“Fratelli Tutti”: de cómo predicando fraternidad se obtiene odio y pobreza

La influencia de la Iglesia ha tomado control de Latinoamérica durante todo el siglo XX y amenaza con extender su influencia al siglo XXI. Es allí y en el temor que inspira el enfrentarse a las ideas de una institución con 20 siglos de historia, en donde radican los principales obstáculos que impiden transformar nuestros países latinoamericanos en países en los que reine la libertad

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El papa Francisco en una audiencia general semanal en el Aula Pablo VI (Imagen de archivo)
El papa Francisco en una audiencia general semanal en el Aula Pablo VI (Imagen de archivo)

Jorge Bergoglio (alias el Papa Francisco) escribe una Encíclica que trata sobre la Fraternidad y la Amistad Social, “Fratelli Tutti”, dándole al mundo algunos consejos de cómo lograr alcanzar dichas metas.

Pues bien, si seguimos sus consejos no solo no obtendremos ni fraternidad ni amistad social sino que su Encíclica constituye una receta perfecta para sembrar el odio, acentuar las grietas sociales e incrementar la pobreza.

La Encíclica de Bergoglio no constituye una visión aislada de un Papa inclinado a la izquierda, sino que (a pesar de los intentos de muchos liberales-conservadores de intentar separar a Bergoglio de los postulados de la iglesia), la misma responde perfecta y alineadamente a la tradición de la mayor parte de las Encíclicas Papales y de los principales postulados de la Iglesia y de la religión católica a lo largo de la historia.

La receta de Bergoglio difiere en sus formas del llamado a la “fraternité” realizado por Maximilien François Marie Isidore de Robespierre (alias “El Intocable”) quien junto a sus colegas jacobinos (Louis de Saint Just, Jean-Paul Marat y George Jacques Danton) impulsaron las ideas de Rousseau y de la Revolución Francesa. Esta última se torno violenta dando lugar a la “época del terror” que entre 1793 y 1794 costó la vida de más de 40.000 franceses, incluidos muchos miembros del clero y de la Iglesia quienes junto a la aristocracia y a la nobleza sustentaban la tiranía de los monarcas de ese país. Pero el contenido de la propuesta papal tiene muchas similitudes con la propuesta de los Revolucionarios de esa época: se solicita que los hombres resignen su individualismo, su codicia, su avaricia y sus derechos, en beneficio del bien común. ¿Quién decidía en aquellas épocas el contenido del “bien común”? la mayoría parlamentaria de la Asamblea dominada por los jacobinos. ¿Y ahora? los estados nacionales. ¿Y aquellos que disentían o votaban en contra? pues tenían altas chances de ser detenidos, torturados y guillotinados. Esa suerte está aún abierta a que se repita si se insiste en repetir aquellos errores.

El resultado de la Revolución Francesa no fue ni liberté, égalité, fraternité. En lugar de “igualdad”, obtuvieron un Emperador, Napoleón Bonaparte, que gobernó Europa a sangre y fuego durante 20 años. En lugar de “fraternidad”, transformaron a Francia en el Reino del Terror. En lugar de “libertad”, obtuvieron sumisión, despotismo, guerra y confiscaciones.

La Encíclica papal constituye un claro ataque a las libertades individuales y, una vez más, al capitalismo. El Papa sostiene con precisión en este documento que las divisiones políticas son causadas por un exceso de “individualismo”, término al que le dedica la mayor parte de sus ataques. Para contrarrestar este mal, Bergoglio propone “caridad” y “solidaridad” con la novedad que la implementen no solo los privados sino también los gobiernos.

El Papa sigue en su Encíclica la tradición cristiana de que la “Propiedad Privada” debe subordinarse a las necesidades de los pobres y de los más necesitados. “Tenemos la obligación de compartir con los pobres”.

Preocupado por la desintegración del mundo (Brexit, Trump, Johnson, las disputas con China) critica sin embargo el principal proyecto integrador del mundo: “La globalización” a la que presenta como mero afán de dominio e “imperialismo cultural”. La principal fuerza desintegradora del mundo sería sin embargo el “individualismo vacío”, la ambición personal enemiga del bien común, y el egoísmo, presentado como un “abuso sobre el prójimo”.

En lugar de preocuparnos por nuestro propio bienestar, el “necesitado” debe ser nuestra máxima prioridad de acuerdo a la Encíclica. La caridad pasa a ser así no solo una obligación de todo ciudadano virtuoso sino también una obligación de todo político decente. El llamado a estos últimos es para que lleven a cabo una consistente labor de redistribución de ingresos, justicia social e implementen el estado de bienestar. La solidaridad no puede ni debe ser un acto esporádico de generosidad. Que unos pocos se apropien de bienes escasos constituye pues una inmoralidad y una injusticia. Es equivalente a un robo. Debemos exigir que se les devuelva aquello que siempre les ha pertenecido por derecho. El gobierno que redistribuye cumple así con el imperativo ético de justicia devolviendo a los pobres aquello que les fuera robado.

¿Cómo fue implementado el robo? a través de los mercados, de especulaciones financieras, del capitalismo.

