El 29 de febrero de 2020 aterrizó en Ezeiza el vuelo de la noche Roma-Buenos Aires de Aerolíneas Argentinas. Hasta donde pude ver en todo el avión éramos solo dos con tapabocas. En mi declaración jurada escribí que venía de Milán, en donde estuve como corresponsal de Infobae cubriendo la Semana de la Moda.
Casi una semana antes, a las once de la mañana del último domingo de Fashion Week, un incremento exponencial de los casos de COVID-19 canceló el calendario. Ese mismo día, preocupada por el cierre del norte de Italia, alquilé un auto junto a un par de amigos y escapamos al sur. En Milano Centrale los trenes no salían y en la ruta las salidas de las pequeñas ciudades críticas de Lombardía estaban cerradas por tanques y ambulancias. Nos detuvimos a cenar en Rimini, la primera ciudad sin casos, y seguimos camino hacia Pescara, una ciudad a la altura de Roma sobre la costa del Adriático. Llegamos a un hotel a las dos de la mañana luego de nueve horas de viaje.
En el sur no había miedo, el virus parecía ser un problema del norte. Con un clima similar me encontré en Buenos Aires al llegar. Veinte días después se decretó la cuarentena obligatoria en la República Argentina.
Ya en el último semestre de la carrera de Administración de Empresas en la Universidad de San Andrés, en un principio la noticia de la suspensión de clases fue un alivio. La idea de estar en casa cursando de manera virtual las tres materias que me faltaban y escribiendo la tesis en simultáneo parecía presentar un escenario ideal. En esa ecuación lo único que no consideré fue que iba a terminar rindiendo mi último examen, defendiendo la tesis y festejando mi graduación desde el living de la casa de mis padres a través de Zoom.
En un contexto tan incierto, la posibilidad de congelar mis planes y esperar al fin de la cuarentena era lo más sencillo. Sin embargo, a fines de mayo decidí aplicar al Master en Management de Arte, Cultura, Medios y Entretenimiento de la Universidad Comercial Luigi Bocconi en Milán. Me aceptaron a mediados de julio, un mes antes de la defensa de mi trabajo de graduación, y me ofrecieron una beca destinada a alumnos internacionales destacados.
En septiembre comencé a cursar de manera virtual desde Buenos Aires. Milán volvía a cerrarse completamente. Por la diferencia horaria mis clases comenzaban a las tres y media de la mañana y terminaban alrededor del mediodía hora local. Imposible al principio y cada vez mas natural con el correr de los meses. Adaptarme a otra universidad, otros horarios y otras culturas fue uno de los varios desafíos que enfrenté los últimos meses de encierro.
Ahora me encuentro aguardando mi partida a Italia en una Buenos Aires tensa, a la espera de la vacuna, que ya es una realidad en otros países. Una transición silenciosa que da cuenta del movimiento que en realidad hubo en la quietud de la pandemia. Lo que parece un nuevo comienzo es tal vez una continuación de un proceso cuyo inicio todavía queda poco claro. En palabras de Catón el Viejo, a quien retoma Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio: “Nunca está nadie más activo que cuando no hace nada, nunca está menos solo que cuando está consigo mismo”.