Joe Biden y el mundo imaginario de Alberto Fernández

Para mejorar el vínculo con Washington, el Gobierno debería abstenerse de actos que reafirman la mala reputación acumulada durante los largos años de kirchnerismo

Alberto Fernández y Joe Biden

Las audiencias de confirmación de los nuevos secretarios de Estado y Defensa de los Estados Unidos ante los comités respectivos del Senado de ese país anticiparon las líneas de la política exterior de la Administración Biden.

Esos trazos permiten vislumbrar un escenario alejado de las expectativas de la diplomacia Fernández-Kirchner-Solá ante el cambio político en los Estados Unidos, un hecho que ilusionó al gobierno argentino con una reversión de la política exterior de la era Trump.

Creyendo que criticar al ex presidente norteamericano repercutiría en una mirada benevolente de sus sucesores, la Cancillería llegó a redactar un mensaje de bienvenida a la Administración Biden conteniendo una suerte de advertencia sobre la conveniencia de no repetir errores anteriores. El controvertido tweet del canciller argentino pareció buscar “marcarle la cancha a Biden”, según explicó un experimentado conocedor de los pasillos del Palacio San Martín.

Días más tarde, el gobierno dejó trascender que el jefe de Estado recriminó a su ministro por la heterodoxa redacción de lo que debió ser un simple saludo formal a las nuevas autoridades. Sin embargo, aquella ensoñación sobre un nuevo amanecer en las relaciones argentino-norteamericanas a partir de la llegada de los demócratas no se limitó al imprudente accionar del titular de la Cancillería.

El propio Presidente reiteró esas creencias en su presentación ante el llamado “Grupo de Puebla” el último viernes de enero cuando volvió a reprochar al saliente Trump.

Acaso asombra la incapacidad para aprender de los propios desaciertos. En 2005, el gobierno de Néstor Kirchner se prestó a auspiciar una contra-cumbre contra el entonces presidente George W. Bush en los márgenes de la cumbre de las Américas en Mar del Plata. El incidente implicaría un error de envergadura en la política exterior de la historia reciente. “Alca-Alca-Al-carajo”, gritó entonces Hugo Chávez ante la mirada festiva de buena parte del elenco de gobierno kirchnerista.

Pero los errores se pagan. La llegada de la Administración Obama despertó las esperanzas de los kirchneristas. Un presidente joven, de orígenes afroamericanos y perteneciente al Partido Demócrata hizo fantasear a los asesores de la entonces mandataria argentina con un mayor grado de afinidad. Sin embargo, Cristina Kirchner nunca sería recibida en la Casa Blanca.

El gobierno argentino había insultado a Bush. Y a los ojos de Obama, Bush era, ante todo, un Presidente de los Estados Unidos. Un hombre con quien podía tener diferencias, pero que merecía el respeto cuasi-reverencial que adquieren los integrantes del club más selecto del mundo: el de los ex Presidentes. En los hechos, las tempranas ilusiones del cristinismo quedaron hechas trizas y las relaciones con los Kirchner fueron aún peores con Obama que lo que habían sido con Bush.

Fue entonces cuando Cristina Kirchner dio un giro de política exterior que no tardaría en adoptar un tono marcadamente anti-occidental. En lo regional esa política la llevaría a profundizar el vínculo con Cuba, Nicaragua y Venezuela. En lo estratégico, a ilusionarse con un alineamiento con Rusia y China, para terminar en la inexplicable firma de un acuerdo con el régimen islamista de Irán.

Doce años más tarde, el presidente Fernández parece reincidir en el error. Voluntarista, creyó que criticando a Trump, seduciría a Biden. Esas presunciones lo llevaron a insistir en un diagnóstico equivocado al reiterar que durante los años de Trump la región sudamericana se dividió gravemente.

Pero el mandatario partió de un diagnóstico históricamente desacertado. La división en la región no la provocó Trump. Existe desde antes. Y ni siquiera es un hecho derivado de las acciones de Washington sino que tiene que ver con la irrupción del llamado “Foro de San Pablo”, al que de una u otra forma adhiere el kirchnerismo a través de la vicepresidente y jefa política del gobierno argentino.

