Atravesamos un año de ciclos profundos, de narrativas que se diluyen y otras que se encienden con la misma intensidad. Entre reflexiones y preguntas colectivas vamos dando nacimiento a una nueva visión compartida. Los tiempos de pandemia aceleran las transiciones, y la década que comienza traerá una intensidad de cambios que probablemente sean superiores a cualquier otra década antes registrada.
En este 2020 se cumplen 50 años desde la celebración del primer Día de la Tierra. En 1970 veinte millones de personas tomaban las calles en todas las ciudades de los Estados Unidos en lo que constituiría el evento cívico más grande de la época. La crisis ambiental irrumpía con vehemencia. La semilla plantada por la pionera Rachel Carson, madre del principio de precaución, y su gran “Primavera Silenciosa” fueron un catalizador esencial en el cambio de paradigma, inspirando el nacimiento de una nueva conciencia ambiental de carácter global.
La unión de grupos diversos bajo un conjunto de reclamos comunes y un salto evolutivo en los niveles de conciencia, obligaron al gobierno de Estados Unidos a tomar medidas concretas para frenar la destrucción de los ecosistemas. Surgieron leyes fundamentales en defensa de la vida silvestre y el establecimiento de la primera agencia de protección ambiental. Fue sin dudas un año histórico para la humanidad, junto al Día de la Tierra y sus avances colectivos, se daba inicio a otro ciclo tristemente célebre que también hoy cumple 50 años. En ese mismo 1970 comenzábamos a vivir en sobregiro ecológico, por primera vez se cruzaba un umbral crítico y la biocapacidad del planeta dejaba de ser suficiente para abastecer la demanda de la actividad humana. Guiados por una visión reduccionista y un afán de crecimiento infinito, nos metíamos de lleno en un proceso degenerativo de desarrollo que paulatinamente fue desconectando nuestra cultura de la naturaleza. 50 años después la humanidad emitió más CO2 a la atmósfera que en toda su historia. En un abrir y cerrar de ojos, heredamos un mundo difícil de ser habitado si no comenzamos un proceso de transformación radical en los valores y principios que sostienen nuestra forma de vivir.
Nos preguntamos entonces cómo hacemos para revertir este proceso de desarrollo degenerativo y favorecer la vida en todas sus formas. ¿Cuáles son las éticas, los principios y patrones necesarios para dejar atrás este mundo distópico? ¿Qué proyectos encarnan en la actualidad una nueva cultura regenerativa favoreciendo la coevolución simultánea de personas, comunidades y ecosistemas?
Un primer paso hacia la regeneración es construir nuevas narrativas que nos ayuden a transformar la mirada fragmentada del mundo. Necesitamos superar esa cosmovisión unidimensional que nos debilita, que nos mantiene enfrentados entre nosotros mismos y con las demás especies que nos rodean. La regeneración nos convoca a repensar el sistema por completo, a cuestionar nuestros paradigmas, y dar nacimiento a nuevas narrativas de unión. Porque la crisis que atravesamos es multidimensional, y muchas veces los problemas de hoy son las soluciones de ayer. Evitar poner el foco en las respuestas, como diría Daniel Christian Wahl, y animarnos a vivir colectivamente las preguntas puede ser un punto de apalancamiento determinante para este tiempo de transición. El desafío es aceptar la incertidumbre que traen estos tiempos de cambio y lograr ponernos de acuerdo en las preguntas, porque mientras más profundas, causales y acertadas sean, mientras mejor nos ayuden a identificar los sistemas de creencias que dominan nuestras vidas, más rápido vamos a lograr salir de esta crisis de percepción.
El pensamiento sistémico es uno de los pilares centrales en el cambio de paradigma. Comenzar a ver las conexiones y la interdependencia entre todos los seres vivos, es, al decir del gran pensador sistémico Bill Reed, la base del cambio en nuestro modelo mental para crear una nueva cultura regenerativa. Permitirá que la salud emerja como una propiedad del todo, vinculando la salud humana y la planetaria. Ya no podemos obviar que tanto las bacterias, las plantas, los árboles, los virus, los hongos, los animales no humanos y los humanos somos parte de una misma experiencia, de un mismo sistema ecológico que todo lo sostiene. El pensamiento sistémico nos permite bucear en la profundidad de los problemas y en las estructuras mentales que los sostienen. Nos facilita comprender sus causas, sus retroalimentaciones, hacer inferencias válidas analizando la complejidad de lo que subyace, y comprender así los puntos de intervención para impulsar modelos regenerativos en relaciones personales, en instituciones, en procesos productivos y en la interacción con los demás sistemas vivos.
