“¿Quién de nosotros escribirá el Facundo?”
(Respiración artificial, Ricardo Piglia)
El tamaño de la ausencia
El fallecimiento de Carlos Escudé impactó en el mundo de las ciencias sociales. De sólida formación académica, prolífico autor de textos sobre teoría de las relaciones internacionales y estudioso de los dilemas de cooperación y conflicto en la región, Escudé fue también un ácido polemista sobre tópicos fundamentales de las agendas políticas internas y externas de la Argentina.
Su relevancia académica es tal que los expertos aseguran que es el teórico latinoamericano de las RRII más citado luego de Juan Carlos Puig, cuyos textos sobre la autonomía heterodoxa impactaron durante los 70 en los análisis de política exterior.
El trabajo de Escudé sobre el nacionalismo patológico de la cultura latinoamericana -con foco en la construcción de las identidades nacionales por parte de las élites, usando el sistema educativo (y, particularmente, los manuales escolares) para generar conflictos limítrofes- es un hallazgo que explica buena parte de los conflictos subregionales del siglo XIX y el XX.
Su esfuerzo para pensar (y producir) teoría de las RRII desde la periferia fue excepcional. Los 15 volúmenes de su historia de las relaciones exteriores de Argentina (disponibles gratuitamente en la web, coordinados con Andrés Cisneros y para los que consultaran especialistas de toda perspectiva) son una generosa herramienta de gran utilidad para los interesados en esa materia.
La experiencia de Escudé con la política exterior argentina es inusual. Habiendo generado un corpus teórico sólido fungió durante los años 90 como asesor principal del ministro de RREE para implementar y defender una mirada particular del escenario internacional y de las oportunidades de dicho escenario para la Argentina.
Esa condición anfibia -con prestigio académico y poder político- lo convirtió en un actor sumamente relevante para la diplomacia argentina, en un país con una desafortunada y larga tradición de desencuentros, desconfianza e indiferencia entre académicos y policy makers.
Sin embargo, sus logros académicos y políticos estuvieron lejos de complacer todas las perspectivas. Así, sostengo que algunos de los postulados del realismo periférico (como el alineamiento automático al hegemon) resultan inconvenientes para un país periférico, limitando a priori la capacidad de negociación e incorporando peligrosamente a un actor menor en un escenario de disputa internacional ajeno a su agenda política y económica.
Ya en torno a sus recomendaciones para la política exterior argentina, rechazo su postura a favor de la aquiescencia en la cuestión Malvinas y su entusiasmo por el efímero nuevo orden internacional posterior a la guerra fría. En mi opinión, su saludable crítica a las falacias antropomórficas en la política exterior (“la Argentina no tiene rodillas”) no estuvo exenta de contradicciones, al afirmar que el hegemon guardaba una memoria personal de las heterodoxias periféricas.
Ciertas iniciativas, como el retiro intempestivo de la Argentina del Movimiento de No Alineados, mostraron con claridad los riesgos de los (Escudé dixit) entusiasmos pedagógicos frente al mayor atributo de toda estrategia diplomática: la moderación. Su obsesivo rechazo a la matriz hegeliana de cualquier noción comunitaria de la sociedad situó a algunos de sus textos en un contractualismo primitivo y un individualismo de corte ramplón.
No exenta de limitaciones o contradicciones, su producción teórica fue genuina e innovadora, logrando insertarse en el competitivo mercado de la producción teórica de las RRII, dominado por la academia anglosajona y donde resulta inusual la aceptación de herramientas hermenéuticas provenientes de América Latina.
Aún dentro de los límites del paradigma realista, los trabajos de Escudé llamaron la atención sobre las variables intangibles (como la cultura política local) y los factores domésticos (el régimen político) en la definición de una estrategia diplomática. Con razón, pero en soledad, señaló zonas oscuras de nuestra historia (como las implicancias de la neutralidad en las guerras mundiales) que ahora son parte del sentido común del debate político argentino.
Otras miradas sobre su obra
Para evaluar el impacto de su obra, consultamos a reconocidos expertos en el campo de las relaciones internacionales, tales como Juan Gabriel Toklatián, Anabella Busso y Federico Merke.
Les preguntamos si consideran que el realismo periférico es sólido e innovador desde el punto de vista teórico, si el seguidismo mejora o empeora la capacidad de negociación de un país, si algunas diplomacias latinoamericanas estuvieron condicionadas por elementos intangibles de su cultura política local y si ciertas recomendaciones del realismo periférico (evitando o postergando el desafío hegemónico y concentrándose en el desarrollo económico) estarían presentes en la diplomacia china.
