Uno de los mayores placeres de la vida consiste en estrechar lazos con personas de las que se reciben notables alimentos intelectuales en muy diversas direcciones. Y como decía el gran Leonard Read, en buena parte de los casos se trata de personajes que han vivido mucho antes que nosotros y que no hemos conocido personalmente, sin embargo nos sentimos amigos cercanos debido a sus valores y principios rectores. Al fin y al cabo en eso consiste la columna vertebral de la verdadera amistad. En otros casos a ese vínculo se agrega el hecho de haber coexistido con el tan apreciado referente, este es el caso con Jean-François Revel. Muy de vez en cuando surgen aquí y allá personajes de un vuelo intelectual y un coraje moral que todo lo envuelven y que dejan rastros tan profundos en la historia que marcan períodos muy diferentes, en los que inyectan una luz tan penetrante y acogedora que resulta imposible atenuar y mitigar con las mediocridades habituales.
Revel ha sido constituido un muy destacado ejemplo de conducta íntegra, abierto en su mente a la incorporación de nuevas contribuciones, pero incapaz de claudicar en sus principios liberales de respeto irrestricto al prójimo, los cuales incorporó fundamentadamente luego de abandonar el ideario socialista de sus primeras épocas, el cual percibió como empobrecedor e inmoral.
Participé con él en distintos seminarios en diversos rincones del mundo. Disfrutaba de su amena conversación durante sus célebres aperitivos con jerez y jamón crudo y de las largas caminatas en las que siempre nos sorprendía con alguna reflexión aguda y alguna anécdota esclarecedora, las más de las veces rebosante en buen humor. Destacadísimo miembro de la Academia Francesa, columnista de los principales diarios del mundo (durante tres años Director del semanario L´Express), Presidente del Instituto de Historia Social de París y profesor de filosofía en diversas casas de estudio francesas y mexicanas. Siendo Rector de ESEADE lo invité a pronunciar una conferencia en un acto académico de colación de grados. Prologó uno de mis libros lo cual menciono como cierre de este texto periodístico.
Sus obras escritas son muy numerosas y exploran múltiples avenidas que ponen de manifiesto una pluma magistral con un contenido de información notable y una erudición pocas veces igualada. Selecciono en estas líneas unos pocos de sus pensamientos para que el lector le tome el peso a este “ciudadano del mundo”, como decían los estoicos. Es apenas una muestra de la formidable producción de Jean-François Revel pero ilustra su tesón y su capacidad para exponer de modo simple problemas complejos.
No es que coincidamos en todo con lo que escribía este autor, eso no ocurre con nadie. Incluso cuando después de un tiempo leemos algo escrito por nosotros mismos, es frecuente que concluyamos que lo hubiéramos presentado de otra manera. Es que como decía Borges, no hay tal cosa como el texto perfecto y, citándolo a Alfonso Reyes, repetía que “si no publicamos, nos pasaríamos la vida corrigiendo borradores”.
Manos a la obra entonces con las anunciadas muestras en la que por razones de espacio sólo me detendré en la primera de las obras mencionadas. En El renacimiento democrático Revel se pregunta y responde “¿Cómo extrañarse que excepto los liberales todos hayan mantenido que ninguna actividad puede desarrollarse plenamente sin auxilio del Estado, es decir, sin la ampliación de su propio papel?”, esto es así debido a que todos los autoritarismos comparten “el único sentimiento que produce la unanimidad de todos los partidos y en todos los partidos: el odio salvaje que alimentan contra lo que denominan con horror ́individualismo ́. Esa palabra designa para ellos la pesadilla suprema, la sospecha de que en alguna parte subsiste un fragmento del espíritu humano que escaparía a la esfera política, a lo colectivo, a lo comunitario, a lo gregario, al dominio del público”. Y concluye que la perversión de la democracia, la que no respeta el derecho de otros, conduce a que “puedan existir poderes democráticamente elegidos que devoran a la sociedad civil, a la libertad, a la diversidad, a todos lo que es privado”.
Bien hace Revel en subrayar el peligro de una democracia degradada pues la aplicada hoy en nuestro mundo nada tiene que ver con lo estipulado una y otra vez por los Giovanni Sartori contemporáneos que insisten en destacar que la parte medular de la democracia estriba en el respeto a los derechos de la gente y solo el aspecto formal consiste en las mayorías o primeras minorías. En este sentido es que se han sugerido nuevos límites urgentes al poder político al efecto de preservar el corazón de la democracia.
Así se han sugerido prohibiciones a las reelecciones en el Poder Legislativo junto con el desempeño parcial de sus labores para hacer que los legisladores trabajen en ocupaciones fuera del recinto y hasta algunos han sugerido que esas faenas sean ad honorem y así evitar, por una parte, los negociados legislativos y, por otra, la inflación desmedida de las leyes. Se ha sugerido que en el Poder Judicial se abra de par en par las posibilidades de árbitros privados en competencia y así retomar la idea de que el derecho surge como un descubrimiento y no de ingeniería social o diseño. Asimismo se ha sugerido que el Poder Ejecutivo se seleccione por sorteo tal como propuso en general Montesquieu en El espíritu de las leyes donde escribe que “el sufragio por sorteo está en la índole de la democracia” tal como ocurrió en la República de Venecia y en la República de Florencia para algunos cargos ejecutivos.
