Elecciones legislativas 2021: la clave está en la estrategia

Quienes tengan mayor audacia para alinear a su favor los clivajes peronismo-antiperonismo y kirchnerismo-antikirchnerismo terminarán festejando el último fin de semana de octubre

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(EFE)
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En nuestro país los votantes se encuentran divididos en dos grandes polos: el peronista (con una base popular, anclada en los trabajadores urbanos y los estratos bajos del interior del país) y el polo no peronista (donde predominan las clases medias y altas). Esta división puso los límites dentro de los cuales los partidos que han surgido y desaparecido desde 1983 fueron recolectando sus votos. El polo peronista siempre ha contado con el PJ (y sus aliados) como actor predominante, mientras que el polo no peronista, desde finales de los 80, ha visto surgir y caer múltiples fuerzas políticas con más o menos capacidades para captar ese voto.

El 2001 significó el estallido en pedazos de aquellas fuerzas que estructuraban las preferencias del polo no peronista y el surgimiento más tarde del kirchnerismo como una expresión política que irrumpía con intensidad dentro del polo peronista, pero con la intención de ir a buscar a los votantes progresistas del polo no peronista. Aquello fue la génesis de la segunda división que tiene importancia para analizar la política argentina: kirchnerismo versus no kirchnerismo.

Estas divisiones constituyen lo que en ciencia política llamamos “clivaje”. Los clivajes son aquellas divisiones o fracturas en la sociedad, que tienen como consecuencia el surgimiento de partidos políticos y/o un realineamiento de las opciones políticas existentes. Por ejemplo: la discusión sobre el aborto no constituye un clivaje, ya que no genera nuevas opciones políticas relevantes, ni, por el momento, realinea las existentes.

Existen actualmente entonces dos clivajes que interactúan entre si: el clivaje peronismo-no peronismo (histórico) y el clivaje kirchnerismo-no kirchnerismo (más reciente e intenso). Estos clivajes son importantes porque condicionan las estrategias y decisiones de dirigentes y partidos al configurar el marco donde se desempeñan. En otras palabras, son parte importante en la configuración de un escenario electoral. El clivaje peronismo-no peronismo es el primario y más importante, puesto que sus sedimentos están presentes aún, y sobre ellos se construyó el segundo.

Este segundo clivaje, desde 2007, realineó expresiones políticas y pareció en un principio ir en dirección al sueño de Guido Di Tella de dos coaliciones competitivas; una de centroderecha (con un componente republicano-liberal) y una de centroizquierda (con un componente popular, socialdemócrata redistributivo). Un peronismo crónicamente dividido y un cúmulo de expresiones no peronistas intentando coaligar conformando una coalición competitiva fueron la consecuencia de ello. La incapacidad del kirchnerismo de retener al peronismo en su conjunto y la capacidad opositora de presentar una opción competitiva luego de 16 años rompieron con la hegemonía del kirchnerismo en 2015, pero no sepultaron el clivaje, que en 2017 volvió a definir la dinámica de la elección de medio término.

Es un error sostener que el clivaje reciente vino a reemplazar al clivaje antiguo. Durante este período, el clivaje peronismo-no peronismo no desapareció, sino que quedó “tapado”. Los clivajes deben pensarse como capas geológicas que dejan sedimentos. Pueden desdibujarse o incluso debilitarse, pero decisiones de los dirigentes o movimientos contundentes pueden volver a ponerlos sobre la superficie: La decisión de Cristina Kirchner de bajarse, promover como candidato a Alberto Fernández y sumar a Sergio Massa (creador del Frente Renovador, que parecía contener al peronismo no K) atenuó el clivaje kirchnerismo-no kirchnerismo y logró atraer a votantes peronistas moderados, reticentes a votar al kirchnerismo duro.

Las decisiones estratégicas de los referentes del Frente de Todos y de Juntos por el Cambio con respecto a estos dos clivajes impactarán en el resultado electoral. La división del peronismo en elecciones legislativas le ha salido cara al kirchnerismo (2009-2013-2017) y eso la oposición debería saberlo: el clivaje peronismo-no peronismo otorga a las coaliciones peronistas una mayoría casi matemática. Por otro lado, el clivaje kirchnerismo-no kirchnerismo divide al peronismo, permitiéndole a la oposición ampliar su base electoral. Las estrategias políticas de un lado y del otro podrían aparecer claras en este sentido.

La hegemonía kirchnerista fue tal en la medida en que la oposición era incapaz de unificarse en una sola opción electoral: con Cambiemos en 2015 eso cambió. Ante un no-kirchnerismo unido, Cristina Kirchner entendió en 2019 que solamente un movimiento audaz que sacudiese las capas geológicas, volviendo a poner sobre relieve aquel clivaje “peronismo-no peronismo” le brindaría esa superioridad matemática.

El desafío para el oficialismo en 2021 es peronizar la coalición (deskirchnerizándola), mientras que Juntos por el Cambio necesariamente buscará retratar al oficialismo como kirchnerista, buscando reconquistar el voto filoperonista que acompañó a Cambiemos en 2015. En la medida en la que el gobierno se “siente” sobre el clivaje kirchnerismo-no kirchnerismo (abandonando la tónica moderadora de la campaña de 2019) reduce sus chances de victoria electoral. No obstante, el peronismo hoy, al menos en vertientes y componentes está unido y en el poder. Es muy difícil, en estas condiciones, que parte del peronismo moderado que hoy forma parte del oficialismo se escinda y genere otra opción electoral. Sería un error que la coalición se encierre en su core kirchnerista y expulse a su votante moderado. El rol de Alberto fue (y es) contener a ese votante, no conquistar al núcleo duro K.

Para la oposición el camino es hacia el centro: si sus “halcones” continúan con su alergia al peronismo, metiendo en la misma bolsa a kirchneristas y peronistas moderados (que votaron a Alberto confiando en su discurso moderador) refuerzan el clivaje peronismo-no peronismo y le harán el juego al oficialismo, ya que esa definición estratégica es renunciar a ese votante que posibilitó las victorias no kirchneristas de 2009 y 2015.

Estos dos clivajes serán los factores estructurales que, complementados por las decisiones estratégicas de los dirigentes políticos de cada espacio, conformarán el escenario electoral del 2021 que se viene. Quien tenga mayor audacia para alinear estos clivajes en su favor festejará el último fin de semana de octubre.

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