Gustave Flaubert (1821-1880), francés, considerado uno de los mejores novelistas occidentales, autor de la novela Madame Bovary, sobresalió por la interminable búsqueda de la palabra exacta, destacó: “El futuro nos tortura y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente”.
Los 365 días que dejamos atrás fue, sin lugar a dudas un año “horribilis”, para el olvido, en el que las palabras de Flaubert cobraron una inusitada actualidad para todos los argentinos: se nos está escapando el presente.
El futuro de nuestra nación nos tortura por el pasado aberrante que nos condena en el presente, haciendo de Argentina el país número 149 en el ranking de 180 países con más Libertad Económica, según la Fundación Heritage de EEUU en base a cuatro indicadores: reglas de la ley, tamaño del Estado, eficiencia regulatoria y apertura de mercado.
El puesto 149 que ocupamos nos coloca entre los peores países del mundo en lo que hace a la promoción de oportunidades económicas, empoderamiento individual, y prosperidad, lo que confirma la íntima relación que hay entre la libertad económica y el progreso, aspecto que neciamente nos negamos a valorar en su justa medida.
Ese resultado no es causal. Argentina fue el país más rico del mundo en 1895, manteniéndose hasta 1945 entre las principales potencias. Desde hace 75 años venimos retrocediendo cada año un poco más.
Hay algo en nuestra “forma de ser” como nación que nos empuja hacia abajo. Somos el país que mayor cantidad de defaults tuvo y el que más recesiones acumuló desde 1945 en adelante. Nos siguen de cerca Congo y Zambia.
Por décadas, el ROMPAN TODO ha sido parte de nuestra cultura, hasta alcanzar al año que está dando sus primeros pasos en medio de una pandemia global que no para de azotar a todas las naciones llegando en breve a los 100 millones de infectados comprobados a nivel mundial.
No es el gobierno actual el culpable de todos nuestros males. No son Cristina ni Mauricio. Somos todos. Es el pasado que nos encadena año tras año y nos aleja de un presente próspero y de progreso. Son las malas prácticas que como nación no supimos ni pudimos superar. Valgan como ejemplo las jubilaciones de privilegio (o híper privilegiadas) que se contradicen con los argumentos que motivaron la sanción del impuesto a la riqueza: ¿sólo “colaboran” unos pocos?
Frente a esto me pregunto: ¿no tienen la obligación moral y ética nuestros dirigentes que cobran dietas más jubilaciones varias veces millonarias de hacer su parte?, ¿No deben mostrar en los hechos lo que dicen con sus palabras? Ni qué hablar de los funcionarios que tienen la “costumbre” inveterada de colocar a sus amigos, familiares y/o empleados, en puestos pagos por el Estado y solventados por todos los que pagamos nuestros impuestos.
Este tipo de conductas rompen todas las reglas éticas y como sociedad no deberíamos permitirlas. Son prácticas aberrantes que se toleran en silencio. Y eso es culpa de todos, no solo de los autores materiales del desfalco serial del Estado.
Con un agregado: también son un fuerte combustible para el fuego interno del movimiento de los indignados criollos que cada vez toma más impulso.
La serie de Netflix “Rompan Todo”, más allá de que su temática explora el legado del Rock Latino a lo largo de seis capítulos, es un excelente ejercicio para recordar los años negros de la represión en América Latina, pero especialmente con lo sucedido en nuestra Nación a consecuencia de la dictadura militar y la forma en que se recuperó la democracia. Rememorar lo que dejamos atrás, la sangre que corrió y todo lo que nos pasó hasta recuperar el derecho a votar, para ver hoy a una parte significativa de la clase dirigente escribir la versión política de “Rompan Todo” resulta lamentable. Pero también puede ser un ejercicio para analizar lo que queremos para nuestro futuro y lo que no.
La importancia de concurrir periódicamente a las urnas revive la necesidad de repasar lo que hemos hecho con nuestra libertad de elección, y por sobre todas las cosas por qué votamos lo que votamos en una política de comida de avión, donde pollo o pasta son las dos opciones para “llenar el estómago”. Esta dualidad implica que nuestra política se encuentre en un estado actual de bloqueo permanente, donde los dos sectores mayoritarios defienden posiciones antagónicas. Con lo cual terminan obstruyéndose los unos a los otros.
No se genera el consenso necesario para progresar, porque prima la rivalidad, el bloqueo del adversario político. El querer verlo “preso”. Oficialismo vs. oposición termina siendo una pelea callejera sin perjuicio de quien ocupe el sillón de Rivadavia, que el resto de la ciudadanía observa absorta y sufriente.
