Pandemia mediante, un interrogante que ya venía asomando con fuerza, hoy se volvió crucial: ¿cómo se están formando los profesionales de la salud a la luz de los cambios sociales, tecnológicos y culturales tan profundos a los que estamos asistiendo?
En un ámbito como el de las Ciencias Médicas, en el que la formación continua es fundamental, la transformación digital ya no puede demorarse. La enseñanza online quedará, sin dudas, instalada en el futuro post-COVID-19 y debe seguir desarrollándose.
Los beneficios que presentan son enormes: los límites geográficos se disipan y cada espacio se convierte en un aula potencial; una gran cantidad de contenidos disponibles son gratuitos o de fácil accesibilidad, y se puede aprender de acuerdo con los tiempos y los ritmos de cada estudiante.
Investigaciones realizadas recientemente concluyeron que, en nuestra profesión, se debe ir hacia un empleo permanente de la enseñanza mixta, en un adecuado equilibrio entre las dinámicas presenciales y las virtuales, ya que se observó una mejora significativa en el rendimiento académico cuando los alumnos estudiaron con un estilo de aprendizaje combinado en comparación con un método de enseñanza tradicional.
Al igual que sucede con el avance de la telemedicina, el nuevo paradigma de formación nos presenta grandes retos y desafíos. Para los docentes: aprender, adaptarse y desarrollar nuevas formas pedagógicas que garanticen la transmisión del conocimiento científico. Para los alumnos: entre muchas otras, el desarrollar el hábito de la disciplina para dar continuidad a una forma de estudiar más autónoma y descentralizada.
Incorporar tempranamente las herramientas informáticas utilizadas para ejercer la Medicina virtual es hoy un punto que no puede soslayarse. La revolución digital va hacia un modelo en que las técnicas de análisis conocidas como “big data” serán moneda corriente, al igual que el uso de la historia clínica digital del paciente, algoritmos de inteligencia artificial, la impresión 3D y los biosensores.
Gracias a la tecnología disponible, tendremos como nunca antes un altísimo nivel de información de cada paciente, hecho que además de promover el avance de la medicina de precisión, con tratamientos más personalizados, convoca a todos a tener muy presente la dimensión ética y un tema que muchas veces fue menospreciado: las habilidades de comunicación de los profesionales de la salud.
La innovación y la digitalización deben tener hoy todo el protagonismo, pero sin obviar la importancia de los saberes no técnicos -empatía, contención, manejo de las emociones- que nos ayudarán a encausar, con mejores herramientas, la relación médico-paciente ante el nuevo escenario que está emergiendo.
Ya es hora de incorporar las llamadas “habilidades blandas” en los planes de estudio. Los médicos no trabajamos solos. Trabajamos en equipo, lideramos grupos interdisciplinarios, enfrentamos a diario buenos y malos diagnósticos. Y desde un criterio ético, además de ejercer la Medicina con idoneidad, también debemos comunicar con profesionalismo y entender los cambios sociales que se producen.
Se necesita una formación integral para vincularnos con los pacientes que hoy llegan a las consultas -presenciales o remotas- con información médica que previamente buscaron en Internet o con aplicaciones sobre salud y bienestar que consultan a diario en sus teléfonos celulares. La tecnología está cambiando sin dudas este vínculo que requiere siempre de confianza, confidencialidad profesional, respeto mutuo y la independencia de opinión de los médicos.
En el avance de la tecnología tanto en la formación como en la práctica, el rol que representan las políticas públicas no es menor. Los gobiernos tienen frente a sí grandes desafíos para garantizar la inclusión digital y la conectividad de todos los segmentos de la población. La revolución digital en salud debe estar al alcance de todos.
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