El daño que hemos causado a los ecosistemas pone en evidencia nuestra necesidad de reconciliación con la naturaleza. De reconocernos parte de ella, una especie más en la delicada trama de la biodiversidad. Reaprender a observar la naturaleza, a descifrar sus leyes y participar en los procesos que sostienen la vida son los pilares de una nueva cultura del cuidado y la unidad, donde el “mundo natural” ya no sea algo externo o inferior a nosotros. De la misma forma que incorporar una mirada amorosa sobre uno mismo nos ayuda a evolucionar individualmente, también debemos aprender a desarrollar la biofilia, ese amor por la naturaleza que nos permita coevolucionar armónicamente con el resto de las especies.
Recuperar la salud de la totalidad de los sistemas es un principio fundacional del desarrollo regenerativo. El proceso de restaurar ecosistemas y regenerar campos sociales de confianza en las relaciones humanas son pasos vitales para lograr la coevolución con el conjunto de los sistemas vivientes. Esta era de transición requiere un compromiso profundo por fortalecer relaciones resilientes en nuestras comunidades e instituciones, y comenzar a diseñar soluciones biomiméticas que intencionalmente reviertan los patrones degenerativos.
Lo interesante es que todo esto ya está ocurriendo en una multiplicidad de proyectos regenerativos que modifican el statu quo. En Argentina, el centro para la alfabetización ecológica Quinta Esencia es un buen ejemplo de desarrollo sistémico basado en un modelo educativo inspirador, con un diseño holístico del predio, producción regenerativa de alimentos, y el impulso de políticas integrales de sustentabilidad en la comunidad local. El diseño de Quinta Esencia es permacultural, sus construcciones son bioclimáticas y la energía que se utiliza es renovable. La producción de alimentos es agroecológica, y gracias a los principios biomiméticos en el diseño de sus 30 hectáreas, cada vez que sale el sol, llueve o sopla el viento todos los sistemas productivos y energéticos se activan al ritmo de la naturaleza. Quinta Esencia es un aula viva que parte de la premisa que para aprender a amar la naturaleza la experiencia vivencial y sensorial es determinante. El modelo educativo fomenta una educación integradora que abarque mente, cuerpo y espíritu en el proceso de aprendizaje.
Quinta Esencia promueve una retroalimentación constante con su comunidad. Desde hace cuatro años impulsa un ambicioso plan de educación ambiental en todo el municipio de Mar Chiquita. Se trabaja colaborativamente con escuelas, empresas, y actores políticos a fin de cocrear una cultura del cuidado de la vida. Los resultados de este proceso comunitario son alentadores; se logró construir la primera escuela pública sustentable de Argentina, llevar adelante un plan de formación en oficios sustentables y de empresas de triple impacto, se trabaja la restauración del ecosistema local fomentando la implementación de pastoreo regenerativo, las instituciones educativas locales colaboran mutuamente mediante una red de escuelas sustentables, se llevan adelante una multiplicidad de proyectos de energías renovables en edificios públicos y se han capacitado a cientos de alumnos y docentes en educación ambiental. El modelo regenerativo de Quinta Esencia beneficia mutuamente a estudiantes, comunidad local y ecosistema favoreciendo un proceso sistémico de coevolución.
Proyectos inspiradores como estos son fundamentales y están emergiendo en múltiples latitudes del continente sudamericano y del mundo. La magnitud de los daños ocasionados durante estos últimos 50 años es colosal y deben ser restaurados. La vida humana en el planeta está en jaque y ya no alcanza con no sumar daños adicionales. Debemos cocrear las condiciones necesarias para que la vida pueda florecer, como dice la naturalista Janine Benyus: “La vida crea condiciones que conducen a la vida”. Debemos imitarla. La clave está en nutrir la salud de comunidades y ecosistemas, asegurando la integridad del mundo natural y reconociendo su belleza intrínseca. Una nueva alfabetización ecológica que logre integrar mente, cuerpo y espíritu, deberá ayudarnos a unir lo que la cultura moderna ha separado, el ser humano y la naturaleza.
Entonces, cuando hablamos de regeneración hablamos de una dirección de viaje, de reconocer nuestra crisis de percepción, de recomponer nuestras relaciones más profundas con nosotros mismos, con el otro y la naturaleza; hablamos de conservar la armonía entre la biósfera y la antropósfera al decir del gran biólogo Humberto Maturana; hablamos de evitar crecimientos exponenciales de cualquier tipo; hablamos de crear las condiciones para que los múltiples sistemas complejos anidados en esta casa común que llamamos Gaia puedan seguir floreciendo, asegurando integridad, vitalidad y belleza para las generaciones de especies venideras. Y esto, en este momento del tiempo, es urgente e importante.
¿Cómo sería el mundo si reconociéramos que somos naturaleza teniendo una experiencia humana y actuáramos en consecuencia? ¿Cómo sería el mundo si las decisiones que tomáramos, las tomáramos considerando la sabiduría de nuestros ancestros y las necesidades de las futuras generaciones? ¿Cómo sería el mundo si intentáramos dejarlo mejor de lo que lo hemos encontrado?
¡Bienvenidos a los años más desafiantes para la historia de la presencia humana sobre la tierra!
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