La muerte individual -sea considerada una “catástrofe” que arroja al ser a la nada o como pasaje de la finitud al “más allá”- por lo general provoca dolor en quienes quedan vivos, pero cuando la muerte es colectiva, producto de una peste, causa pánico, deseo de fuga o encierro, depresión y un gran vacío existencial.
También como suele suceder en los naufragios, da lugar a muestras de amor interhumano que llegan a la heroicidad y al sacrificio por el prójimo. Pero lo cierto es que siempre rompen la armonía social malogrando el “bien común”: la salud, la educación, el trabajo, la producción y otros bienes.
A propósito de esas crisis el Papa Francisco recuerda la articulación de cuatro principios fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia católica: la dignidad de la persona humana y el bien común; la solidaridad y la subsidiariedad (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 160-163), con especial acento en éste último al que nos referiremos.
La responsabilidad de participar en la reconstrucción del “bien común”
“Todos tenemos que responder -dijo Francisco en la Audiencia Gral. del 23/09/20- no sólo como individuos, sino también a partir de nuestro grupo de pertenencia, del rol que tenemos en la sociedad, de nuestros principios”.
Es necesario -dijo- que “todos” participemos del desafío, “...aunque a menudo muchas personas no pueden participar en la reconstrucción del bien común porque son marginadas, excluidas, ignoradas o ahogadas económica o políticamente...”, y recordó que: “...después de la gran depresión económica de 1929, Pío XI explicó lo importante que era para una verdadera reconstrucción el principio de subsidiariedad (cfr. Enc. Quadragesimo anno, 79-80)”.
¿Qué significa el principio de subsidiariedad?
La persona, la familia y los grupos sociales son partes de la sociedad pero son anteriores a ésta. En la República, el Estado, como sociedad políticamente organizada (territorio, pueblo y gobierno) no es el medio institucional para reducir al ciudadano -como ocurre en los totalitarismos- sino por el contrario, es el medio creado para asegurar el “bien común”, en este caso alterado por la peste. Cuando los fines (salud, educación, etc) no pueden ser satisfechos por el ciudadano, ni por la familia, ni por las organizaciones sociales, el gobierno debe ir en su auxilio. En este orden consiste el principio de subsidiaridad del Estado. Entonces, dice Francisco, ”las instituciones públicas (del Estado) ayudan con apropiadas intervenciones sociales, económicas, sanitarias: y esta es su función, lo que deben hacer”. Pero no sólo los gobiernos de los Estados actúan subsidiariamente contra las necesidades de carácter general.
Los ciudadanos y las asociaciones libres del pueblo
Como vemos a diario, también subsidiariamente, los enfermos o necesitados reciben “la contribución de los individuos, de las familias, de las asociaciones, de las empresas, de todos los cuerpos intermedios y también de las Iglesias (lo que) es decisivo (porque esto) revitaliza y refuerza el cuerpo social (cfr. CDSC, 185). Es decir, hay una colaboración de arriba hacia abajo, del Estado central al pueblo y de abajo hacia arriba: del ciudadano, de las asociaciones populares y entidades intermedias. Y esto es precisamente el ejercicio (pleno) del principio de subsidiariedad”.
Decía a este respecto Benedicto XVI que “una sociedad que honra el principio de subsidiariedad libera a la personas de la sensación de desconsuelo y de desesperación, garantizándoles la libertad de comprometerse recíprocamente en los ámbitos del comercio, de la política y de la cultura ... Cuando los responsables del bien común respetan el deseo humano de autogobierno basado en la subsidiariedad, dejan espacio a la responsabilidad y a la iniciativa individual, pero sobre todo dejan espacio al amor que sigue siendo siempre “la mejor vía de todas”. (Msje. Día Mundial de la Paz, año 2004).
En este diálogo social “todos deben ser escuchados”
Prosigue diciendo Francisco, “...cada uno debe tener la posibilidad de asumir la propia responsabilidad en los procesos de sanación de la sociedad de la que forma parte. Cuando se activa algún proyecto que se refiere directa o indirectamente a determinados grupos sociales, estos no pueden ser dejados fuera de la participación. Por ejemplo: “¿Qué haces tú? —Yo voy a trabajar por los pobres. —Qué bonito, y ¿qué haces? —Yo enseño a los pobres, yo digo a los pobres lo que deben hacer”. No, esto no funciona, el primer paso es dejar que los pobres te digan cómo viven, qué necesitan: ¡Hay que dejar hablar a todos! Es así que funciona el principio de subsidiariedad. No podemos dejar fuera de la participación a esta gente; su sabiduría... Así no permitimos a las personas que sean «protagonistas del propio rescate».
Y agrega, “en el subconsciente colectivo de algunos políticos o de algunos sindicalistas está este lema: todo por el pueblo, nada con el pueblo. De arriba hacia abajo pero “sin escuchar al pueblo”, sin implementar esta sabiduría en el resolver los problemas... O pensemos en la forma de curar el virus: se escucha más a las grandes compañías farmacéuticas que a los trabajadores sanitarios, comprometidos en primera línea en los hospitales o en los campos de refugiados. Este no es un buen camino. Todos tienen que ser escuchados, los que están arriba y los que están abajo, todos”.
Para finalizar el Papa dice que “el principio de subsidiariedad permite a cada uno asumir el propio rol para el cuidado y el destino de la sociedad. Aplicar el principio de subsidiariedad da esperanza en un futuro más sano y justo; y este futuro lo construimos juntos, aspirando a las cosas más grandes, ampliando nuestros horizontes...”.
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