El inalienable derecho a no aplaudir a Cristina Kirchner (o a quien sea)

Hay un miedo a la Vicepresidenta que recorre a todo el Gobierno y que se manifiesta en episodios como los del viernes. En ese miedo, reside su poder. Ella puede decir lo que quiera, a quien sea: nadie le discute

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Máximo Kirchner, Sergio Massa, Alberto
Máximo Kirchner, Sergio Massa, Alberto Fernández, Cristina Kirchner aplauden a Axel Kicillof, que dio el discurso más largo del evento

El viernes por la tarde ocurrió un hecho político que solo puede ser naturalizado por quienes hayan perdido la capacidad de sorpresa, o por aquellos que reaccionan con aplausos y vítores ante cualquier cosa –la que fuera- que haga la ex presidenta Cristina Kirchner. En un acto frente a algunas decenas de funcionarios, Kirchner trató de cobardes e inútiles a los ministros de Alberto Fernández y les reclamó que se vayan del Gobierno. “Búsquense otro laburo”, fue su frase más efectista. No identificó a nadie, por lo que cualquier ministro puede darse por aludido. Eso, naturalmente, desató una ola persecutoria en el equipo gobernante: ¿Cuál cabeza querrá la señora que ruede en los próximos días? ¿Quién se irá con el mote de vago, de timorato, de inútil? Pero ese, tal vez, no sea el principal efecto de la ira vicepresidencial. Porque los destinatarios no eran solo los ministros, sino el propio presidente Alberto Fernández y su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Porque, ¿quién designó a los ministros que ella considera vagos, inútiles y/o cobardes? ¿Quién los sostiene?

En medio de semejante vendaval de acusaciones, el vocero presidencial Juan Pablo Biondi decidió no aplaudir. Simplemente, eso. No aplaudir. Y se quedó con los brazos cruzados. Tal vez le dio fiaca. O no estaba prestando atención. O le pareció injusto el destrato de la Vicepresidenta al Presidente, o a sus compañeros. Seguramente haya sido esto último, porque un rato después el mismo funcionario twitteó una foto donde aparece con el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, y con el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello. Y escribió: “Orgulloso de tener a estos compañeros de equipo, codo a codo, en el año más difícil poniendo el cuerpo a la adversidad y bancando al presidente Alberto Fernández”. O sea, respaldó a los funcionarios apuntados por Kirchner. En cualquier caso, nadie se hubiera enterado de su pequeño gesto de rebeldía –no aplaudir un discurso brutal, quedarse de brazos cruzados—de no ser por algo que ocurrió el día siguiente.

Juan Pablo Biondi, Julio Vitobello
Juan Pablo Biondi, Julio Vitobello y Santiago Cafiero

El sábado por la tarde, en las redes sociales, la ex embajadora Alicia Castro denunció a Biondi por no haber aplaudido a Cristina Kirchner. Subió una foto donde se ve a muchas personas aplaudiendo mientras Biondi se mantiene de brazos cruzados. En el tweet de Castro, Biondi aparece marcado con un grueso trazo rojo. Castro escribió: “Los que apoyamos y queremos a este gobierno sufrimos los errores y la falta de políticas de comunicación. Ayer @JuanPabloBiondi, encargado de la comunicación presidencial, no aplaudió en ningún momento a Cristina @CFKArgentina. ¿Se habrá sentido aludido? #VayanABuscarOtroLaburo”.

Todo el episodio es muy ilustrativo de lo que ocurre en estos días en la cúspide del Frente de Todos. El acto fue pensado originalmente como una demostración de unidad, pero se vio otra cosa. Hay un clima realmente áspero entre los distintos sectores del Gobierno. La Vicepresidenta le marca el territorio todo el tiempo al Presidente. O lo evita durante meses, o lo enfrenta públicamente. Los equipos de ambos se recelan y se sospechan. Hay diferencias sobre política exterior, sobre designaciones en el gabinete, sobre relación con los empresarios y con la Justicia, sobre las condenas por corrupción a ex funcionarios, sobre las negociaciones con el Fondo Monetario o sobre el esquema de tarifas de energía, sobre la manera de relacionarse con los líderes de la oposición o sobre la vacuna que hay que privilegiar.

