A medida que transcurren las semanas de este incierto y atípico año electoral, afloran las voces de peso en la política que se inclinan por adelantar la tan mentada decisión de suspender las PASO y proyectar una fecha única para resolver los comicios legislativos nacionales.
La potencial decisión de suspender esta instancia electoral primaria, tan poco aprovechada por la mayoría de los espacios desde su sanción hace ya casi doce años, se fundamentaría en razón de varios motivos. El formal remite a que, en tiempos de crisis económica, el costo que significa generar toda la logística electoral (impresión de boletas, acondicionamiento del personal, movilidad de urnas, conteo y reconteo de votos, etc.) representa una suma de dinero considerable para el Estado nacional en tiempos en que hay otras prioridades. A ello se le agrega la necesidad de reducir los eventos que generan la aglomeración de gente, algo muy temido en épocas de coronavirus.
El otro motivo -quizás el más relevante- que provocaría que las PASO duerman el sueño de los justos este año, tiene que ver con las tensiones propias de la política. Si bien esta instancia electoral aplicada desde 2011 no había logrado ser efectiva a la hora de consolidar las internas de todas las fuerzas para que los electores decidan abiertamente, sí tuvo éxito en poder dirimir pujas de algunos espacios en contextos determinados. Sin embargo, sin este tipo de posibilidad todo el peso de las negociaciones y acuerdos recaería en la política y en quienes ostentan el poder de la “lapicera”.
Evidentemente, esto es más sencillo decirlo que hacerlo. Para el oficialismo nacional, la negociación estará puesta en el espacio que el núcleo duro del kirchnerismo cristinista o el núcleo duro de Alberto Fernández pretenda acaparar este año. La puja no es por la Presidencia de la Nación, sino que, como en el conocido juego de estrategia asiático Go, la puja es por el espacio a conquistar.
El tablero de este “Go político” estará repartido. Por un lado, un tablero se desplegará en los concejos deliberantes del conurbano, condicionantes imperceptibles de los intendentes actuales y espacios serenos para construir poder y proyectar a los próximos contendientes a las siempre estratégicas jefaturas comunales del territorio bonaerense.
El segundo tablero es el de las legislaturas provinciales y el Parlamento Nacional. En este tablero jugará fuertemente sus cartas el ex presidente Mauricio Macri, quien aspira a incrementar su influencia en las provincias, a la vez que contener a su núcleo de seguidores más estrechos a fin de mantener su centralidad en el espacio y evitar que una rápida renovación en torno a figuras como las de Horacio Rodríguez Larreta lo condene definitivamente al tan temido ostracismo. Es evidente que la reaparición de Macri a fines de 2020, el lanzamiento de su fundación homónima a comienzos de este año y esta preocupación por el armado de listas legislativas, dan cuenta de su interés en no perder protagonismo de la escena política y preparase para lo que podría llegar a ser una feroz interna en Juntos por el Cambio de cara a las presidenciales de 2023.
¿Cuándo comienza la campaña?
“El futuro llego hace rato”, cantaban los Redonditos de Ricota en “Todo un palo”, una frase que, extrapolada a la política, funciona con total naturalidad para este presente que ya se revela atrasado frente al curso de los acontecimientos. Si bien aún no se conoce el calendario electoral, este no es imprescindible para el trabajo de posicionamiento del común de los políticos. De celebrarse las elecciones en octubre, es esperable que el calendario oficial de campaña comience en septiembre o los últimos días de agosto. No obstante, la precampaña ya está lanzada.
El receso administrativo, las ferias y el período vacacional nunca fueron motivo suficiente para detener a la política. Si bien en los meses de enero y febrero la exposición de la política parece pasar a un plano secundario de la agenda pública, lo cierto es que la costa atlántica se convierte en escenario privilegiado de negociaciones, rearmado de la militancia y bases de apoyo, y la puesta en escena de pseudoacontecimientos.
Parece que este año Patricia Bullrich fue la política que mejor aprovechó las vacaciones para generar algunos picos de exposición mediática. Su libro “Guerra sin cuartel” fue la excusa de una serie de recorridas, charlas y gacetillas de prensa, pero lo cierto es que el episodio con los policías saludándola marcialmente en un bar y la posterior polémica desatada, fue la punta de lanza que la puso en el centro de la atención pública. El gran acierto no fue exclusivamente la atención suscitada, sino el hecho de que ésta se enmarcó en un tema evidentemente favorable para la ex ministra de Seguridad, que a la vez es una de las preocupaciones más relevantes para la opinión pública.
Llama la atención que aun en un año donde es evidente la necesidad de fortalecer los distantes vínculos con los electores, movilizar, entusiasmar e intentar llegar tanto a la mente como a los corazones de quienes vivieron un año calamitoso, el resto del arco político no esté movilizándose, al menos con pequeños hechos comunicacionales, para comenzar a estudiar y sopesar el feedback que tienen los electores.
Estrategias: entre la gestión y la campaña
Las estrategias están a la orden del día. Si bien podríamos pensar que existen tantas estrategias como candidatos, los seres humanos no somos tan distintos, y en algún punto nos parecemos. Así las cosas, podríamos pensar que veremos dos grandes estrategias: la de los oficialismos, que bien pretenderán que los comicios se definan según los resultados de su gestión o la generación de expectativas positivas para el escenario post pandemia, y la de la oposición, que intentará apostar a la campaña para vincularse con los electores y mostrarse como una alternativa, ya sea a través de la crítica frontal o de la comparación implícita.
Si bien cada gestión es distinta y por eso sería necesario un análisis pormenorizado de las realidades locales, no parece ser un buen momento para apostar todo -el futuro electoral del 2021 y parte del 2023- a la gestión. Sin duda, hay grandes liderazgos que lograron trascender a las diversas crisis que azotan al país, la región y el mundo. Pero es innegable que la mayoría de los gobernantes ha sentido el impacto de lo imprevisto y las consecuencias que se presentan en los más diversos ámbitos para la amplia mayoría de la población.
Incluso aquellos que tienen la certeza -estudios empíricos mediante- de que su imagen, la de su gestión y las perspectivas de apoyo son altas, tienen que tener la precaución de que la ubicación en la boleta, o la asociación con un gobernante de un distrito superior (presidente o gobernador), no le erosione el potencial caudal de votos.
Por otro lado, la oposición, fundamentalmente la que se nuclea en torno a Juntos por el Cambio, atraviesa un escenario que no transitaba desde hace muchos años. En 2021, el principal espacio opositor enfrenta uno de los desafíos nodales en la comunicación política: no tener un liderazgo unificado y una estrategia que, ajustada a ese liderazgo, esté centralizada.
Es cierto que en el país existen 24 jurisdicciones, y dentro de ellas más de 2000 municipios, con lo cual, hablar de una estrategia unificada pareciera una quimera. Pero lo cierto es que, cuando hay un liderazgo nacional lo suficientemente influyente hacia adentro de su espacio, el resto de las estrategias suelen ajustarse -con los lógicos matices locales- a la estrategia nacional, o, por lo menos, no la contradicen.
Si para los oficialismos apostar todas las fichas a la gestión puede significarles un riesgo, para la oposición, pretender vincularse con los electores sin plantear algo tangible, no hablarles de propuestas concretas para una mejor gestión, puede diluirlos en el siempre acechante clima antipolítico y desvanecer el peso de sus estrategias.
*El autor es sociólogo, consultor político y autor de “Comunicar lo local” (La Crujía, 2019)
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