Su corazón latía con fuerza. Sus ojos comenzaron a hablar al humedecerse. Se sentía paralizado, mientras escuchaba cómo todo su cuerpo temblaba. Las emociones iban y venían: la rabia, el desconcierto, la indignación, la angustia, la impotencia. Un combo letal que le gritaba que actuara. Su mirada triste indicaba que su alma estaba sin dudas partida, pero sus piernas no reaccionaban. Tenía toda la intención del mundo de ayudar, de reparar, de cambiar las cosas. Pero la intención, nunca es lo que cuenta.
El texto de esta semana nos muestra una imagen recurrente: un grupo acosando a alguien diferente o en inferioridad numérica, y un tercer participante que es testigo. Pudo ser la envidia, los celos descontrolados o el odio gratuito entre hermanos. Pero lo inentendible del hecho radica sólo en su falta de toda justificación. Rubén se ve a sí mismo frente al pozo donde sus hermanos habían arrojado a Iosef, el más pequeño de todos ellos (Génesis 37:29). Los había escuchado perpetuar el horrendo plan. Tirarlo al pozo era apenas el principio. Sólo querían deshacerse de él. Algunos proponían venderlo como esclavo, otros directamente matarlo.
Rubén salió del lugar horrorizado. Sus piernas flaqueaban. Sólo pensar en la angustia que esa locura traería a su padre, lo hacía sentir más culpable aún. Cuando regresó al pozo, el niño ya no estaba. Tarde. La intención y la pena en el corazón ante las injusticias del mundo pueden ser muy nobles, pero jamás solucionan nada.
En el año 1993 organizaciones supremacistas blancas iniciaron una atemorizante campaña de odio en la fría ciudad norteamericana de Billigs, en Montana. En diciembre de ese año Isaac Schnitzer de apenas 6 años de edad, había colocado en su ventana el dibujo de una Janukiá, el candelabro tradicional de 8 velas que conmemora la Fiesta de Janucá, la fiesta de las luces y los milagros. La tradición judía nos llama a encender luces en este mes durante 8 días y colocarlas frente a la ventana. Poner un candelabro en la ventana nos hace mensajeros: el mundo allí afuera puede ser un lugar oscuro, pero cada uno puede llevarle un poco de su luz. Sin embargo, fue desde ese mundo oscuro del exterior que un grupo de intolerantes arrojó una piedra hacia el dibujo, destruyó la ventana e hizo que la piedra impacte justo sobre la cama de Isaac.
Afortunadamente el pequeño salió ileso de la agresión. Los padres reportaron de inmediato el incidente. La policía y las autoridades locales, con las sanas intenciones de calmar las aguas, les sugirieron que para evitar mayores consecuencias lo mejor sería quitar los dibujos de la ventana. Los padres de Isaac comenzaron a sentir el palpitar de su corazón llenos de indignación. La solución proponía apagar la luz también dentro de casa. Esa rabia la trasladaron a sus piernas y a su voz. Fueron a hablar con su Rabino, quien llamó a diferentes pastores y sacerdotes de diversas iglesias de la ciudad, para contar lo sucedido. Los hermanos en la fe comenzaron con una campaña donde entendieron que con buenas intenciones y prédicas no alcanzaría. Llamaron a su gente a que colocaran dibujos con el candelabro de 8 brazos en sus casas. Al día siguiente cientos de casas tenían su dibujo en las ventanas. Algunas de ellas recibieron entonces, nuevas pedradas de odio. Pero eso sólo infundió de mayor coraje a más familias a poner candelabros en sus ventanas. Nada detuvo a una ciudadanía que se ponía al frente de la pelea contra el odio, la ignorancia y la falta de libertades. Decidieron traer luz a la defensa de los valores que no se negocian. El diario local editó el dibujo entero del candelabro de la Janukiá, ese domingo en su tapa. Para el último día de la Fiesta de Janucá más de 10.000 casas, casi toda esa pequeña gran ciudad, tenía un candelabro dibujado en su ventana.
La ciudad no sólo anuló las expresiones, los abusos y ataques xenófobos, sino que dio inicio a una serie de campañas contra la intolerancia en cientos de ciudades a lo largo del país. Al día de hoy, Billings es una ciudad de mayoría blanca y cristiana. Son apenas 50 las familias judías que viven allí. Pero esa ciudad se levantó un día y vio a uno de sus hermanos en un pozo. Podrían haber sentido pena y hasta rabia por las cosas duras que suceden en el mundo, y pensar: “No es mi hermano, no es mi problema, no pasó en mi ventana”, para continuar con su vida. Sin embargo comprendieron que ni con la intención ni con la indiferencia alcanza. Se alzaron y dijeron: “No en mi ciudad”, y la llenaron de luz.
Rubén se angustió ante algo que estaba mal. Tuvo buenas intenciones pero le faltó coraje, calló y entonces fue demasiado tarde. Puede parecer que nuestra voz sea insignificante cuando somos testigos de alguna injusticia. El hambre y la miseria, el uso de las redes para mensajes de odio, el abuso a un niño o a un anciano, a una mujer o a un hombre, a un policía, a alguien que esté en los márgenes, a alguien en tu escuela, en tu trabajo o tu barrio. Pero no lograríamos dimensionar el impacto exponencial que generaríamos encendiendo esa primera luz.
Un dibujo en Billings encendió una vela, y no imaginó la proporción que tomaría esa antorcha iluminándolo todo. Lo que comenzó con un pequeño acto de coraje se transformó en un gran mensaje de solidaridad y cambio. Es ese pequeño gran paso, que de pronto lo cambia todo.
Amigos queridos. Amigos todos.
Sin dudas, este año ha sido muy difícil para todos. Un año en donde en más de un momento nos habremos visto a nosotros mismos frente a un pozo. Y a nuestro alrededor una nueva realidad a fuerza de barbijos, distancias obligadas, cambios de rutina, pérdidas inimaginables y soledades insoportables.
¿Lograremos volver a iluminar nuestro mundo? Sin dudas. Encendamos esa primera luz. Demos ese primer paso de reconstrucción de nuestra vida, nuestra familia y nuestra ciudad con coraje. Porque no se encienden luces apenas con buenas intenciones. El milagro comienza cuando decidimos, con nuestras manos, dibujar en casa nuestras propias ventanas.
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