Es cierto que el migrante interior, dejando detrás la modernización rural, no fue tratado en la segunda mitad del siglo pasado por el Estado, tan generosamente como lo fueron en su tiempo los inmigrantes europeos. Pero su viaje que era a la búsqueda de trabajo, porque eso se ofrecía, rápidamente lo encontraba. No existía esa densidad que conforma una cultura de la villa: el pasaje era transitorio. En aquellos tiempos los curas progresistas y socialmente comprometidos, eran curas obreros: se misionaba en el trabajo, no en la desocupación. Puedo afirmar que esta pobreza tiene fecha estadística: 1975. No considerarlo no permite discernir.
¿Fue después de 1925? Es decir ¿1925 marca un punto de quiebre social y económico?. No: “El vigoroso desarrollo de la manufactura absorbió no solamente la población desocupada en 1931, sino también el aumento natural de la población en edad de trabajar, de los años 1931 a 1939” Alejandro Bunge (Rev. Eco. Arg.Nº237p.82). Entre 1944 y 1974 el PBI por habitante de la Argentina creció a igual ritmo que Estados Unidos.
La era de la divergencia entre ambas tasas de crecimiento ocurrió también a partir de 1975. Y, lo más importante, al compás de la desindustrialización programada y del endeudamiento externo que la acompañó. Ambos procesos fueron propuestos, expuestos, programados. Se predicaba la necesidad de detener el proceso industrial y el bálsamo era la deuda: que comenzó con el reciclaje de los petrodólares y la explosión occidental del negocio financiero y sus fundamentos doctrinarios: la ideología.
El endeudamiento que financió la sustitución de la producción nacional por productos importados, sin expansión exportadora, también permitió la fuga de capitales que desfinanció la inversión. La desindustrialización es idénticamente igual a la desinversión reproductiva urbana: la doctrina de la primarización.
Se predicaba la necesidad de detener el proceso industrial y el bálsamo era la deuda
Una anomalía asociada a la fábrica de pobres instalada. El fundamento de una economía de consumidores que no produce lo que consume. No se lo llama así, pero esa metodología es la cumbre del populismo: “generar consumo sobre la base de deuda externa”.
Cómo olvidar el “deme dos” de Jóse Alfredo Martínez de Hoz, que se repite con Domingo Cavallo y por qué no, cómo no sumar al jolgorio del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con la misma canción, deme dos y fuga.
La decadencia económica
La decadencia está asociada a la decadencia de la moral política. Simple, 20 millones de pobres y 300 a 400 mil millones de dólares de residentes argentinos fuera del sistema bancario. La inmoralidad de la política es desconocer que el incremento de la pobreza tiene como origen el mismo fenómeno que el incremento de la fuga capitales y ambos procesos se retroalimentan. Decadencia.
El concepto de decadencia requiere progreso previo (Alexander Gescherkron). El exitosísimo proceso de industrialización, que se inició en los 30 y se continuó con el Estado de Bienestar hasta 1975, fue el período de progreso económico con inclusión social, sin pobreza y con distribución primaria del ingreso, que produjo el sistema capitalista de la Argentina del SXX.
La inmoralidad de la política es desconocer que el incremento de la pobreza tiene como origen el mismo fenómeno que el incremento de la fuga capitales
Todos los números lo avalan y no hay un solo número que lo pueda refutar. Estadísticas. No ideología o furias.
Es ideología, o furia -en muchos casos con la incapacidad de aceptar el propio pasado- porque -muchos ex comunistas, ex montoneros -que como es obvio militaron contra el sistema y lo hicieron cuando la pobreza no era un problema trágico por su dimensión y complejidad- están siendo hoy los adalides de los que niegan aquél progreso extraordinario liquidado expresamente en 1975. Ellos mismos también han sido parte de los gobiernos que han generado, con sus decisiones, la decadencia actual.
La virulencia, el fuego de sus militancias juveniles, lo aplican hoy, con la misma pasión ideológica que niega los hechos, para defender su obra de liberalismo flor de ceibo que ha sumido a la Argentina en la decadencia. Sin embargo Federico Sturzenegger, un liberal de pura cepa, sostiene que el PBI por habitante fue 75% del de Australia desde 1900 hasta 1975, momento en que se derrumbó hasta nuestros días.
En las décadas de progreso, que medido por la industria y el empleo, van de 1930 a 1974, conservadores, militares, peronistas, radicales construyeron con matices, con entornes externos diferentes, esa estructura de progreso. En las décadas de la decadencia de 1975 a la fecha, ocurre exactamente lo mismo: sus protagonistas tienen todas las coloraturas políticas. No son las diferencias de partidos o discursos, las palabras, las que predominan, sino el sistema, la estrategia y su diseño que en esta época se puso en marcha.
No son las diferencias de partidos o discursos, las palabras, las que predominan, sino el sistema, la estrategia y su diseño que en esta época se puso en marcha
En la etapa de progreso es clarísima la coincidencia en las políticas básicas. En las de la decadencia también. Es que los procesos de política económica de larga duración se identifican por lo central, los hechos, que tienen en común: De los 30 al 74 lo común fue producción, industria, empleo, bienestar social.
Desde el 75 hasta hoy, lo común es la destrucción de la industria, el desprecio por la producción, el desempleo o el empleo improductivo y el malestar que produce el dogma de “no hay alternativa”.
Las décadas de progreso fueron gobernadas por el reconocimiento de la realidad y las de la decadencia lo son por el predominio de la ideología que, aunque distintas, tiene en común la fuga de la realidad.