En tanto, los primeros pasos de la Administración Biden parecieron desmentir los presupuestos de la diplomacia argentina. Durante su audiencia de confirmación senatorial, el designado titular del Pentágono Lloyd J. Austin afirmó que habrá una “continuidad significativa” en las políticas para enfrentar a China elaboradas por el secretario Jim Mattis en 2018. Austin aseguró a los miembros del comité de Defensa que el plan sigue “absolutamente encaminado” y que Beijing representa una “amenaza de largo plazo”.

Algunas palabras del nuevo secretario de Estado también implicaron una decepción para el gobierno argentino. Tras ser confirmado por el Senado (con 78 votos a favor y 22 en contra) Blinken dirigió el tradicional mensaje inicial ante los diplomáticos del Departamento de Estado y aseguró que en lo esencial continuarán varias de las políticas vigentes. El embajador Atilio Molteni explicó que “Blinken no se opone a los objetivos de la política bilateral aplicada a Beijing, sino a la modalidad elegida para llevarla a cabo”.

Es en este plano en que adquiere especial importancia la manifestada decisión del gobierno argentino de adherir a la llamada Ruta de la Seda, la ambiciosa iniciativa de política exterior lanzada por el líder chino Xi Xinping. La medida entrañará un nuevo e irremediable enfrentamiento con los Estados Unidos e implicará un esfuerzo adicional para el embajador Jorge Arguello quien gestiona una reunión bilateral así como para el ministro Martín Guzmán quien busca apoyo en la negociación por el arreglo de la deuda argentina con el Fondo Monetario Internacional.

A su vez, la confirmación por parte de las nuevas autoridades norteamericanas en relación con la condena al régimen dictatorial venezolano debe leerse en el mismo plano.

Esta realidad contrasta con las ilusiones de los kirchneristas que creyeron imaginar cambios en relación con la guerra política y comercial con China y el régimen venezolano, dos puntos que enfrentaron a la Argentina con la Casa Blanca en el último año.

Una aguda analista indicó que -hasta el momento- él único hilo que une a los universos de Fernández y Biden es el compromiso con el multilateralismo y el cambio climático, dos elogiables vocaciones pero de difícil alcance en términos inmediatos. Para decepción de la diplomacia kirchnerista, la Administración Biden ratificó que mantendrá la presión sobre la dictadura de Maduro, sosteniendo la vigencia de las sanciones contra los jerarcas chavistas y seguirá reconociendo a Juan Guaidó como presidente interino.

En tanto, Biden es probablemente el mandatario más experimentado en materia de política exterior que ha llegado al poder en las últimas décadas, con la sola excepción de George H. W. Bush (1989-1993). Su larga experiencia de casi cuarenta años como senador y ocho como vicepresidente incluyó frecuentes viajes por todo el mundo comprendiendo varios desplazamientos por nuestra región, sobre todo en Centroamérica.

En una escena en Casablanca (1942) el legendario Rick admite ante un mediocre personaje (Signor Ugarte) que le preguntaba si lo despreciaba que “si acaso dedicara algún minuto de mi vida en pensar en tí probablemente lo haría”. («You despise me, don’t you?». «If I gave you any thought, I probably would»). Durante sus periodos como vicepresidente, Biden se entrevistó al menos en una oportunidad con la entonces presidenta argentina. Es altamente probable que si Biden guarda alguna memoria sobre su gobierno, éste sea una muy mala. Algunos recuerdos resultan imborrables. El acuerdo con el régimen de los Ayatolas y el coqueteo con el eje Cuba-Venezuela-Nicaragua pertenecen a esa condición.

Para mejorar el vínculo con Washington, el Gobierno debería abstenerse de actos que reafirman la mala reputación acumulada durante los largos años de kirchnerismo. Reflexionando sobre el regreso de la monarquía tras la caída de Napoleón, Talleyrand advirtió que los Borbones habían olvidado todo y no habían aprendido nada. Dicen que una de las formas del error consiste en repetir comportamientos esperando resultados diferentes. La pasión en insistir en mundos imaginarios es una de esas manifestaciones, con los costos inevitables que pagaremos todos los argentinos.

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