El judaísmo no es ni verde ni celeste. Nunca lo fue. Fiel a tener una visión del mundo desde otra perspectiva y a trabajar espiritualmente por la búsqueda del equilibrio invita, desde su propia génesis, a tener una mirada alternativa a la que mandan los ojos. A correrse de los extremos, a validar la diversidad de voces, a integrar la multiplicidad de colores y a celebrar las diferentes verdades. La única y última verdad no nos es revelada. Cada uno en su libertad individual representa apenas una parte de “La verdad”.
En este espacio de cada domingo, intentamos extraer alguna enseñanza de la porción semanal de la Torá que se lee cada Shabat. Sin embargo, la reciente sanción a la ley de interrupción del embarazo nos llama a intentar explicar la visión tradicional de la Ley Judía (Halajá) respecto a este tema. Sólo para no perder la tradición de nuestra columna, el texto de esta semana lleva por nombre: “Vaiejí - Y vivió”. Una nueva prueba de que las casualidades no existen.
Para la tradición judía cuidar, valorar y respetar la vida es un valor y un mandato que precede a cualquier otro. El concepto talmúdico de “Pikuaj Nefesh” nos obliga a romper cualquier ley - sea ésta rabínica o incluso bíblica - si es con el fin de salvar una vida. La Mishná es el código de Ley judío más antiguo, el cual compila textos legales de más de 2.000 años. Allí el texto grita desde los milenios: “Kol hamekaiem nefesh ajat”, “Todo aquél que salva una vida, salva al mundo entero” (Sanhedrin 4:5). En el tema que nos ocupa es, sin dudas, una categórica posición Pro-Vida. Sin embargo, la misma Mishná se ocupa de enseñarnos a la vez la otra cara de la moneda. En caso de que el peligro de vida sea el de la madre, el aborto debe realizarse de manera obligatoria y es en ese mismo código legal donde se detalla la metodología y ejecución quirúrgica del mismo.
En la legislación hebrea, en este caso, romper cualquier ley con tal de salvar una vida implica ante todo preservar y guardar la vida de la mujer. De esta manera se aleja de las posiciones religiosas más conservadoras Pro-Vida que exigen continuar con el embarazo incluso a costa de ese riesgo. A la vez también se aleja de la posición más liberal Pro-Elección que habilita el aborto sin mediar causa de riesgo alguno. Las autoridades rabínicas modernas han avanzado en la definición del concepto “peligro de vida”. ¿Acaso el peligro de vida abarca solamente el riesgo o la posibilidad de la muerte? ¿Acaso no peligra la vida de una menor abusada o la de una victima de violación? ¿Qué sucede con el peligro de una vida en su dimensión no sólo biológica sino social, emocional, espiritual, familiar, de proyecto o de sentido?
Esta posición intermedia entre Pro-Vida y Pro-Elección, por un lado, se ubica a distancia de las voces que no reconocen el potencial milagroso de vida que contiene un embarazo y, por el otro, la de no reconocer las múltiples y complejas decisiones y peligros de vida que conlleva en ciertas circunstancias continuarlo. Un lugar que nos aleja de frases, imágenes, expresiones y posiciones extremas de un lado y del otro, que sólo obedecen a fanatismos antiguos y nuevos, a la utilización política de una temática tan sensible, y a la profundización de grietas inútiles en una sociedad ya fracturada. Para algo tan sagrado como la evaluación de lo que significa en última instancia “vivir”, necesitamos ser más racionales y menos pasionales. No permitirnos dejarnos llevar por las emociones, sino por una mirada reflexiva acerca de “toda vida por venir”.
Por una vía podemos expresar las posturas culturales, filosóficas y religiosas de las diversas cosmovisiones del mundo. Pero lo que se debate en la ley recientemente aprobada va por otra vía. Esta es una política necesaria de Salud Pública. Se trata de despenalizar una realidad que exige cuidado y atención médica segura junto a una contención compasiva, ya que en ningún caso se llega a una decisión de esas características sin estar atravesado por el dolor y el quiebre emocional. A la vez, un país devastado por la marginalidad, la pobreza y la desigualdad social y educativa exige campañas de educación sexual, de ayuda para el alcance a métodos de anticoncepción y protección a mujeres abusadas, a veces dentro del mismo círculo familiar. Menores obligadas al horror de abortos clandestinos o empujadas a parir sin haber empezado siquiera a tener la capacidad de elegir como una adulta, el futuro de su propia vida.
Ambos trenes no necesariamente deben colisionar. Por un lado, la ley contemplará la objeción de conciencia tanto personal como institucional. Por el otro, mientras el brazo político del Estado deberá aprender a garantizar la salud y la atención médica apropiada para situaciones tan dolorosas, el brazo amoroso y espiritual de la religión deberá aprender a abrazar a cada alma que necesita ese susurro de contención.
Amigos queridos. Amigos todos.
El Rabí les preguntó a sus discípulos: “¿Saben por qué Dios inventó el tren? Para traer alumnos a nuestra Casa de Estudio!” Entonces un joven dijo: “Pero Rabí, por la vía de enfrente hay trenes que van hacia el sentido contrario…”. A lo que el sabio respondió: “Exacto hijo. Ese es el desafío”.
Hay vías que llevan al camino de la búsqueda religiosa o espiritual que necesita cada alma. Otras vías llevan a la búsqueda de garantizar la seguridad física y jurídica que necesita cada individuo.
El desafío en una sociedad agrietada es reconocer que sólo alcanzaremos a tener, a vivir y a representar apenas una parte de “La verdad”. El tren de la verdad propia avanza a fuerza de ideales y convicción. La imagen que necesitamos incorporar es la de la estación donde todos los trenes se detienen a descansar, cada uno baja a la misma explanada, se sienta en el mismo banco a conversar un rato, esperando el próximo tren.
Seguí leyendo: