Un año de gobierno: no hay balance sin pandemia

No hicimos todo bien. Cometimos errores, a veces no llegamos adonde teníamos que llegar. Pero estuvimos y estaremos siempre abiertos a oír las críticas

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Alberto Fernández
Alberto Fernández

El gobierno de Alberto Fernández nace con un mandato histórico: sacar al país de la recesión y el riesgo social al que el gobierno de Macri lo arrojó. Lo dije muchas veces: Macri no inventó la pobreza ni la restricción externa, pero durante su gobierno las “soluciones” sólo agravaron ese cuadro de deterioro y estancamiento.

Pero el mandato histórico de gobernar la herencia que dejó Cambiemos nos encontró con un escenario peor e inesperado: el COVID-19. El 2020 será un año bisagra en la historia de la humanidad. Así será escrito, y así fue narrado incluso en tiempo real. Y aunque el desafío de salir de la pandemia no ha terminado, estamos obligados a hacer un balance del primer año del gobierno de Alberto Fernández y no podemos engañarnos ni cometer la deshonestidad intelectual que oímos y leemos de muchos analistas: no hay balance sin pandemia.

Que nos haya hartado la pandemia no significa que, si no la nombramos cuando analizamos al gobierno, logremos que no exista. Superamos la pérdida de 40 mil personas. Y vemos a diario los efectos en la economía. Pero desde el Gobierno la enfrentamos en las condiciones estatales que recibimos de mano de la anterior gestión. Esto es: endeudados, con la zozobra de una corrida cambiaria que no cesaba y una recesión que castigaba a las capas medias y bajas de nuestra sociedad. ¿Cómo hubiéramos enfrentado a este enemigo de todos con un Estado más normal? Seguramente mejor.

Lo que se logró significó reparaciones en todos los frentes: renegociamos la deuda para hacerla sostenible, rearmamos un marco de conversación real y madura con el FMI, preparamos el sistema sanitario para no tener, por ejemplo, que “optar” entre personas para el uso de respiradores y expandimos una política social sin precedentes para compensar el efecto social con los IFE, las ATP y las miles de toneladas de alimentos que distribuimos en comedores. Ayudamos sin mirar a quién. Sin mirar quién era el dueño de la empresa a la que le manteníamos las fuentes de trabajo, de qué color político o religión era el comedor. Tuvimos la voluntad de sostener a los más débiles reafirmando el rol protagónico de los movimientos sociales, de las iglesias, los clubes de barrio, y todas las redes sociales reales que hay en la sociedad y que organizan tanto la demanda al Estado como la llegada del Estado. Este es un balance sobre lo provisorio, sobre lo que pudimos, sobre el enorme esfuerzo hecho.

Hace pocos días el economista Carlos Melconián habló del problema económico y se refirió a “los últimos 35 años”, es decir, situó el comienzo de nuestra larga agonía en 1985. Sin embargo, esa línea de tiempo es injusta. El recorte selectivo. Omite lo principal: el corte que significó el año 1976 (con el duro antecedente del Rodrigazo de 1975). Y digo el 76 para recordar que aquella dictadura criminal no sólo le dio un golpe de Estado a una democracia: le dio un golpe a la estructura productiva. La dictadura hizo demasiados daños. Uno de ellos fue la deuda externa que enajenó el Estado. Nunca más pudimos ser aquel país.

Nací en 1957. Y crecí en esa Argentina de los años 60 y 70, años convulsionados acá y en el mundo. Época conflictiva, autoritaria, con democracias tuteladas (cuando las hubo), con un orden civil que vivía con taquicardia porque cada dos por tres se venía un golpe o un levantamiento que le ponía los puntos. Y sin embargo, paradójicamente, era una Argentina definitivamente más igualitaria. No había pobres, había trabajadores. No había excluidos, había, en tal caso, “explotados”. No había elecciones, pero la torta estaba mucho más repartida. Ganamos la democracia y la libertad, pero perdimos la igualdad. Tuvimos gobiernos que se propusieron recuperar esos valores igualitarios. Y ese es el desafío de la dirigencia argentina: hacer compatible la libertad y la igualdad. Somos un país de derechos. De luchas. De organización solidaria.

Sobre nuestras espaldas tenemos entonces herencias de distinta escala. La deuda interna de la democracia (que cargamos desde 1983), el endeudamiento que nos dejó el macrismo y el desafío global del coronavirus. No hicimos todo bien. Cometimos errores, a veces no llegamos adonde teníamos que llegar. Pero estuvimos y estaremos siempre abiertos a oír las críticas. Nos va a costar, pero podemos sacar el país adelante.

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