Nuevos ataques a quienes defendemos la educación se están suscitando. Un debate que la Argentina resolvió con la Ley 1420 en el Siglo XIX vuelve a florecer pero de la peor y más básica manera: no estamos debatiendo cómo mejorar el pilar fundamental de desarrollo de la sociedad, sino cuestiones tan elementales como si los pibes pueden volver o no a las aulas.
El escenario es muy claro: tenemos por un lado un oficialismo y su brazo sindical en contra de que exista un plan educativo en un país que se abrió en más del 90% de los rubros y por el otro, una oposición responsable con la gobernabilidad y el futuro que considera a la educación como la base del progreso.
Distintos estudios cruzan tiempo de escolaridad con empleabilidad. A grandes rasgos, nos dicen que a mayor cantidad de meses en las escuelas recibiendo educación, mejores empleos acceden los alumnos. En este sentido, cabe preguntarse: ¿cuánto daño se les hizo a los niños y adolescentes argentinos quitándoles un año entero de clases, afectando sus derechos y condicionando su futuro?
En un total de días perdidos de clases en el mundo, el 86% se perdió en países en vías de desarrollo, mientras en los países desarrollados solo el 16 por ciento. ¿Acaso esto no explica en términos concretos y simbólicos las causas de desarrollo de las naciones? ¿Acaso no tenemos presente que días después del lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, los alumnos japoneses asistían a clases de todos modos? ¿Acaso ignoramos que países como Italia –en los que los índices vinculados al COVID son drásticamente peores que en Argentina- están retomando a clases?
La cultura es la mejor vacuna que puede salvar a los pibes del riesgo de la la violencia y las angustias que hoy están atravesando. Entre los jóvenes, el consumo de estupefacientes, el alcohol y la ansiedad en 2020 crecieron como nunca en la Argentina. Gran parte de ello es por la prohibición de una vinculación controlada que garantiza la escolaridad. Militar la no escolaridad, es militar la muerte cultural de una generación. Por estos motivos es fundamental poner toda la imaginación y creatividad para sostener la escuela.
Ejemplificando en criollo: hoy tenemos un gobierno que pone más imaginación y creatividad en encubrir sus falencias que en garantizar la apertura de clases.
¿Cuánta imaginación necesitaron para avalar el proyecto Artigas en el marco de la usurpación de terrenos? ¿Cuánto estómago necesitaron para restringir la despedida de familiares o instaurar Estados Policíacos que llegan a detener a una chica de 10 años por no usar barbijo en la calle?
Para las decisiones el Gobierno nacional tiene criterios unitarios para imponer y “federales” para lavarse las manos. Desconocen la realidad de escuelas rurales donde la matrícula es de menos de 10 alumnos, desconocen la realidad de las escuelas de pueblos y ciudades pequeñas en donde la transmisión del virus es baja o en municipios donde los alumnos no utilizan transporte público para asistir a clases por la cercanía. Y así y todo, las grandes urbes con una metodología y una fuerte alianza de la comunidad educativa bienintencionada están preparadas para la vuelta a la escuela.
El 50% de los chicos no termina la escuela en tiempo y forma, y muchos no la terminan nunca. Y en el caso de que la terminen, un gran porcentaje lo hace sin estar capacitados en cuestiones tan básicas como comprensión de texto, idiomas entre otros. Un parate como el que se vivió en 2020 multiplica esas falencias de forma inconmensurable. Condicionando la vida entera de los chicos y sus familias, la no presencialidad desordena la vida familiar y le resta importancia al rol clave de los docentes: hoy el Ministro Nacional y sus cómplices sindicalistas menosprecian a los maestros intentando hacernos creer que un zoom puede reemplazar el proceso de enseñanza.
A pesar de la opinión de quienes boicotean la educación, es urgente la vuelta de las clases. Lo piden los chicos, los maestros y los padres. Es un imperativo del sentido común y de todos aquellos que consideramos que con una mejor educación vamos a tener un mejor país. Es hora de que se ataque menos a los que pensamos distinto y se enfrenten los problemas educativos que padecen muchos argentinos.
*El autor es presidente de Jóvenes PRO Argentina
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