La guerra de las vacunas

Las nuevas variantes del coronavirus y las demoras de producción que están enfrentando casi todos los laboratorios hacen que el futuro se vea incierto. Estamos a merced de una pandemia que parece haber llegado para quedarse

Alberto Fernández

La última semana del primer mes del año nos deja chapaleando en la incertidumbre. Si alguien esperaba un 2021 más ordenado y previsible tendrá que recalcular.

Ya nadie habla de la “nueva normalidad”. Nada de lo que viene por delante parece conocerse a ciencia cierta. No hay lugar para esperanza alguna. No hay calendario ni agenda a la cual atenerse. Todo es un dramático día a día.

La ilusión plantada sobre los últimos meses de 2020, en los que se nos decía que la inminente aprobación de las vacunas nos conduciría a una paulatina recuperación de la vida tal cual la conocimos, se diluyó en cuestión de días.

La aparición y avance de las nuevas variantes del coronavirus, todas ellas exponencialmente más contagiosas, produjo un demoledor shock en las expectativas. No solo obligó a intempestivos cierres de fronteras internacionales sino que precipitó la decisión política de reconfinar a millones de personas.

Boris Johnson encabeza el discurso de alarma. El Premier Británico no solo alertó acerca de la velocidad con la que avance el COVID en su nueva versión sino que arriesgó su hipótesis de que la nueva cepa es definitivamente más agresiva y letal. Sus asesores en la materia relativizaron de manera inmediata estos anticipos pero Antoni Faucci, el más escuchado de los infectólogos estadounidenses, dió crédito a las apocalípticas declaraciones.

El casi diario reporte de los nuevos linajes del maléfico virus precipitó una seguidilla de cierres, bloqueos y restricciones. En orden a cortarle el paso a la versión sudafricana, Israel, el país que marcha a la vanguardia con la campaña de inmunización y con casi el 30% de su población vacunada, cerró totalmente sus fronteras.

En las antípodas de la organización comunitaria y el control sanitario, las imágenes que bajaron de Manaos, dando cuenta de cientos de personas muriendo por asfixia ante la falta de provisión de oxígeno estremecen al mundo y dan cuenta de las responsabilidades de la dirigencia política a la hora de enfrentar la pandemia.

Sobre el fin de semana escaló la guerra de las vacunas.

La Unión Europea está en pie de guerra e interpela a los laboratorios farmaceúticos por las demoras y supuestas maniobras manipulativas en el suministro de las dosis contractualmente acordadas. En la mira el gigante AstraZeneca. En orden a meter presión sobre la compañía frente a su declarada decisión de reducir el suministro la Unión Europea publicó parte del contrato que los obliga.

El acuerdo suponía la entrega de 300.000 millones de dosis con la opción de 100 millones más. Algo que está el gigante farmacéutico está lejos de poder garantizar.

En este contexto de falta de certezas y devastación, nuestros desvelos son tan penosos como acotados.

Por el momento solo disponemos de la magra y discontinua provisión de la Sputnik V. Lo nuestro es de pesadilla.

La tercera misión aérea a Moscú, una secuencia presentada con connotaciones épicas, regresó con algo menos de la tercera parte del cargamento que puede transportar el vuelo en cuestión y millones menos de dosis de las anunciadas entre villancicos navideños por nuestro Presidente. Otra vez nos estrellamos contra la cruda realidad.

Las vacunas prometidas por Putin no estarían llegando en tiempo y forma. La entrega es con cuentagotas. Nadie explica con claridad en qué situación quedan los que recibieron una primera dosis. Lo único cierto es que habitan en un limbo inmunológico hasta nuevo aviso.

El revuelo que se armó tras las declaraciones de Carla Vizzotti cuando dejó entrever que se pensaba solo vacunar con una sola dosis para llegar a más personas, cobra un dramático sentido cuando se sabe que a fines de enero la cantidad de argentinos que accedieron a la segunda aplicación y están en vías de estar inmunes es absolutamente ínfimo.

En el entretanto, otros debates de cabotaje ocupan nuestra línea de tiempo.

El intendente de General Alvarado, con base en Miramar, contrajo COVID a doce días de recibir la primera inoculación. A sus 38 años, Sebastián Ianantuony tuvo que salir a explicar lo que ya todos sabemos: que no hay inmunización completa hasta varios días después de la segunda aplicación, pero no logró convencer acerca de las razones por las cuales se están vacunando funcionarios que como él están fuera de la edad de riesgo y no padecen comorbilidad alguna. Si lo suyo fue testimonial, no sumó.

Esta idea de que le están “poniendo el hombro” a la campaña de inmunización, a la que pretenden subir a un centenar de VIPs para catequizar acerca de la importancia de clavarse el pinchazo de una vacuna que, al día de hoy, no alcanza ni para los más urgidos no termina de cerrar.

Los que alegan hacer uso del “outlet” vacunatorio que genera el descongelado, el caso de las concejales de San Andrés de Giles, tampoco logran convencer. Las legisladoras terminaron renunciando.

El argumento de las dosis de rezago tampoco funcionó en España donde alrededor de 700 allegados al poder de turno sobrellevan el escándalo que se generó cuando se colaron en la fila de los vulnerables. Escrachados por derecha y por izquierda están recibiendo una sanción social demoledora. En algunas regiones han decidido penalizarlos no permitiéndoles acceder a la segunda dosis. A la cola y con sanciones.

