Un lío chino

Kreckler no estaría teniendo un retiro en amables circunstancias, y no es el único: ya son muchos los embajadores de carrera a los que se los convence de la conveniencia de jubilarse anticipadamente, dejando espacio a algún producto de la incubadora de la Cámpora

Luis María Kreckler (Telam)

Cuando la Vicepresidente dio a conocer su carta del 26 de octubre denunciando que había “funcionarios que no funcionan” se desató un tropel de barbas en súbito remojo y, veintitrés días más tarde, en su discurso del 19 de noviembre, advirtió que muchos tendrían que “ir buscando otro laburo”. Todos comenzamos a esperar los nombres de quiénes desfilarían hacia el previsible cadalso. Inmediatamente, el Presidente reaccionó convocando en Olivos a un encuentro festivo con un puñado de incondicionales, explicitando así a quienes quedaban bajo su ala. Luis Kreckler no se encontraba entre ellos.

Hay tres hermanos Kreckler en la diplomacia argentina, los tres del más elevado nivel profesional. Para quienes suponen que todos los diplomáticos se preocupan solo de la corbata y el coctel, estoy en condiciones de informar que los tres operan con la rapidez y eficiencia de ejecutivos de grandes empresas internacionales.

O de Cancillerías que funcionan de verdad, no como basureros nucleares de la política partidaria, para colocar a parientes o amigos. A mí no me lo contaron: durante nueve años me tocó trabajar directamente con ellos, con dos en el día por día, y sé de qué estoy hablando.

Kreckler no necesita que lo defiendan y no voy a hacerlo. A la Cancillería argentina y el respeto a las instituciones, sí: un país cuyo gobierno se tropieza a cada rato con sus propios pies, no despierta el respeto del mundo. Culpar a Kreckler por la falta de éxito en la adquisición de millones de vacunas supone una crasa ignorancia de las prácticas internacionales: los embajadores proceden con las instrucciones que reciben de sus cancillerías, que son las verdaderas responsables finales del éxito o fracaso.

Sólo como ejemplo: la muy seria ANMAT aprobó la vacuna de Pfizer/BioNtech pero nuestros gobernantes compraron la china siendo que no contaba con la misma aprobación. Y si mejor cerramos a la ANMAT?

Sugiero al lector que no tome por cierta la bobada de que nuestro embajador en China se fue a tomar sol a una isla paradisíaca, desatendiendo sus obligaciones para adquirir vacunas contra el Covid 19. De esos papelones se encargan en exclusiva, todos los días, los altos funcionarios en Buenos Aires, que en materia de turpitud no toleran competencia. Por el contrario, durante ese período –como se hace en la diplomacia de todo el mundo- Kreckler remitió once cables que nuestro ministro de relaciones exteriores parece que nunca contestó, probablemente prefiriendo que la burocracia de ese organismo público tratara el tema directamente con el segundo de la embajada, por ahí un señor lleno de cualidades, ninguna que incluyera la experiencia diplomática necesaria pero que revista, sanguinis causa, en la dinastía real patagónica que supimos conseguir.

Kreckler habla por lo menos cuatro idiomas tan fluidamente como el castellano, aunque no el mandarín. Y Sabino Vaca Narvaja pudo haber conformado con su jefe un sólido equipo, desde que según se dice puede expresarse en algún grado elemental de esa lengua, situación frecuente que, de resultar cierta, se reputa universalmente como una comodidad en las negociaciones, mas no una causa suficiente como para cambiar a un embajador de carrera por un civil sin experiencia comparable. Lo saben bien los embajadores políticos que, cuando no los envían a países de habla hispana, se proveen de segundos que puedan hacerlo en los idiomas locales o, en su defecto, en inglés, la segunda lengua más extendida en Argentina que en el resto de América Latina.

Pero el gobierno de un país que tiene a una vicepresidente con más poder que el presidente, instaló en Beijing una dupla en que el segundo también era más fuerte que el embajador. Si la meritocracia no se hubiera convertido en un prejuicio burgués, tendríamos que aplaudirles la coherencia.

Alberto Fernández y Sabino Vaca Narvaja

En nuestro todavía llamado Ministerio de Relaciones Exteriores, el estudio del mandarín y los idiomas orientales viene propiciándose desde los gobiernos de Alfonsín y Menem, por lo que ya se debiera contar con suficientes diplomáticos de carrera para cubrir esa demanda meramente instrumental, útil pero no terriblemente esencial.

Si resulta irrelevante que nuestro canciller no hable inglés, por qué debiera exigirse que Kreckler hable mandarín? Nuestros embajadores con jurisdicción en países como Japón, Suecia, Dinamarca, Rusia, Noruega, Corea, Bulgaria, Finlandia, Letonia, Lituania, Estonia, Turquía, Armenia, Arabia Saudita, Israel, Jordania, Grecia, Hungría y un muy largo etcétera, no viajaron sabiendo necesariamente sus idiomas nacionales de antemano, negocian por lo general en inglés y homenajean al país anfitrión adquiriendo paulatinamente los rudimentos de la lengua local.

