Señor Presidente: usted sufre

Fernández nos mandó a los periodistas a hacer psicoanálisis. Me atrevo a decir que quien recomienda con tanta vehemencia esta terapia a otro es, también, un alguien que sufre, sufrió o conoce mucho del sufrimiento

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El gran profesional Juan David Nasio enseñó que el que se acerca al psicoanálisis, sufre. Este notable rosarino, médico y maestro de psicoanalistas, becado en Francia de muy joven, discípulo, traductor y colaborador de Jacques Lacan me dijo en una entrevista para Infobae: “El psicoanálisis tiene una condición primaria para que funcione: tengo que sufrir. El que se tiene que psicoanalizar tiene que ser un ser que sufre y que se pregunte. No puede analizarse así porque sí. No es una experiencia intelectual.” Sin permiso de mi coterráneo, me atrevo a decir que quien recomienda con tanta vehemencia esta terapia a otro es, también, un alguien que sufre, sufrió o conoce mucho del sufrimiento y, en todo caso, quiere compartir el camino de superar ese estado.

Alberto presidente (nunca me atrevería a opinar de su situación personal), sufre. Es evidente. Y su envío a los profesionales de la salud mental podría ser visto como un gesto de magnanimidad para no tener que concluir que es un inadmisible atropello a la libertad de expresión.

Fernández nos mandó a los periodistas a hacer psicoanálisis. “Hay un periodismo alocado que necesita terapeutas para sacarse el odio que cargan encima”, disparó ante un colega que no atinó a consultarlo si también él mismo debía pedir una sesión. Mucho menos, ofrecerle una consulta al primer magistrado que con saña -si no odio: “periodistas que dividen y hacen naufragar al país”-, describió la tarea que realizamos. El maestro Jorge Asís (me) pide que cuando opinemos sobre el sucesor de Mauricio Macri evitemos el archivo. Dice que es muy fácil encontrarle contradicciones al mayor crítico que tuvo su compañera de fórmula y sus políticas y que deberíamos empinar el criterio de señalamiento para no caer en la sencilla, aunque verdadera, diatriba fácil. Sin embargo, con sólo tomar la entrevista en la que nos prescribe terapia, el gesto recordatorio deviene imprescindible.

Resulta que ahora el fiscal Alberto Nisman se suicidó: “Yo estoy convencido de que fue un suicidio, después de dudarlo mucho ¿eh?, no voy a mentir…”. El presidente, el mismo que dijo “Yo dudo que Nisman se haya suicidado” cambió su estado de seguridad luego de un año de sentarse en el sillón de Rivadavia. ¿Sabe el profesor de derecho penal Fernández que opinar desde esa poltrona sobre una causa judicial no cerrada podría lucir como intromisión de un poder sobre otro? ¿Su convencimiento es epifanía o acceso a una información privilegiada sobre el caso? Si es lo primero, no hay citación judicial que produzca una prueba celestial. Si es lo segundo, quizá que debería ser volcada en el expediente luego de la convocatoria del fiscal que se anoticia de la convicción de que un caso semejante quedó develado.

Apelando a una dispensa más del maestro Asís, el doctor Fernández se encoleriza (hoy se recurre a la sutileza de escritura) con la Corte suprema a la que acusa de no tener la misma “velocidad de investigar a Macri como hace con Boudou”. De allí, podría surgir que el problema no es que haya o no delitos que, según el primer magistrado, no se niegan. De Macri, se sabe (hasta ahora) que Fernández lo cree delincuente. De Boudou, salvo otra Epifanía o acceso a la información privilegiada mediante, también. Hoy se achaca la velocidad con la que lo investigan pero no el plexo delincuencial que a Fernández lo llevó a decretarle en 2014 “game over” al ex vicepresidente: “demasiados fallos judiciales que le restan razón a los argumentos con los que (Boudou) ha pretendido protegerse y son muchas las mentiras que se le han verificado”, dijo.

El presidente sufre. De contradicción reiterada.

Ya se han leído aquí en Infobae las fundadas crónicas de editorialistas que explican la tensión entre el cristinismo molesto con la marcha de la gestión de Alberto. No vale la pena reiterarlas. La contradicción es tensión que hace sufrir. Sí vale la pena apostrofar algo relacionado con el poder judicial. Aquí, presidente y vice coinciden. Han lanzado un ilegal juicio político virtual contra los miembros de la corte. Las epístolas de CFK y los dichos presidenciales sobre el tribunal, impúdicos a la vista de la división de poderes, son la brutal expresión de lo que quieren. Que se vayan Rosenkratnz, Lorenzetti, Highton, Maqueda y Rosatti. No hay medias tintas y la corte debería dejar de darle vueltas a este tema. Van por ellos. Ya circulan dossiers encargados por el poder para vincular a algunos con los servicios de inteligencia a los que se les achaca persecuciones personales por parte de los jueces. Sin embargo, los cañones aparecen de movida apuntados a dos supremos. Ricardo Lorenzetti, claro, detestado por la doctora Kirchner de forma explícita, y la doctora Elena Highton de Nolasco. A ella, cuentan los que escuchan en privada confianza al presidente, no se le perdona “la traición”. De vínculo aceitado con el primer magistrado y su ministra de justicia, sus fallos titubeantes (según el fanático criterio de “estás conmigo o en mi contra”) le espera una andanada de críticas para torcer su permanencia en la corte. Le ofrecerían una salida por su edad para “evitarle” un mal momento. Dicen que sería cuestión de días.

Sí, el psicoanálisis cura es un estupendo libro que publicó Juan David Nasio hace un par de años en editorial Paidós. Hablando de él, el profesional comentó que la terapia supone “una experiencia emocional fuerte donde yo me comprometo. Es una relación fuerte. No es una relación intelectual de reflexión”. Quizá su envío a los periodistas al diván o a la camilla psiquiátrica no sea más que otro reflejo presidencial tan estudiado, el del espejamiento, que le sirva para meditar profundo y comprometido para saber qué y quién es el que dice qué y cuáles cosas. Y sobre todo, por qué las dice.

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