El Presidente Fernández parece haber resuelto su conflicto, eligiendo el kirchnerismo y no el peronismo, como muchos esperaban de él. Primero, la Patria, después el Movimiento, por último los hombres, dice el axioma peronista, pero el presidente Fernández eligió invertir los términos y poner primero a ambos Kirchner, Cristina y Máximo, al movimiento luego, tratando de conservar para sí la titularidad de un irreconocible PJ transformado por su gesto previo en un PK, y, por último, a la desorganizada Patria, que reclama una urgente reorganización económica y laboral para poder crecer, y a la que se ha vacunado políticamente, vaKunado una vez más, ante los incrédulos ojos de un 60 por ciento de los argentinos. El tema de las vacunas para enfrentar la pandemia resulta menor frente a la creciente fiebre kirchnerista, preocupada por las elecciones de 2021, de devorar toda resistencia y apoderarse de todo lo que caiga a mano, con la esperanza de salvarse, aún a costa de la destrucción nacional.
¿Dónde reside el poder del kirchnerismo para terminar de doblegar a un presidente y seguir intentando postrar, una vez más, un país? En un 30 por ciento de desesperados por planes que ya no alcanzan, en una mayoría variable en Diputados, una mayoría más sólida en el Senado, y en una red de funcionarios adictos en el Estado, que dependen del Poder Ejecutivo. Eso a Cristina Fernández de Kirchner solo puede alcanzarle con un Presidente obediente y, sobre todo, con un peronismo obediente. Pero el peronismo no la quiere, y por más cálculos electorales que muchos peronistas puedan hacer sobre sus destinos personales, a ninguno se le escapa que si las cosas siguen así, el kirchnerismo solo juntará más poder por defección de los que podrían enderezar el rumbo. Al peronismo le corresponde la primera línea de resistencia al kirchnerismo, poniendo como corresponde a la Patria primero, al Movimiento después y a los intereses personales de los hombres, en ultimísimo lugar.
Es del peronismo no kirchnerista de quien se espera hoy una rebelión manifiesta. Ese peronismo—hoy disperso en la Cámara de Diputados y en el Senado, en las gobernaciones e Intendencias y, mucho más específicamente, en las filas sindicales—no quiere una Argentina venezolanizada, con un Estado destruyendo toda posibilidad de inversión privada y, por lo tanto, de trabajo y de progreso real colectivo.
La rebelión ya ha comenzado, encabezada una vez más por las nuevamente atacadas entidades del campo, acompañadas por las empresas tanto exportadoras como por las productoras locales que precisan insumos importados. No tardaremos en ver la rebelión imprescindible para torcer rápidamente el rumbo: la de un peronismo que finalmente desaloje al kirchnerismo de un poder que jamás debió haberse dejado usurpar.
El peronismo no es un movimiento socialista y ya ni siquiera estatista, siendo su preocupación principal asegurar el trabajo y el bienestar de los trabajadores, solo posible con una intensiva inversión capitalista y una modernización y rediseño de los sindicatos para asegurar, a la vez, una máxima productividad y una protección cabal de los trabajadores. En las batallas que se avecinan para derrumbar el mito del inextinguible poder kirchnerista, los dirigentes sindicales más importantes serán los grandes aliados de las entidades productivas. Faltan los líderes peronistas que se anoten en la diferenciación pública entre peronismo y kirchnerismo, y entre una economía a la Venezolana o una economía capitalista y libre, abierta al mundo. Basta con uno que se levante, para que los demás lo sigan.
Ni siquiera se trata de hacer un partido, ni de preocuparse mucho por el PJ, sino de crear un irreversible movimiento hacia el orden y hacia la luz. Hay peronistas en todas partes, ni qué decir en la electoralmente exitosa coalición hoy en el poder, y también en la oposición, en los cuadros peronistas que revistaron junto a Macri y que hoy por fuerza tienen vuelo propio, todos además con representantes en Diputados y en el Senado, en las Gobernaciones y en las Intendencias de todo el país. Se trata, sí, una vez más, de un movimiento amplio, para servir a la Patria. De un movimiento que funcionará, como muchas otras veces en el pasado, como anticuerpo para destruir todo aquello que solo llevó al fracaso.
Si éstas son horas de dolor y desconcierto, también son horas de esperanza, en tanto ésta reside en la conducta honorable de todos aquellos que no se rinden, que no aceptan el robo y la distorsión de una historia, y que tienen la voz y el lugar para hacerse oír y valer.
No es Cristina Kirchner la persona más poderosa del país aunque actúe como si esto fuera cierto, creyendo quizá que con la ilusión y los velos amedrentará a los rivales, tal como ha sucedido en muchos casos en el pasado. Lamentablemente para ella y sus interesados seguidores, el poder real está en el conjunto del pueblo argentino con sus necesidades totalmente incomprendidas e insatisfechas y su frustrado impulso de producir, trabajar y crecer. Falta quiénes se alcen y representen debidamente a este pueblo, formulando un plan claro y dentro de un proyecto sencillo de comprender para todos.
Un movimiento, el Movimiento.
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