Entre nosotros el pinchazo y su correspondiente registro mediático de los funcionarios es presentado como parte de una gesta patriótica. Fotos, selfies, posteos y apelaciones mediáticas. Algo raro, difícil de entender, cuando no se dispone ni de la décima parte de las ampollas prometidas.

Puede que se hayan tomado muy en serio, las desafortunadas declaraciones del Senador Mayans en el sentido de que “en pandemia no hay derechos”. La idea del “sálvese quien pueda” subyace en estas viralizaciones de los “very important people” vacunándose entre ellos. Mucha gente esperando su turno sin tanta alharaca.

Sin avances conocidos en la trabada negociación con la vacuna de Pfizer-Biontech y con los crecientes contratiempos que enfrenta Oxford-AstraZeneca, en cuyos insumos está trabajando el laboratorio mAbxience de Hugo Sigman, solo cabe esperar que Astrazeneca cumpla con el anuncio hecho en la mitad de enero de tener disponible 22,4 millones de dosis para Argentina en el primer semestre. El compromiso para con la región es de 150 millones de dosis y de 3 mil millones a nivel global.

A la partida del proyecto COVAX con 9 millones de vacunas en carpeta para nuestro país le comprenden las generales de la ley. La alianza público-privada que lidera la Organización Mundial de la Salud se nutre de una canasta de vacunas pero de las 145 millones de dosis previstas a nivel global en el primer trimestre de 2021, la casi totalidad es de la fórmula de AstraZeneca.

El apremio por vacunar no solo tiene que ver con salvar vidas sino también con sostener la economía global. Está claro que sin vacunas no hay futuro.

El temor ya no tiene que ver con una segunda ola sino con las mutaciones que acechan a nivel global. Mucho más allá de la letalidad de los linajes que ya circulan, el hecho de que sean entre un 50 y un 70% más contagiosos no solo asegura que más gente morirá sino que con más gente enferma y fuera temporalmente del mercado de trabajo los procesos de producción se complicaran al extremo.

Nuestro gobierno no está pensando en sumar nuevas restricciones a las ya vigentes. Tampoco en reeditar la ayuda de emergencia COVID. Nada de IFE ni de ATP.

El enemigo a vencer no es solo el virus sino que acecha la inflación, un mal para el que parece no haber antídoto sin atacar aspectos muy sensibles de la macroeconomía.

El aumento del precio internacional de alimentos y commodities sostiene el optimismo del Ejecutivo en relación al curso de la economía en los meses que corren.

Contradiciendo la aseveración de la legisladora kirchnerista Fernanda Vallejos, para quien la Argentina tiene “la maldición” de exportar alimentos, varios de los “funcionarios que no funcionan” piensan que “la posibilidad de exportar carne y otros alimentos es una verdadera bendición”.

En orden a enfrentar la tensión que genera el abastecimiento local versus la necesidad de exportar, se trabaja en acuerdos sectoriales que garanticen un precio para el mercado interno.

“No somos la Unión Soviética, no creemos en métodos soviéticos”, proclaman en los despachos del Albertismo. Los acuerdos de precios que se están anunciando, el de la carne es uno de ellos, se trabajan en mesas de diálogo buscando un equilibrio.

“Hay que sostener la expectativa de exportación”. El desafío no solo vale para los frigoríficos. De los 17 millones de toneladas de trigo que se producen, algo más de 6 millones son para “la mesa de los argentinos”. Cómo obtener un precio razonable demanda mucho diálogo e imaginación. No es fácil. Menos aún con la cantinela ultra K que acecha el trabajo diario que pretenden “seguir funcionando” contra viento y marea.

La apuesta está ahora en contener la suba de los alimentos dentro de un entendimiento entre los actores de la ecuación precios y salarios. Un acuerdo social que hoy se percibe como clave para poder sostenerse en un año difícil.

Cualquiera que, pese al COVID, mantenga algo de su olfato operativo puede advertir en el aire el diario incremento del “tufillo electoral”. Los enfrentamientos discursivos de la dirigencia en un contexto tan penoso como el que se avecina no ayuda.

Salir a registrar candidatos a una vacunación ralentizada en locales partidarios y con pecheras de “La Cámpora” o de cualquier otra agrupación equivale a repartir zapatillas de un solo pie. Una bajeza por donde se lo mire.

Que Sergio Berni trate a Patricia Bulrich de “bombero piromaníaco” es cuanto menos de muy mal gusto. La batalla mediática entre “los que quieren llegar a ser” en este contexto impiadoso está escalando hacia la autodegradación.

La banalización del concepto de “Derechos Humanos” que plantó el Secretario de Estado en la materia Horacio Pietragalla Corti minimizando las denuncias de confinamiento compulsivo en Formosa sólo suman degradación a la política.

Que los formoseños sean tratados como ganado en pie no parece sobresaltar al “funcionario que sí funciona” Enfundado en un outfit de intensivista anti COVID para visitar un centro de aislamiento, zamarreó a los cronistas que lo interpelaban. Cuestión de estilo.

Nadie sabe hoy cómo será febrero. Nada que se diga, haga o anuncie ofrece garantías de que vaya a cumplirse o sostenerse. Estamos a merced de una pandemia que parece haber llegado para quedarse.

Lo que está pasando en el mundo puede permitirnos adelantar algunos escenarios no exentos de dramatismo. Un momento demasiado delicado para que nuestros dirigentes se pongan a jugar con lanzallamas. Un poco de pudor y piedad para con quienes están pasándola definitivamente mal es la demanda de la hora.

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