El mensaje de Alicia Castro
El mensaje de Alicia Castro contra el vocero presidencial

Son todos temas muy delicados, interrelacionados los unos con los otros. Porque, por ejemplo, si en lugar de Felipe Solá asume Jorge Taiana, la política exterior será otra y eso influirá en las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional, que lleva a cabo Martín Guzmán. Y así. No solo se están discutiendo nombres, o la eficiencia de tal o cual funcionario, sino aspectos centrales de la gestión oficial. Cristina Kirchner discute estas cosas de manera franca, despiadada, brutal. El Presidente siempre queda ante el dilema de responder con algún gesto de autoridad –algo que evidentemente le cuesta-, callar, o convalidar, como hizo el viernes en el discurso de cierre.

Esta dinámica sería muy complicada en tiempos normales. Pero se produce en una sociedad que va camino a velar 50 mil personas, producto de una pandemia terrible, y en medio de la peor crisis económica de la historia. Los líderes de un país no deberían exhibir de esta manera sus pequeñeces, menos en tiempos tan difíciles. Si tienen diferencias sobre tal o cual ministro, pueden resolverlas en privado, serenamente, como personas mayores. Las escenas circenses no son muy tranquilizadoras. Pero son el estilo de la casa.

Como se puede percibir, la ex presidenta se considera en condiciones de juzgar el trabajo de otras personas. Nadie se lo dirá en público. Pero en la Casa Rosada enumeran. ¿No fue ella la que impulsó la torpe expropiación de la empresa Vincentín? ¿No fue ella la que empujó al Gobierno a privilegiar la vacuna Sputnik V? ¿No fue ella la que privilegia sus problemas judiciales y embarcó al oficialismo en una escalada absurda contra la Corte Suprema? ¿No fue su pedido de cerrar las puertas de la Casa Rosada la que provocó el tumulto durante el velorio de Diego Armando Maradona? ¿De verdad su impronta mejoraría tanto al Gobierno?

Cristina Kirchner junto a su
Cristina Kirchner junto a su hijo Máximo, otro de los oradores del acto del viernes en La Plata (Marcos Gomez)

En este contexto, Biondi decidió no aplaudir un discurso donde se insultaba a sus compañeros. O, al menos, respaldarlos con un tweet. Su gesto llama la atención por contraste. Al no identificar a ninguno de los acusados, Kirchner aludió a todos los ministros. Ya lo había dicho por carta: “Funcionarios que no funcionan”. Lo repitió ahora. No hay uno solo que responda, nadie que sienta furia por ser destratado de esa manera, una y otra vez, alguno que, con toda educación, se atreva a decir que la señora no tiene razón, que generaliza, que debería ser más constructiva, que la construcción de una coalición requiere concesiones de todos.

Hay, en cambio, un miedo a Cristina Kirchner que recorre a todo el Gobierno y que se manifiesta en estos episodios. En ese miedo, reside su poder. Ella puede decir lo que quiera, a quien sea: nadie le discute. Ese miedo marcó el clima interno del Gobierno que dirigió el país entre 2008 y 2015. ¿Fue bueno para el peronismo? ¿Fue bueno para la Argentina? ¿Cómo terminó todo? Es comprensible que, ante una provocación, un gobierno reaccione con responsabilidad. Pero, ¿tanto silencio?

Luego de haber dado ejemplo de valentía personal y de una larga trayectoria como disidente, Alicia Castro, en los últimos años, se ha transformado en una defensora de regímenes donde se violan los derechos humanos de una manera espantosa. Es lógico que marque con fibra roja a alguien que no aplaude. Es una manera de ver la vida. No es la más libre ni la más democrática. Pero cada uno es cada uno. ¿Y los que no creen en eso? ¿Van a permitir que los fotografíen, que los denuncien por si aplauden o por si no aplauden, que les cuenten la cantidad de veces que dicen Alberto y la cantidad de veces que dicen Cristina?

Vivir con miedo es una manera difícil de vivir.

Gobernar con miedo es imposible.

Vienen tiempos tumultuosos.

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