Imaginemos una institución que pueda prestarle dinero para la compra de un camión a una cooperativa santiagueña, llamada Coopsol: que capacita, recolecta, produce y fracciona miel. Acompaña a las familias que viven en zonas rurales, para que puedan cambiar su estrategia de subsistencia, permitiendo una mejora en su situación económica, social y además protegiendo el monte nativo.
A esta altura de la historia de la humanidad, podríamos consensuar que en el mundo, muchas veces, no innovamos de manera adecuada para resolver las situaciones sociales y ambientales que nos atraviesan. La pobreza, la desigualdad, y por otro lado los límites planetarios y el cambio climático deberían ser nuestra mayor divisa.
Evidentemente la vida humana y del planeta, no está 100% en el centro de nuestras decisiones (económicas, por ejemplo), y es algo en lo que que debemos ponernos de acuerdo y priorizar.
Tenemos un viejo patrón, de la revolución industrial, que determina que una pequeña parte de las personas tiene que lograr el máximo lucro; extraer, producir y largar fuera los residuos, como si los recursos fueran ilimitados.
Debemos pasar de una economía basada en los combustibles fósiles a una basada en las energías renovables. De una economía de usar y tirar, a una donde el residuo es recurso. De una economía de eliminación de la biodiversidad al uso integrado y regeneración de sistemas naturales. De una economía centrada en la concentración a una economía distributiva e inclusiva.
Es necesario trabajar por un sistema sostenible, cuyo objetivo sea el bien común y el desarrollo regenerativo, en donde el impacto socio ambiental sea la clave, porque lo es.
Es por eso que desde Sumatoria consideramos que la inversión de impacto ocupa un rol central como herramienta social de transformación. Es nuestro principal propósito impulsar el desarrollo de las finanzas éticas o de impacto, liderando la transición hacia un sistema financiero sostenible.
Lo hacemos a través del desarrollo de vehículos que financian proyectos que impactan positivamente en la sociedad y el planeta: como los fondos COVIDA20, SIGMA o la plataforma de crowdlending.
Estamos desarrollando un sector financiero accesible, asequible y seguro, que cuente con una gran oferta de servicios y productos, diseñados para satisfacer las necesidades de las personas.
Otro ejemplo: un préstamo a una unidad productiva de la economía circular llamada Creando Conciencia, que gestiona residuos en Tigre: los separa, muele, e inyecta para producir. Logran no solo el reciclaje sino la posibilidad de que más de 50 familias vivan de manera digna, a partir de su trabajo.
El siglo XX introdujo la ecuación riesgo/retorno (interés), es imprescindible ahora pasar a una nueva: a riesgo/retorno/impacto (socio ambiental).
Esta nueva economía (que integra el impacto socioambiental a la rentabilidad tradicional) deberá apoyarse en un sistema financiero con principios excepcionales, como son los de la Banca Ética: valorar la transparencia radical, tener un impacto positivo en la economía real, alcanzar, a través de las operaciones, a las áreas culturales, sociales y ambientales, implementar una gobernanza que garantice la integridad de la ética en la práctica y en el tiempo, entre otros.
Es importante reconocer que la nueva economía va tomando cada vez más protagonismo porque si queremos revertir el nivel de desigualdad que hoy existe en el mundo, no podemos seguir pensando en una economía que no pone a la vida en el centro.
Y vayamos más lejos aún: soñemos con instrumentos financieros que nos habiliten a financiar la regeneración de tierras, permitiendo que mediante esta actividad se secuestre carbono, y así poder reducir con el cambio climático.
Poner en el centro a la vida es imaginar un pasaje entre el beneficio económico como idea central; a una economía eficiente que garantice el futuro de la Tierra como prioridad.
De nosotros depende.
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