Quiero expresar al cuerpo de legisladores y a la sociedad en general mi visión acerca del debate parlamentario de un tema crucial como la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo; estoy en contra del tratamiento y del proyecto para legalizarlo y comparto las palabras del Papa Francisco, quien sugirió que “no es un asunto primariamente religioso, sino humano, un asunto de ética humana previo a cualquier confesión religiosa”.
Nunca es momento para tratar el asunto de una vida por nacer, pero siempre es oportuno tender puentes y buscar posiciones ligadas al consenso, que procuren acuerdos multisectoriales orientados hacia el bien común, ideas superadoras de apertura, de cuidado, que difundan la vida y no que la limiten.
Transitando el final de un 2020 muy convulsionado, el Gobierno nacional busca con celeridad que se sancione este proyecto de ley en sesiones extraordinarias del Congreso de la Nación, algo que se debatió el año pasado y quedó sin efecto en ambas cámaras, lo que muestra que hay una intencionalidad manifiesta que trasciende alternativas de urgencias de otros proyectos productivos, referidos a alimentación sustentable y saludable, que ameritan ser puestos en el centro de la escena para soportar una crisis socioeconómica tan inédita como preocupante que tiene marginados a millones de argentinos. Y este problema requiere ser atacado con prontitud, puesto que no es un problema de falta de alimentos, sino que el problema es de distribución.
Defiendo la vida de todos, no solo de quienes no han nacido, sino también de quienes hoy viven la exclusión, discriminación, de los que no tienen tierra, de los desposeídos y de los que padecen la injusticia social. El aborto es una mirada destructiva y no constructiva, donde se patentiza no sólo lo infundado sino lo delicado de los selectivos criterios madurativos o funcionales cuando se vulnera el principio de protección y dignidad de la vida humana.
En otro orden, y singularmente en mi campo de acción y gestión, necesitamos más familias en el campo, en los sectores productivos y pujantes del país, en ello la ruralidad puede arropar y contener a familias y jóvenes, en busca de la generación de trabajo. Argentina necesita debatir, con creatividad y altura, un Plan Poblacional y una Política de Estado Demográfica, en donde la ruralidad juegue un rol protagónico, cuestionarnos cómo podemos lograr que más personas vivan, difundir los bienes y que más personas sean propietarias -en mejores condiciones y con más posibilidades de desarrollo- en nuestro país.
Los países que han crecido, han evolucionado por extender su infraestructura y las posibilidades de vivir a sus ciudadanos, como indica nuestro trabajo sobre el Acuerdo de Inversión Productiva que Coninagro presentó este año, en su apartado sobre Pobreza y Empleo, son dos temas clave para la recomposición del tejido social y productivo. A eso hay sumarle la importancia de trabajar en todas las regiones del país junto al modelo cooperativo para lograr más productores, con más hectáreas sembradas para que generen mayor empleo; economía circular con nuevas oportunidades directas y novedosas modalidades de producción.
Debemos orientarnos en una visión hacia el futuro, con sensatez volcarnos hacia la cultura del trabajo, de la unidad, de la familia, y no hacia aspectos individualistas. En el campo estamos acostumbrados a cuidar la vida como un proceso; sabemos que para que el árbol de fruto tuvo que ser cuidado desde que era semilla, sabemos cuidar la vida de un animal, de una planta, en otras palabras estamos acostumbrados a sembrar cada día, y percibo que este asunto retrae ese espíritu de desarrollo y en esa impronta de arraigo fecundo.
Este proyecto de ley, que ya se debatió y se rechazó anteriormente, supone una mirada individualista con un erróneo concepto de progreso a costa del descarte de la vida del otro. Necesitamos más solidaridad y cuidar al otro, con el cual se construye la patria y se organiza la comunidad. En suma, gobernar es poblar, es promover la vida como derecho humano y sin minimizarlo a un plano utilitarista, es que recurro a la cita del Papa Francisco que nos interpela: “¿Es justo eliminar una vida humana para resolver un problema?”. Creo que el Estado le debe mucho más que esto a sus ciudadanas.
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