Las elecciones son el mecanismo de legitimación de la casta burocrática

La calidad de nuestro sistema político se pauperiza con la consecuencia directa de atraer a sus filas elementos lábiles y marginales

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La Casa Rosada (REUTERS/Carlos Garcia
La Casa Rosada (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

Que se recoge lo que se siembra no es ninguna novedad. Pues es lo que está viviendo la casta política no peronista por estos días. Durante décadas, son esos que se limitaron a rasgarse las vestiduras describiendo los males que se instalaron con Perón mientras, trepados al horrible sistema político de privilegios y acomodos, usufructuaban sus prerrogativas en lugar de combatirlo, desarmarlo y reemplazarlo por uno virtuoso.

Amparados en la lista sábana y en la ley de partidos políticos, todos vienen haciendo su juego. En ese marco, el dedo reemplaza a la democracia interna: imponen a los candidatos exprimiendo la disciplina partidaria en desmedro del votante. Una vez en funciones aducen, sin pudor, representar a la ciudadanía cuando, en verdad, solo representan al capitoste que los puso en la lista y a él le responden para ganarse la reelección.

Así venimos transitando las últimas dos décadas. Pero que las cosas no sean abruptas no implican que no estén ocurriendo; el deterioro, por paulatino que sea, no es menos deterioro. Un día pasa que la postal de la sociedad que éramos no encaja con la foto actual porque la foto es el reflejo de un instante, pero la decadencia es el reflejo de un proceso.

Mientras el peronismo cambiaba de color según la ocasión, el resto no construyó alternativas superadoras para fortalecer la república sino, simplemente, opciones partidarias meramente electorales, matices dentro del mismo sistema perverso que ninguno de los burócratas que flota dentro de esa pecera quiere cambiar. El votante -le haría más justicia denominarlo “rehén”- dispone de un margen de maniobra prácticamente nulo. A quien crea que cuando concurre a las urnas “elige” hay que avisarle que no es así. Eligen los popes de los partidos. En el cuarto oscuro no se “elige” nada; las elecciones son el mecanismo de legitimación de la casta burocrática repartiéndose el poder.

La cualidad del peronismo es que, a diferencia del resto, tiene una permanente incorporación de dirigencia. Vaya la aclaración: no se trata de un elogio sino de una mera descripción de la realidad. La dificultad con la que debe convivir el peronismo es la cantidad de dirigentes que tiene y a quienes hay que saciar en sus pretensiones. Porque el peronismo no descarta, recicla e incorpora. Por eso, entre otros motivos, nunca se extingue.

Para el resto, lo que llamaremos “oposición” marcando una diferenciación meramente teórica, el problema es otro.

Los radicales, que cada vez son menos, sólo tienen dirigencia y el macrismo carece de tal. La imposibilidad de Mauricio Macri de tolerar a su alrededor personajes de mayor “seniority” política que él, construyó un anoréxico séquito que hoy, sin mencionar los enfrentamientos, no alcanza ni para cubrir las listas. El PRO, como le pasó a la UCeDé en su momento, no formó líderes; muy por el contrario, evitó con esmero su germinación. Solo prosperaron algunos laderos de las cabezas visibles, empleados ungidos por el personalismo de un puñado. Más de lo mismo.

A este panorama se suman liberales y libertarios, divididos en varios frentes, y los nacionalistas de NOS (todos aún en el proceso de formalización de sus respectivos vehículos partidarios) que han declarado su intención de sumarse a la pelea electoral de este año. A ellos les pasa lo mismo: carecen de personas reconocidas por la sociedad para conformar sus ofertas. Como no hay tiempo de ahora a las legislativas y menos a las PASO para construir figuras, miran con simpatía a quienes aporten nivel de conocimiento público propio. Esa es la vara de idoneidad que rige. No mucho, por cierto. Esta carencia está instalando una tendencia a intercambiar trayectoria por notoriedad y así van tentando gente.

La falta de dirigencia no es una casualidad cósmica; es producto del manejo que hacen los partidos políticos, que apuestan a seguir eligiéndose entre ellos y poniendo a sus dóciles. Habrá que mirar con detenimiento si las nuevas propuestas se atreven a la competencia o van también por el dedo. Porque hace tantos años que las listas se arman de esa forma, que el público lo toma como natural pero no tiene nada de natural que un puñado de burócratas decida quiénes nos van a representar.

La Argentina, lamentablemente, tiende a correr a los procesos de atrás; no aprende con el ejemplo, ni siquiera del propio; el “fujimorismo” como mecanismo de renovación política fracasó en la todos los países que lo aplicaron. Apelar a paracaidistas para solucionar un vacío es un mal recurso. Se pueden ganar bancas; se festeja el día de la elección, pero luego hay cuatro años por delante para arrepentirse de haber colocado personas inexpertas o poco calificadas en lugares donde se decide sobre la libertad y el patrimonio de las personas.

Que no nos haya ido bien con los políticos tradicionales no implica que probemos con el azar. Porque son los políticos profesionales los que, tras dinamitar la confianza en el sistema, ahora echan mano de este recurso. Son ellos mismos, conscientes de que sus caras no soportan más campañas. El problema son ellos, no el sistema republicano que, aún imperfecto, es hasta ahora la forma más civilizada que encontró occidente para organizar la vida en sociedad.

Entonces, porque el responsable de nuestra decadencia no es este sistema político, tampoco debería alentarse la anarquía sino el impulso a reemplazar a estos inescrupulosos que lo tomaron por asalto por personas probas que reinstalen los valores de la Argentina próspera, con base en la idoneidad, como expresa la Constitución Nacional. ¿Cómo va a funcionar si ponemos una antropóloga a manejar la seguridad y a víctimas del delito en el Congreso, como si sus dramas personales las hiciera expertas en el tema? La ideología y la demagogia dominan las decisiones de estado y ahí no hay grieta.

La calidad de nuestro sistema político se pauperiza con la consecuencia directa de atraer a sus filas elementos lábiles y marginales, exactamente lo contrario a la necesidad. Se acercan a salvarse porque pertenecer a la casta política es sinónimo de privilegios, es cobrar un abultado sueldo sin importar las circunstancias, es acceder a una jubilación generosa, no a la miseria que cobra el grueso de la población y sin tener que litigar durante décadas contra el estado por deudas previsionales y actualizaciones; pertenecer a la casta política es impunidad.

A las puertas de otra elección en la que además el oficialismo viene acumulando destrozos, no se escucha una sola propuesta innovadora. Todas son consignas y slogans vacíos de contenido. Nadie le quiere poner el cascabel al gato. Nadie se anima a la cirugía mayor. Mientras tanto, el paciente agoniza.

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