Se puede afirmar que, por ejemplo, un joven argentino en los 60 vio, por primera vez, una legión de personas pidiendo limosna en una avenida principal de una ciudad. Fue, por ejemplo, en Madrid, no en Buenos Aires. En aquél entonces el PBI por habitante -en dólares- era el doble del de Japón y aquí, por ejemplo, se juntaba dinero para las misiones jesuitas en aquel país.
En los 70 y hasta 1975, en Buenos Aires, los bancos privados vendían departamentos en Belgrano, Caballito y Palermo, a 12 años de plazo en pesos; los campos se vendían en pesos y a tres años.
En los 70 y hasta 1975, en Buenos Aires, los bancos privados vendían departamentos en Belgrano, Caballito y Palermo, a 12 años de plazo en pesos
En aquella economía argentina de pleno empleo, un objetivo de la política, con cientos de miles de empresas pyme que abastecían industrias y a la automotriz que exportaba y que era la mayor de América del Sur, la pobreza era 4% -menos de 1 millón de personas - y los Coeficientes de Gini de distribución del ingreso tenían nivel nórdico. Estadísticas y hechos, no relato
Oficialistas y opositores ignoran que la fábrica de pobres es una construcción deliberada. Lo que hoy escandaliza y paraliza, no es obra de la naturaleza. Es un programa aplicado a la espera de una reacción imposible. En esa construcción, pergeñada a detalle, sus autores (de todas las fuerzas políticas) tal vez no hayan siquiera imaginado el resultado de esa ingeniería.
Pueden haber imaginado que decretar el fracaso y el consiguiente desmontaje de la industrialización por sustitución de importaciones, resultaría en una nueva fábrica de bienestar colectivo sin exclusiones. No ocurrió. Lo dicen los números.
La obra fue el resultado de la ideología, de la mala traducción y de un enorme desprecio por la realidad. Traducir un libro de texto de recomendación universal es lógico y conveniente para organizar la formación académica. Pero para el policy maker que aspira a obtener los mismos resultados de las economías y sociedades que admira, lo que se espera es que observe en el terreno las políticas que en rigor se aplican y que -a su vez- las adapte a las condiciones que rigen donde las va a aplicar.
Las experiencias de los países que crecieron y se desarrollaron en las décadas del 30 al 74, fueron adaptadas y replicadas en la Argentina de entonces. Del 75 a la fecha las políticas aplicadas en la Argentina, en el mejor de los casos, fueron la copia de “los manuales” y se divorciaron de manera inexplicable de las políticas de los países que crecieron en esos mismos años. De Brasil a Corea del Sur o peor aún, de los Estados federales de Estados Unidos o de la Comunidad Europea o de la China.
Faltó y está faltando una generación capaz de observar lo que hicieron y hacen, los países que tienen éxito y que abandone la molicie de repetir lo que dicen y de no imitar lo que hacen. La mayor parte de los pobres son jóvenes; y los pobres son la mayor parte de los jóvenes.
Si se califica la potencia de los jóvenes en términos de las carencias en las que se han formado lo que resulta es una gigantesca “hipoteca demográfica”. Justamente es espantoso que sea la pobreza el territorio, el ambiente, en el que crecen la mayoría de los jóvenes.
Patrick Artus, economista jefe de la Banca Natixis, decía en 2011 “la desindustrialización es parte del deslizamiento progresivo de la sociedad francesa hacia una sociedad más frágil y más inigualitaria”. Emanuel Macron con la pandemia se propuso la reindustrialización y la programación a largo plazo para reparar los costos del abandono de los grandes objetivos.
La desindustrialización
La desindustrialización en la Argentina fue implacable desde 1975. Picos en la Dictadura, el menemismo y Mauricio Macri. Las otras gestiones contribuyeron con pasividad o con desorden, eludiendo el análisis causal y dedicándose sólo a cuidar las consecuencias “de primera generación”: unos pesos para sobrevivir. Pero no las consecuencias derivadas, la pérdida del sentido de la vida, la ausencia de futuro, el domino de la droga, la trama del delito. La exclusión explotó.
Desde 1975 se abandonaron las políticas de industrialización con programas de largo plazo y consensos sobre la arquitectura legal, políticas de incentivos para instalar el capital con alta productividad competitiva, apoyo tecnológico y compromiso público-privado.
Todos los países que han logrado estándares de productividad capaces de brindar calidad de vida a la inmensa mayoría, se basaron en esa arquitectura estratégica que es el mejor y más sólido fundamento de un proceso redistributivo de la distribución primaria, el pago por el trabajo, y no el montaje reparador de sistemas de transferencia.
Es fuerte, pero es la más estricta verdad: no hay derechos sustentables sin la acumulación que los sostenga. No es compatible una política de derechos sin acumulación.
No es compatible una política de derechos sin acumulación
Desde 1975, bien medido, el número de personas pobres creció a la increíble tasa acumulativa del 7% anual. Mientras la población se duplicó, la pobreza se multiplicó por 20. El crecimiento de la población entre 1974 y la fecha, es igual al número de personas pobres en la Argentina. Éramos entonces 22 millones en aquellos años y hoy 45 millones: de los 23 que se han sumado, 20 son pobres. Un escándalo.
Sirve parafrasear a Joan Robinson que decía “la inversión genera el ahorro” y nos habilita a pensar que si “nuestra pobreza” genera los déficits gemelos, entonces, el escandaloso grado de la desindustrialización termina por condenarnos a reproducir la pobreza para evitar los déficit fiscal y del sector externo.
La conclusión es una: la política única es reemplazar la fábrica de pobres por las fábricas que producen trabajo, tributos y superávit externo ¿será tan difícil?.
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