Hace dos meses se realizaron en los Estados Unidos las quincuagésimo novenas elecciones presidenciales, cuya disputa estuvo entre el demócrata Joe Biden y la reelección de Donald Trump a través del colegio electoral. Además se eligieron 34 senadores y la totalidad de la Cámara de representantes (diputados).
Este proceso se llevó a cabo en medio de la extraordinaria pandemia del COVID-19 que azota al mundo. Sin duda, este fenómeno jugó un papel trascendente en la elección y en la capacidad gestión de los líderes del mundo.
Los pone a prueba en sus capacidades de administrar la mayor crisis sanitaria, la gravísima crisis económica a nivel global, la violencia institucional y la crisis en los liderazgos. Estados Unidos no fue ajeno a esto, y una elección que predecía a principio de año la reelección de Trump, tuvo un vuelco hacia la figura de Joe Biden y Kamala Harris consagrándose en un triunfo virtual cuatro días después de las elecciones del 3 de noviembre.
Joe Biden obtuvo más de 81 millones de votos, sobrepasando a Trump por más de 7 millones, convirtiéndose así en el candidato presidencial más votado de la historia de los Estados Unidos. Fue un récord de participación electoral.
Sin embargo, las disputas legales interpuestas por Donald Trump y las teorías conspirativas en torno al resultado empañaron un proceso que debería ser transparente y claro para la confianza de los ciudadanos. Resultados sólidos con una diferencia que legitima cualquier elección, en este caso viene teniendo el sistema electoral americano algunos traspiés con el paso de las elecciones, si recordamos el caso de la votación de Hillary Clinton, o de Al Gore, cada uno con sus especificidades. Entonces, está claro que allí radica un punto crítico que deberá sortear el nuevo gobierno de Biden, cuya tarea será reconstruir la confianza en el sistema electoral.
La elección del Colegio Electoral fue ratificada en el Senado el 6 de enero pasado. Sin embargo, los acontecimientos del asalto al Capitolio en Washington conmocionaron a todos. Sin duda, que la democracia republicana más estable del mundo padezca el ataque de un grupo de fanáticos ha sido una llamada de atención para aquellos que defendemos la democracia.
Está claro que el escenario social en el que asumirá Biden y Harris no es el más deseable. Una sociedad divida y dañada tras los años del populismo de Trump implicó poner en jaque a las instituciones democráticas al extremo de invadirlas con el poder de fuego que tuvo siempre Trump: la desinformación y el ataque a los valores democráticos. Restaurar la legitimidad de la política es el principal factor de recuperación de una democracia estable.
Los países latinoamericanos no somos ajenos a esto. Durante los últimos diez años la región ha experimentado altibajos en la calidad democrática de sus gobiernos. Populismos de izquierda y de derecha en Argentina y en Brasil, crisis de gobernabilidad, como ocurrió en Chile o en Perú, y la consagración de la dictadura en Venezuela que se mantiene con el respaldo de Cuba, China y la Federación Rusa.
Es triste la involución que transcurrió los procesos de apertura política y económica que se vivió en la primera etapa del siglo en la región y cómo solo algunos países como Uruguay respiran estabilidad democrática, los demás países fluctúan entre los intentos de fortalecimiento de las instituciones y sus sociedades fragmentadas. Sin duda, lo que pase en el gobierno de Biden nos dará pistas acerca delas oportunidades que tendremos en la región de encaminar hacia sociedades abiertas y democracias participativas.
Durante la sesión en el Senado de la certificación de la fórmula presidencial de los Estados Unidos, el ex candidato a presidente Matt Rommney, que en febrero pasado había sido el único senador republicano en votar a favor del impeachment de Trump, destacó dos cuestiones trascendentes. Por un lado, responsabilizó al presidente de los incidentes y consideró un ataque sin precedentes a la democracia. También anunció una clara división interna en su partido, el republicano, acerca de los seguidores de Trump y los otros que aprecian la democracia.
Del otro lado del Congreso: en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi preparaba a todo su bloque, el demócrata, para promover un segundo impeachment a Trump. Fue así como esta semana lograron un número superior de votos al necesario para iniciar el proceso de juicio político al presidente de los Estados Unidos. Ambos actores políticos son clave en el proceso que le toca andar a Biden hacia la investidura presidencial.
Todos los ex presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, George W. Bush, Bill Clinton y Jimmy Carter denunciaron el asalto al Capitolio. Junto a los líderes del Capitolio lograron el claro mensaje político del lugar que deben tener las instituciones en la democracia, siempre por encima de asuntos partidarios o cuestiones especulativas de coyuntura. Ellos proponen acciones políticas arriesgadas pero sin duda convencidos que la política no es un juego individual.
Será entonces el momento de que Estados Unidos nos de un ejemplo de práctica democrática y de conducta soberana. Con la experiencia de Trump en el poder sabemos que los lideres populistas carismáticos no son producto solo de “países bananeros”, sino que es un trabajo diario el de crear sistemas estables, ya que la tentación del hombre todo poderoso está a la vuelta de la esquina.
*La autora es diputada nacional de Juntos por el Cambio (UCR), miembro de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados.
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