En un rush encubierto por la pandemia, el núcleo duro del oficialismo, encarnado por Cristina Kirchner, Máximo Kirchner y su organización, La Cámpora, realizó un copamiento generalizado con el vector de la militancia disciplinada de miles de jóvenes capacitados, ideologizados e intransigentes que le permite ilusionarse con decenios de dominación. Lamentablemente, su proyecto es excluyente.
Ese es un lado de la grieta. El que en 2019 casi se aseguró el triunfo en la enconada pelea para determinar quién sería el encargado de hundirnos en la ruina.
El otro lado que competía por conducir el tren a la miseria no tiene militancia, no tiene organización, no tiene más compromiso que la crítica afirmada en palabras que siendo trascendentes, en sus bocas suenan vacías de contenido como república y liberalismo. Si ellos repiten el intento basado en el ingenuo “sí, se puede”, también repetirán el resultado. Esta vez, con consecuencias trágicas en lo económico, social e institucional, como la consolidación del régimen actual.
La única oportunidad para iniciar la recuperación está en el centro, en los equilibrios. Está en un lugar que rechace al populismo así como a los ajustes. Que rechace al estatismo y corone a una iniciativa privada que privilegie la distribución, especialmente la PyME. Que desaloje a las prebendas de los orígenes y destinos que sean. Un lugar donde el Estado sea un moderador, un aparato aceitado para ocuparse de forma eficiente de sus competencias (educación, seguridad, salud, vivienda; creador de condiciones para la inversión productiva generadora de empleo y, con ello, de prosperidad; impulsor de la ciencia y la investigación). Está en un lugar donde los argentinos podamos sentirnos capaces y fuertes para decidir y sostener reformas fundamentales para nuestra mejor ventura, como una que permita que todos los trabajadores tengan protecciones y derechos que no pongan en riesgo la sustentabilidad del sistema.
En ese lugar deben confluir con ánimos y expectativas renovadas quienes no encontraron en los extremos de la grieta las soluciones que esperaban. No es yendo hacia nuevos extremos, más radicalizados, más irresponsables, más indolentes, como se avanzará hacia un futuro mejor.
Y también quienes hoy están en el centro deben aportar al encuentro y a la unidad, abriendo los brazos de manera generosa, sin más interés que el de crear y sostener un ámbito de libertades en justicia social, sin sentirse dueños de nada más que del equilibrio para convertirlo en contagioso.
Tienen que confluir allí corrientes del radicalismo, del PRO, del peronismo, del socialismo, de ciudadanos independientes, dispuestas a aislar a los más enconados. Tienen que hacerlo dispuestos a construir, no a destruir. Los nombres que los ponga el lector; aquí solo se anotan ideas con la intención de que comprendan a un amplio sector de la sociedad.
La pobreza acecha y se multiplica por falta o débil actividad económica, por falta de infraestructura y por procreación en ámbitos miserables donde campean la delincuencia y la droga, augurando para la Argentina de los próximos años una penosa e increíble realidad sociocultural para el país que fuimos. Eso está a la vista.
En ese escenario, octubre es una oportunidad trascendente sino la última, para hacer un cambio de vía por una que saque al tren de su seguro camino hacia la miseria. Si entonces los argentinos volvemos a discutir si un extremo o el otro, estaremos fritos.
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