Juan Gabriel Tokatlian (PhD Johns Hopkins University, Vicerrector de la UTDT) afirma que hoy es habitual hablar de teorías o conceptualizaciones de relaciones internacionales (RRII) generadas y difundidas en el Sur Global. En el ocaso la Guerra Fría y cuando el Tercer Mundo seguía siendo la denominación que se le daba a una vasta porción del mundo no había muchos aportes teóricos provenientes de la periferia que fueran considerados relevantes en los estudios de RRII.
En ese contexto, la contribución del “realismo periférico” de Escudé en los 90s sobresalió notablemente, tanto en el país como en América Latina y en el plano extra-regional. Apenas un autor, Mohammed Ayoob, con una mirada en Asia, se aproximó en esos años al paradigma realista con una visión desde los have nots y denominó a la suya “realismo subalterno”. No por azar sólo Escudé y Ayoob fueron incluidos en un volumen editado por Stephanie Neuman sobre teorías de relaciones internacionales y Tercer Mundo. Sin duda, el texto original de Carlos fue consistente y creativo desde el ángulo teórico y alentó un diálogo académico muy fecundo para la evolución de las RRII en la Argentina.
Una cuestión clave que recorre buena parte de la obra de Escudé es la autonomía; su naturaleza, alcance y puesta en práctica. En esencia, en América Latina en su conjunto la autonomía y su praxis ha ocupado un lugar decisivo en los debates teóricos y políticos. En aquel contexto de la inmediata Posguerra Fría, Escudé, como de hecho otros especialistas en la región, asumió que históricamente el país había hecho un despilfarro de autonomía y su alternativa, ante lo que en ese momento era una condición de unipolaridad, era un plegamiento estrecho a Estados Unidos.
A mi entender, y esto lo hemos trabajado y seguimos trabajando con mi amigo y colega Roberto Russell, Escudé en realidad se ubicaba entonces más cerca de aquellos que se inscriben en lo que llamamos la “lógica de la aquiescencia” más que en la “lógica de la autonomía”.
Ambas remiten a una condición de asimetría: mientras la primera implica una adaptación deliberada a un contexto restrictivo en el que el vínculo con el más poderoso es esencial, la segunda procura ampliar los márgenes de libertad y reducir la subordinación a la gran potencia.
Creo que, para entender mejor el lugar de China en la política internacional, en general, y el de la política exterior argentina, en particular, es más promisorio ir al “primer” Escudé de las relaciones triangulares Estados Unidos-Gran Bretaña-Argentina que al Escudé del “realismo periférico”.
Básicamente, sus investigaciones en torno a dicho triángulo son muy trascendentes para entender las dinámicas, fuerzas y procesos que hacen a la transición de poder, influencia y prestigio en el plano internacional. Hubo factores estructurales que mostraban un auge de Washington y el declive de Londres.
Con ese mismo prisma hoy resulta vital entender la transición en marcha--sus singularidades, contradicciones, manifestaciones--entre Washington y Beijing con especial comprensión de los componentes estructurales que la caracterizan. Eso es de gran importancia para la Argentina. En sus últimos escritos Escudé observó este fenómeno y quizás ahora su recomendación política y diplomática sería muy diferente a la de los noventa.
Anabella Busso (UNR, Flacso, Conicet) afirma que la obra del realismo periférico -más allá de acuerdos y desacuerdos- es un trabajo de envergadura, tiene una racionalidad y sistematicidad notables, que está basada en las investigaciones previas llevadas a cabo por Escudé sobre la política exterior argentina, lo que le permitió teorizar sobre las condiciones en que se lleva a cabo dicha política en el caso de un país periférico e irrelevante estratégicamente.
Si bien no coincido con todas sus afirmaciones (en particular, con los casos que usa como ejemplos positivos de esa estrategia), destaco el interés de Escudé en las falacias antropomórficas y el foco en las variables intangibles (como la ideología, las percepciones de las elites y la identidad cultural) en la política exterior -por fuera de los atributos materiales- una dimensión que sería estudiada por perspectivas teóricas posteriores.
Un tópico en el que disentimos -asegura Busso- fue en su postulado promoviendo la aquiescencia, ya que noté que en su perspectiva no sólo era funcional en el caso de los EEUU, sino que también era propuesto posteriormente al evaluar la influencia china en América Latina. Mi mirada es diferente y postula para los países periféricos intentar la construcción de espacios autonómicos, luego de una evaluación de costos-beneficios.
En nuestras conversaciones, Escudé afirmaba que la estrategia diplomática china -a partir de las recomendaciones de Deng Xiaoping- había sido exitosa al postergar el desafío hegemónico y concentrarse en el progreso económico, en coincidencia con los postulados del realismo periférico. De gran formación académica, con una provocadora personalidad, pero humilde y honesto, Busso afirma que Escudé ayudó a que se prestara atención a las opiniones de muchos expertos desconocidos que él citaba generosamente en sus textos.