Esta última sugerencia está en línea con la preocupación de Karl Popper en La sociedad abierta y sus enemigos cuando critica la noción de Platón del “filósofo rey” y subraya que lo relevante no son las personas sino las instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible”. Precisamente, si seguimos las contribuciones clave de autores como Ronald Coase, Harold Demsetz y Douglass North comprendemos el rol fundamenalísimo de los incentivos, en nuestro caso para defender las vidas, las propiedades y las libertades de los gobernados a través de sólidos marcos institucionales.
Hay otras propuestas que proponen el establecimiento constitucional de ratios máximos posibles entre el gasto público y el producto bruto interno. En cualquier caso, si las referidas propuestas no atraen es indispensable elaborar otras pero no es posible limitarse a la espera de próximas elecciones en un clima que se asemeja mucho más a la cleptocracia que a una cacareada e incumplida democracia.
El segundo punto a que se refiere Revel en la antedicha cita es la incomprensión manifiesta sobre el significado del individualismo como si se tratara de un régimen autárquico en lugar de lo que es: el respeto irrestricto a las autonomías individuales en un contexto de máxima cooperación social y libertad, precisamente, en oposición a las cerrazones, las culturas alambradas y las prohibiciones de arreglos contractuales libres y voluntarios tal como recomiendan los estatismos. Lamentablemente vivimos la época del endiosamiento de lo colectivo y el ataque sistemático a lo individual lo cual conduce indefectiblemente a “la tragedia de los comunes” en un terreno donde la falta de respeto a la dignidad del ser humano es permanente a manos de energúmenos que regentean aparatos de fuerza.
Por su parte, en La gran mascarada señala que “si el nazismo y el comunismo han cometido genocidios comparables por su amplitud, por no decir por sus pretextos ideológicos, no es en absoluto debido a una determinada convergencia contra natura o coincidencia fortuita debidas a comportamientos aberrantes sino, por el contrario, por principios idénticos, profundamente arraigados en sus respectivas convicciones y en su funcionamiento”. Asimismo, dice en el mismo libro: “Estoy de acuerdo en que se me exhorte a que abomine cada día mas a los antiguos admiradores de Himmler, a condición de que no sean antiguos admiradores de Beria los que administren esa homilía conminatoria [...]. La analogía no es mía: es de Stalin. Fue el que llamaba a Beria ´nuestro Himmler´ y fue en esos términos en los que lo presentó al presidente estadounidense Franklin Roosevelt”.
En sus memorias -Diario de fin de siglo- destaca una cita que toma de Einstein y que aplica a la tozuda repetición de los errores y horrores estatistas: “Los problemas no pueden resolverse con quienes los han creado”, lo cual va como refutación de la monotonía que existe en algunos países en la tediosa y fracasada repetición de sandeces varias.
En El monje y el filósofo, diálogo que mantiene con uno de sus tres hijos (el biólogo molecular y monje budista), afirma que “La idea directriz del Siglo de las Luces y, más tarde, del socialismo “científico” de Marx y Lenin es, en efecto, que la alianza de la felicidad y de la justicia ya no pasaría, en el futuro, por una indagación individual de la sabiduría, sino por una reconstrucción de la sociedad en su conjunto [...] Así, la salvación personal se encuentra, desde entonces, subordinada a la salvación colectiva [...] esta ilusión es la madre de los grandes totalitarismos que han devastado nuestro siglo XX”.
Con creces Revel ha cumplido con su misión de aclarar y difundir a los cuatro vientos las bases de las sociedad libre por lo que se ubica bien alejado de lo que se lamentaba el poeta y que les cabe a tantos distraídos que pululan por doquier exhibiendo una irresponsabilidad superlativa: “Me acusa el corazón de negligente/por haberme dormido la conciencia/y engañado a mí mismo y a la gente/por sentir la avalancha de inclemencia/y no dar voz de alarma claramente”.
Encontramos tantas personas que confusamente tratan de explicar lo inexplicable y que suelen acompañar sus peroratas con torpes movimientos de las manos -”en ademán natatorio”, como subrayaba Ortega- que deberíamos aprovechar más los valiosos testimonios de intelectuales nobles y de fuste que explican los problemas y ofrecen las soluciones con precisión y fundamentadamente, tal como era el caso del prolífico Revel.
Finalmente una nota autorreferencial que pone de manifiesto la amabilidad de Revel: un párrafo del prólogo que escribió desde París para mi libro Las oligarquías reinantes. Discurso sobre el doble discurso cuya edición original publicó Editorial Atlántida en 1999: “Alberto Benegas Lynch (h) nos obliga a plantearnos los problemas sustentado en una rica documentación, un rigor en el razonamiento y un talento literario que hacen de este libro una obra saludable y una lectura indispensable para todos aquellos de nuestros contemporáneos y nuestros descendientes que deseen comprender nuestra época”.
Seguí leyendo: