“Rico como un argentino” era el dicho que circulaba en Europa antes de la primera guerra mundial, una época en la que el país era visto por muchos ciudadanos y empresas extranjeras como una tierra de oportunidades. Con una gran apertura hacia el mundo, conectada con el comercio global por el puerto en Buenos Aires y con el mercado mundial de capitales vía el telégrafo, Argentina era un miembro muy importante del sistema financiero internacional, tal como lo documenta el Premio Nobel de economía Paul Krugman. Sin embargo, por la dependencia a las exportaciones del sector agropecuario, fue muy difícil para el país atravesar el periodo entreguerras y esto marcó el quiebre de aquel modelo y un antes y después en la historia económica argentina.
Volviendo a nuestros tiempos, en el 2020 no hubo conflictos bélicos, pero si una crisis sanitaria mundial producto del nuevo virus Covid-19 que ha generado estragos y un intenso debate en el mundo acerca de cuan estrictas o flexibles han de ser las medidas de distanciamiento social para aplanar la curva de contagios, teniendo en cuenta el perjuicio económico y social que estas causan. Frente a esta terrible disyuntiva, el gobierno argentino anunció que entre proteger la salud o la economía se priorizaría a la salud, porque “no se puede poner un precio a la vida humana”.
La dependencia a las exportaciones del sector agropecuario, fue muy difícil para el país atravesar el periodo entreguerras y esto marcó el quiebre de aquel modelo y un antes y después en la historia económica argentina
Resultado: Argentina fue uno de los países más castigados en ambos aspectos. Por un lado, en la cuestión sanitaria terminamos el año pasado en el puesto número 10 a nivel mundial en el índice de fallecimientos por millón de habitantes, alcanzando a la fecha más de 45.000 muertes. Por otro lado, en términos económicos nuestro país resultó una de las 10 economías más golpeadas del mundo, finalizando el año con una caída del producto bruto cercana al 11 por ciento.
Por si fuera poco, y sin deseos de aumentar el dramatismo, también en 2020 presentamos la segunda inflación más alta de Latinoamérica (36,1%, según INDEC) después de Venezuela y el peso argentino fue la quinta moneda que más se devaluó en el mundo (40,3% el dólar oficial), detrás de monedas de algunos países con crisis muy severas como, por ejemplo, Sudán, que atravesó una guerra civil que derivó en la partición de su territorio en “Sudán del Sur”. Atrás quedaron los años dorados, pero nos consuela que tenemos un Papa argentino y a Messi.
Como hemos visto la situación económica del país es muy frágil y es ingenuo pensar que esto se soluciona con la Sputnik V, la vacuna rusa contra el covid-19. Al contrario, es posible que una apertura completa de la economía post-pandemia exponga severos desequilibrios en variables que hoy se encuentran pisadas artificialmente, sea por la intervención, el congelamiento de precios o el confinamiento y la recesión económica: la inflación y el dólar.
Misión FMI: Entrando al quirófano
A nadie le gusta consultar a un cirujano, dado que generalmente estos son consultados en situaciones extremas. Bueno, este es técnicamente el rol del FMI, ser “prestamista de última instancia” de los países miembros que tienen problemas en acceder al financiamiento porque está en duda su capacidad para hacer frente a sus obligaciones.
Siguiendo con la analogía, Argentina sacó turno con el FMI a mediados del 2018, celebrando un Stand By Agreement (SBA) para superar sus necesidades inmediatas en la balanza de pagos por el que ahora debería empezar a devolver 43.556 millones de dólares de capital y otros 3.809 millones correspondientes a intereses durante el periodo 2021-2024.
Por supuesto, a falta de reservas, en 2020 el gobierno argentino encaró las negociaciones con el organismo internacional para estirar los plazos de la deuda hasta 10 años y comenzar a pagar recién dentro de 4 años y medio. Una estrategia muy habitual en la política argentina, conocida como “patear la pelota”. En este juego en el que todos se van pasando la pelota, hay un problema: El FMI ya está esperando en el quirófano.
Sucede que cuando un país solicita la intervención del Fondo Monetario, el gobierno se compromete a ajustar el nivel de gasto público acorde con sus ingresos para superar los problemas que lo llevaron a requerir dicha asistencia financiera. De esta manera, la condicionalidad del préstamo requiere que Argentina afronte profundas reformas urgentemente, una cirugía traumática que en muchos casos no resulta exitosa.
Sin ir más lejos, con un presupuesto aprobado para este 2021 que tiene como meta un déficit fiscal primario de 4,5% y financiero del 5,7% del PBI, el país podría verse obligado a un ajuste más abrupto o a tomar otras medidas que sean perjudiciales para el futuro de todos los argentinos.
En esta negociación con el FMI cuesta imaginar una salida airosa del gobierno. Sin novedades acerca de un plan económico concreto, todo quedará en manos de la capacidad de nuestro ministro economía para “sarasear”.