Federico Merke (Warwick, PhD Flacso, director CP/RRII Universidad de San Andrés) sostiene que el realismo periférico ha sido un aporte fundamental al campo de los estudios internacionales en la Argentina y se convirtió en el segundo polo de atracción intelectual junto con la noción de autonomía desde la periferia. Desde entonces, los dilemas de política exterior argentina han girado en torno a si es conveniente o no acercarse a las grandes potencias o si es mejor entablar lazos más sólidos con el sur global o la región. Pero hay más.
El realismo periférico tuvo la originalidad de plantear para qué se hace política exterior, a quién sirve y qué puentes concretos puede establecer entre lo externo y lo interno. Un país en desarrollo, sin poder y periférico como la Argentina, decía Escudé, no debía jugar a la realpolitik sino que debía pensar en cómo la política exterior debía servir para mejorar la calidad de vida de los argentinos. Su argumento fue tan sensato como provocador para un país cuya cultura diplomática no está puesta en el desarrollo sino en la reputación, el derecho y la seguridad internacional.
Creo que hay una versión reducida, de bolsillo, del realismo periférico que le atribuye la idea de que la Argentina debería callarse la boca y hacer lo que le pide el hegemon. No estoy convencido de que Escudé lo haya planteado en estos términos. Su argumento era que no estaba en el interés argentino desafiar la hegemonía y dar batallas que la Argentina no podía ganar, pero esto no implicaba que la Argentina no defendiera sus intereses materiales cuando estos estaban en juego.
El problema adicional es que la obra de Escudé sirvió de ropaje intelectual para explicar la política exterior de Carlos Menem, la cual quedó reducida, en los análisis posteriores, a las relaciones carnales con Estados Unidos. Este análisis, creo, es simplista. Deja de lado el hecho de que la política exterior de Menem nos trajo la ABACC, el Mercosur, el ingreso a la OMC, la ratificación de Tlatelolco, la firma del TNP, del Tratado de Roma y una renovada participación en las operaciones de paz de Naciones Unidas. Ningún presidente o presidenta abandonó algo de esto. Y Escudé fue un firme defensor de estas causas.
Creo que todos los países están condicionados por elementos intangibles como la cultura política, las ideologías o las identidades políticas. Escudé nos mostró con originalidad y pasión de qué manera el nacionalismo en América del Sur, por ejemplo, exhibe los rasgos típicos de toda construcción social, intersubjetiva, cuya narrativa fundamental descansó en el mito de las pérdidas territoriales. Por eso Escudé fue tan original, porque articulaba ciencia política, relaciones internacionales e historia de una manera muy audaz pero siempre fundada en datos, mapas y trabajo de archivo.
Una cosa es afirmar que China evitó, y aún evita, desafiar abiertamente a Estados Unidos mientras acumula capacidades y recursos de poder. Esto se llama comprar tiempo y es algo que no solo China ha hecho. El propio Estados Unidos se mantuvo alejado de la política de poder europea hasta bien entrado el siglo 20 mientras construía su poder naval e industrial. Otra cosa es afirmar que lo que hizo China lo hizo leyendo la obra de Escudé. Sobre esto tengo mis dudas. Sí sé de autores en China lo han estudiado en detalle. Probablemente, acá hay algo de branding por parte del autor. Me refiero a esto de ponerle un rótulo nuevo a algo que se viene haciendo hace tiempo.
El futuro
Extravagante, Escudé fue dueño de una personalidad solidaria que no le impedía practicar una arrogante intolerancia (algo que pude experimentar como alumno suyo), al tiempo que promovía con fruición el altercado académico. Tenía una virtud que me atrevo a calificar de tan infrecuente como saludable: detestaba la corrección política y abordaba con tanto desparpajo como erudición los temas tabúes de la discusión académica y política argentinas.
En una disciplina que en la Argentina de los años 80 se situaba al margen de la opinión pública, logró que sus consejos para las diplomacias de los Estados débiles y periféricos (en torno a la autonomía, la reducción de costos eventuales y las prioridades de la agenda de política exterior) generaran intensos debates teóricos (y políticos) que afinaron la producción académica en nuestro país y la región.
La academia (y la diplomacia) argentina tuvo su Escudé en los años 90, revitalizando una producción teórica que mostraba signos de tedio y generando una disputa colectiva sobre el sentido de la política exterior. Ahora, la disciplina de las relaciones internacionales goza de un inesperado y beneficioso auge. Los debates persisten en las redes sociales y en las versiones digitales de los diarios argentinos.
Aun rechazando la política exterior generada a partir del realismo periférico y parafraseando -en versión módica- la pregunta de Ricardo Piglia que inicia este texto, me permito preguntar: ¿quién será el Escudé de nuestra generación de académicos? ¿Quién desafiará los tabúes y los lugares comunes? ¿Quién unirá la reflexión académica con la práctica diplomática? Aún no lo sabemos.
El autor es diplomático
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