En estos días se han difundido los datos de la Cuenta de Generación de Ingresos del Indec. Los valores allí incluidos corresponden al trimestre julio-agosto-setiembre de 2020. En una primera mirada puede alegrar tanto a los trabajadores como a los empresarios: ambos ampliaron su respectiva “porción de la torta”.
Esto es posible porque lo que se reparte -salarios y ganancia- no agota el total debido a que hay un componente que refleja una parte de la participación económica del Estado en el total de las cuentas nacionales. Para simplificar, la llamamos “impuestos netos de subsidios a la producción” y desde hace tiempo esta incidencia es de magnitud negativa lo que significa que los subsidios superan a los ingresos fiscales aquí computados (debe recordarse que aquí no se anotan los impuestos a los productos ni los impuestos indirectos como el IVA ni los que gravan a los productos importados).
Lo que se aprecia es el enorme salto que implica el esfuerzo fiscal en el segundo y el tercer trimestre del año: se multiplicó por seis y tres respectivamente respecto del trimestre correspondiente del año anterior. Eso es lo que permitió que aumentaran en casi 2 puntos porcentuales (pp) su participación al tiempo que los empresarios la mejoraran en casi 3 puntos porcentuales.
Con respecto al comienzo del año los datos indican una pérdida de la participación salarial de 3pp y los empresarios mejoraran su participación en 11pp. De todos modos no debería extraerse la conclusión que la gestión oficial del Frente de Todos está dirigida a perjudicar a los trabajadores y beneficiar a los empresarios.
En todo caso expresa una tendencia verificada en el cuatrienio previo, aunque en ese lapso el peso de los impuestos netos de subsidios había disminuido un 50 por ciento.
Si mejora la situación de los trabajadores y también la de los empresarios, entonces alcanzamos el ideal: unos y otros satisfechos y tranquilos. Sin embargo la realidad es mucho más complicada.
La apariencia de generalizada bonanza se acaba apenas reconocemos que esa mayor tajada deriva (en un marco de contracción económica) única y exclusivamente de mecanismos redistributivos realizados por un Estado que carece de los recursos necesarios para llevarlos a cabo. Por eso la exorbitante cifra de emisión de 2020 que no hay dudas financió un equilibrio más que inestable.
Tanto que de no corregirse rápidamente corremos el riesgo de caer en el abismo de la hiperinflación. Y, ya sabemos, en esas condiciones no ganan precisamente quienes tienen sólo un ingreso fijo (cuando lo tienen, claro) ni tampoco los empresarios de pequeño o mediano porte.
Calculando la distribución funcional sin el componente público, la evolución se ve algo modificada. Para eso observamos los datos del tercer trimestre de cada año.
Entre 2016 y 2019 lo notable es la pérdida del sector asalariado (5pp) que fueron a parar sólo en parte a los empresarios o al ingreso mixto (cuenta propistas y pequeños patrones). Esto se explica por la baja del 50% de los impuestos netos de subsidios de la producción (siempre con valores negativos)
Pero entre 2019 y 2020 aparece la paradoja mencionada: en base al aumento de casi 4pp de ese componente negativo (impuestos netos…) se logra una mejora de 1 pp para los asalariados y y una participación mayor del excedente empresario de más de 5pp.
Lo que es interesante destacar es que la estrepitosa caída del nivel de actividad en 2020 (originada en la pandemia y profundizada por el peculiar modo de afrontarla en nuestro país) aparece luego de una década de estancamiento.
Si se observa el indicador EMAE provisto por el INDEC, con datos desde enero de 2004 hasta noviembre de 2020, se destaca el hecho de que desde la segunda mitad de 2010 hasta fines de 2019, hay un zigzag constante con la particularidad de que la caída producida en el segundo trimestre de 2018 no tuvo prácticamente recuperación alguna.
Esto significa que la mejora percibida por asalariados y empleadores en 2020 no podrá ser sostenida a menos que se estimule -de verdad- la actividad económica más allá de lo que signifique recuperar al menos algo de lo perdido en el último año.
La explicación es simple, sólo retornar a los niveles y a las características prepandemia, sólo nos ubicará en una situación crítica e inestable, como lo demuestra la última década de oscilaciones frecuentes en un marco de estancamiento.
De eso se trata el enorme desafío que tiene la conducción económica para algo que trasciende lo específicamente económico: la política económica. Pagamos caro socialmente las oportunidades en que creímos que podían escindirse. Es cierto que la economía debe ser orientada por la acción política. También lo es que esta última no puede eludir las consecuencias de sus acciones.
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