Es el caso de Diego Guelar, inmediato antecesor de Kreckler, que viene de desempeñarse cuatro años de manera nunca objetada por ausencia inicial del mandarín y acaba de manifestar que la defenestración de Kreckler “es para encontrar un chivo expiatorio para el fracaso del gobierno.” En cuanto al actual canciller, me tocó viajar al exterior en algunas misiones diplomáticas y comerciales cuando el ingeniero agrónomo Felipe Solá se desempeñaba entusiastamente como alto funcionario de Carlos Menem y me consta que no es un negado en inglés, se comete una inexactitud afirmando lo contrario. Se las está arreglando empeñosamente por su propia cuenta para pasar como un canciller bueno o malo con independencia de su frecuentación de las aulas de ICANA.

Paradojas de la historia, algún canciller soviético no hablaba una palabra de inglés y el mismo gobierno argentino que mantenía funcionando a dos embajadores en Beijing lleva meses sin designar ninguno en Moscú, donde una de los últimas negociaciones estratégicas correspondió a la pretensión de instalar un ascensor en la embajada argentina, algo vedado por la condición histórica del edificio.

El final de una carrera diplomática, en el mundo entero, supone un retiro con los debidos reconocimientos y una salida honrosa del servicio público. En Venezuela, Nicaragua, Cuba o Irán, nuestros flamantes amigos, me parece que eso no pasa. En cambio sí sucede en muchísimos otros países, donde se practica la vida republicana y la decadente costumbre de respetar la división de poderes, que nuestra vicepresidente propone cambiar porque data de 1789, demasiado tiempo. Muchachos, esto es Harvard.

Kreckler no estaría teniendo un retiro en amables circunstancias, pero no estará solo: ya son muchos los embajadores de carrera a los que se los convence de la conveniencia de jubilarse de manera temprana, dejando espacio a algún producto de la incubadora de la Cámpora en que se va convirtiendo el todavía así llamado Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto. Tal conducta perjudica gravemente a la imagen del país y funciona como un bumerán: termina perjudicando a la mano autoritaria que lo ejecuta. Si en algún momento no lo paraban al pobre diablo al que le encargaron asentar las inconductas atribuidas a Kreckler en la resolución de su relevo, Luis terminaba imputado también por el asesinato de Kennedy.

No existe una buena política exterior que no guarde relación con las características de la política interior. Y como la cancelación de la meritocracia nos ha liberado de la pesada carga de reclamar idoneidad a los nuevos funcionarios antirrepublicanos, un mínimo de coherencia permite observar que ese fenómeno se replica, por ejemplo, en las circunscripciones electorales de la provincia de Buenos Aires, donde los intendentes perciben alarmadamente cómo las huestes de la Cámpora apuntan a reemplazar, -como a Kreckler y tantos otros en Cancillería- a los candidatos tradicionales que surgen de la política local. La expansión cariocinética no reconoce límites y siempre se puede contar con que, mientras México, Chile o Costa Rica ya vacunan y se aseguraron millones de dosis, nuestro gobierno solo puede exhibir a Víctor Hugo Morales despidiendo a un simple vuelo de carga con una épica digna de San Martín cruzando los Andes.

A las grandes potencias no les interesa que países de menor peso tengan una diplomacia afiatada, capaz y fuertemente respaldada por el poder político. Todo lo contrario. Así consiguen ventajas y negocios que de otra manera les resultarían imposibles o más dificultosos, como una base en la Patagonia o diques no prioritarios.

Un gobierno que envía un embajador en junio y lo cambia en diciembre disgusta al Estado anfitrión y confirma la sospecha mundial de que lo que lo que hasta hace poco en el Palacio San Martín funcionaba era un ministerio, tiende aceleradamente a convertirse en una agencia de colocaciones que premia a la militancia en desmedro de la idoneidad, y con éxito llamativo: en 1999 contaba con unos ochocientos empleados y hoy se calculan cuatro veces más. Y en el exterior, disminuyen los nombramientos de profesionales y aumentan los de militantes. Gramsci la tenía clara.

Kreckler no es la única víctima en este entuerto: ¿cuánto vale ahora la figura de un embajador argentino en el exterior?

El cambio de un embajador que no satisface a sus superiores es cosa que sucede en todas partes. Lo que denuncia la madurez son las maneras. Proceder a un despido altamente promocionado de una forma más propia de un capataz de estancia es mirado con vergüenza ajena por la opinión pública local y del mundo. Culpable o inocente, Kreckler no es la única víctima en este entuerto: ¿cuánto vale ahora la figura de un embajador argentino en el exterior? El daño se le ha causado al cuerpo profesional de diplomáticos argentinos, al Servicio Exterior de la Nación, a la capacidad de esta Cancillería para resolver crisis y la entera imagen del país en el exterior.

Igual que actividades otrora admiradas, como la docencia o la magistratura, la carrera diplomática se degrada velozmente en dirección a un mero remanso laboral, sin grandes exigencias, con estabilidad permanente y el atractivo disfrute de un estatus glamoroso. Es esa incapacidad para el éxito difícil lo que facilita los peores dislates.

Basta con leer los diarios. Solo se requiere una remera del Che Guevara y agitar cada tanto contra el sistema. Falta un Florencio Sánchez que reescriba M’ hijo el dotor.

En una actividad donde se condecora como reconocimiento al deber cumplido, Kreckler y los diplomáticos que le seguirán seguramente ya lo saben: ser despedidos de esta manera puede causar una amargura inmediata, pero constituye la mejor cucarda que habrán recibido en toda su vida.

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