Lo llamativo de esto es que mientras nos siguen imponiendo impuesto tras impuesto, carcomiendo las bases económicas que dan trabajo real a los argentinos, cierta clase de dirigente le sigue chupando la sangre al Estado (a todos nosotros), con jubilaciones millonarias, puestos de trabajo públicos para sus empleados particulares, uso de los bienes públicos como si fueran propios, más un largo etcétera de prácticas inveteradas que no solo hemos permitido, sino también apoyado al seguir votando ese tipo de dirigencia política.
No se valora la ética ni la moral porque en nuestra sociedad ser “correcto, ético y moral” no paga. No suma votos. Y eso, precisamente eso, es lo que nos hace a todos los que votamos responsables de ser lo que somos como nación: un fracaso.
Por tales circunstancias, las elecciones que se realizarán este año se convierten en la batalla más importante de cara al futuro, que terminará definiendo las prioridades del gobierno, porque ganar esa elección garantiza la continuidad del modelo. Perderla, su ocaso.
Los pobres de nuestra Nación han quedado relegados a la periferia de la sociedad, sin servicios básicos, sin una educación adecuada que alcance tanto a los adultos como a los niños que habitan esos márgenes paupérrimos, sufrientes y empobrecidos. Son los verdaderos rehenes de la pelea callejera de nuestra clase dirigente.
Estamos muy lejos del aciago 24 de marzo de 1976 cuando, golpe militar mediante, se depuso a los tres poderes constitucionales del Estado. Recordar este tipo de acontecimientos revitaliza la importancia que debemos dar a nuestras instituciones y a la supremacía de la Constitución Nacional, como pacto social al cual todos debemos someternos por igual.
En ese marco es que nuestros dirigentes tienen la obligación de comportarse “más” éticamente que el resto de la ciudadanía y dejar de romper todo a su paso.
La Argentina del rompan todo ha sido un tobogán cuesta abajo que nunca detuvo su caída, salvo algunos pocos lapsus; cada año tuvimos más y más pobres. Cada año las instituciones se fueron marchitando un poco más. Y año tras año la clase dirigente se ha devaluado más.
La maldita grieta, que no tiene vacunas que la aplaquen (como el Covid-19), no para de hacer estragos. La grieta es una herramienta muy útil para ganar una elección, pero absolutamente inservible a la hora de gobernar. Si se gobierna para ganar una elección, lo único que se consigue es que se nos vuelva a escapar el futuro. La dinámica de la grieta, apalancada por los cuadros duros del pollo o pasta socava las posibilidades de diálogo y consenso que pregonan los sectores moderados de cada lado de la fosa agrietada de nuestra nación.
Como en todo año electoral, lo que predomina es la necesidad de ganar la elección, frente a la necesidad de reparar a la nación rota por las cinco pandemias (salud, economía, educación, instituciones y seguridad).
Ganar para unos importa tanto como generar las mayorías necesarias para modificar la Constitución, designar jueces, y promulgar leyes que favorezcan al electorado necesitado de más y más asistencia estatal. Para los de la vereda de enfrente salir triunfantes de la contienda electoral, importa poner un freno a todo lo anterior y equilibrar las fuerzas, para la próxima elección presidencial.
Todo un desafío para el momento en que debamos ir a votar nuevamente ya que el clientelismo político a cambio de un plato de comida es una realidad que no se puede seguir negando. Y este es un fenómeno que se da a lo largo y a lo ancho de todo el país.
2021 va a ser un año difícil de transitar, en parte por el rebrote pandémico, la falta de una cantidad suficiente de vacunas para inmunizar a una parte significativa de la población, y por las dificultades económicas que venimos arrastrando por décadas y que terminaron colapsando el annus horribilis que acaba de terminar.
En este contexto, la contienda electoral vuelve a marcar la agenda y se comete el pecado capital de gobernar para ganar la elección, no para solucionar los problemas que vienen de arrastre. La realidad que enfrentamos es, además de compleja, incierta.
Y mientras la política discurre su día a día pasan este tipo de cosas: delincuentes torturaron a una mujer de 93 años y la dejaron en grave estado. Ocurrió en Bernal dentro de la fábrica de la que la víctima es dueña. La golpearon en todo el cuerpo, la asfixiaron, la ataron con cables y hasta amenazaron con amputarle los dedos.
Por este tipo de hechos debemos entender que se debe gobernar para solucionar los problemas de una Nación rota, por el respeto de las instituciones y de la ley, porque vayan presos los que tengan que ir y, por sobre todas las cosas, para que hechos calamitosos como la tortura de una anciana de 93 años, no se repitan NUNCA MÁS.
El autor es abogado, autor de numerosos libros y publicaciones
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