólo ampliaría su espectro electoral, sino que le restaría caudal a su principal adversario.
UCR: el camino a las elecciones internas
Si bien podría parecer que la tensión dentro de Juntos por el Cambio en general y en el radicalismo en particular se reduce a una mera especulación electoral, las divisiones son más profundas y, por lo tanto, urge la necesidad de dirimirlas. Algo de ello puede ocurrir en los próximos meses, cuando los correligionarios acudan a elecciones internas y consagren a las autoridades partidarias. La interna del radicalismo está atravesada por distintos clivajes. Uno de los más notables por su escenificación en la interna de la Provincia de Buenos Aires, es el que divide a los críticos del macrismo y a quiénes lo ven con buenos ojos. El objeto de la discordia no es Mauricio Macri, sino el rol que tuvo el radicalismo entre 2015 y 2019. Para los críticos, el partido centenario solo coadyuvó a la victoria del líder del Pro, teniendo un lugar marginal en el armado del gobierno, la toma de decisiones e incluso resignando bancas que podría haber tenido. Como si eso fuera poco, el pago de los costos por los resultados de la gestión y el fracaso electoral se repartieron por igual medida.
Ninguna de las dos posturas pareciera buscar la eyección del radicalismo de la principal coalición opositora, pero el debate gira en torno a cuál será el rol de la UCR en relación al PRO, y con ello qué estrategia primará en los seguidores de Alem para intentar transpolarla a la coalición.
Es esperable que las sociedades cambien su comportamiento, sobre todo en un ámbito tan dinámico como el de la política. Lo cierto es que atar el diseño de estrategias a las tendencias del momento no puede más que conducir a un riesgo. Es necesario poder generar un diagnóstico preciso y profundo de aquello que está pasando por la mente y los corazones de los electores en este momento, de aquellas tendencias más profundas que no se aprehenden sólo a través de simples encuestas o sondeos de opinión, para así obtener los mejores resultados.
*El autor de esta nota es sociólogo, consultor político y escribió “Comunicar lo local” (La Crujía)
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