Siempre que Bergoglio se refiere a las ganancias de los empresarios lo hace con términos como “apropiación” o “amasar riqueza” .

En toda su Encíclica, no dedica un solo párrafo al proceso de creación de riqueza. ¿Cómo se crea la riqueza? Pues... Dios la provee.

El increíble crecimiento del PBI mundial per cápita (que pasó de 300 dólares a 7.000 en los últimos 250 años) es completamente ignorado. La Revolución Industrial sólo es mencionada para ilustrar abusos.

La idea papal consiste en que la riqueza está fija y se asemeja a un árbol de manzanas. Si alguien toma demasiadas queda poco para los demás.

El hecho de que el capitalismo genera huertos proveedores de miles de manzanas, no es comentado.

A consecuencia de esta interpretación de “riqueza fija”, su propuesta es que los derechos de propiedad deben subordinarse al “bien común”. Esta propuesta se nutre de la tradición cristiana desde la época del “Sermón de la Montaña”. La riqueza no ayuda a la realización humana, es perversa. Los tesoros debemos buscarlos en el cielo y no en la Tierra. La propuesta de la Iglesia se inclina a favor de la vida en común, típica de convento, con votos de pobreza y si es posible castidad, sin propiedad privada, regida por la ética del altruismo (sacrificio propio para servir a los demás) y en el que reina la fe y no la razón humana. El orden y la obediencia enmarcan la propuesta.

El principal enemigo de la idea cristiana es el individuo y el individualismo. La individualidad se tolera siempre y cuando esté subordinada al bien común. Debemos aportar al pozo común de acuerdo a nuestra capacidad y retirar de acuerdo a nuestras necesidades, que deberán ser siempre austeras y vigiladas por los encargados de supervisar el “bien común”.

El hecho de que la riqueza se crea y que alimentar a 7.000 millones de personas requiere inteligencia, es ignorado sistemáticamente por el Papa. El hecho de que quien crea riqueza no se la está sacando a nadie pues antes no existía, es deliberadamente omitido por Bergoglio. Acaso ¿no es injusto que quien produce deba entregar sus bienes a quien no produce nada? mutis por el foro.

Otro término que brilla por su ausencia en el vocabulario papal es la “inteligencia humana”. Cuando la menciona –indirectamente– es para criticarla: productos de la inteligencia del hombre como los avances en tecnología (crea desempleo), en comunicación digital (nos convierte en zombies) o en Social Media (nos banaliza) deben ser descartados o minimizado su rol. Ni nuevas ideas ni pensar por nosotros mismos. Debemos hacerlo a través de la interpretación de los jerarcas de la Iglesia. Nuestra independencia nos ha conducido al reino de la pornografía, de la fornicación y de la destrucción del medio ambiente. Recordemos a los culpables de estos desvíos: el egoísmo, la avaricia, el consumismo, el exceso de racionalidad, la falta de fe.

El egoísmo (autointerés racional) es transformado en indiferencia por el prójimo de acuerdo a Bergoglio. En realidad, lo opuesto es cierto. Solo quien está satisfecho con sí mismo se abre a la benevolencia, al comercio y a relaciones positivas y contractuales con los demás.

El Papa ignora el sentido de la productividad, la armonía proveniente del comercio, los contratos, la propiedad privada y el capitalismo. Subordina la mente humana al bien común sin entender que sin libertad y propiedad privada la mente humana no funciona.

El Papa pregona el derecho a disponer de los productos pero no desea respetar la fuente que los genera. ¿De dónde sale la riqueza? no responde, pero insinúa que Dios proveerá por la fe, por generación espontánea.

Lo cierto es que no solo Bergoglio sino la tradición de la Iglesia ha subordinado hasta los mismos Mandamientos a la propia interpretación: no matarás (a no ser que Dios te lo ordene). No robarás... “injustamente”. Con justicia y obedeciendo los deseos de Dios... si se puede.

La Encíclica insiste en que debemos devolverle a los pobres lo que es de ellos por derecho propio.

El individualismo surge durante el Renacimiento cuando Tomás de Aquino rescata y traduce las obras de Aristóteles. Allí aparece la ética que respeta al individuo, su mente y su propiedad. Rompe con la tradición de la Iglesia y sus requerimientos de obediencia. Plantea la autodeterminación por primera vez en la historia. Hasta entonces la vida humana había estado predeterminada siempre por un dios omnisciente.

La religión y la Iglesia católica han constituido un obstáculo al progreso y a la autodeterminación de las personas. Progresamos no gracias a la religión sino a pesar de ella. Durante los 1000 años en los que gobernó la Iglesia (500 a 1500) disfrutando junto a los monarcas de poder temporal, el mundo se estancó bajo la jurisprudencia de la Inquisición. Las mentes libres eran perseguidas y cuestionadas. Hoy en día y muy probablemente gracias a la pérdida del poder temporal, la Iglesia emplea la persuasión y métodos pacíficos. Pero la intolerancia del mundo árabe (aún regido en muchos casos por monarcas y teocracias) nos permite entender cómo fue el mundo regido por el poder de la Iglesia.

Como reflexión final nos queda: ¿es Bergoglio una desviación izquierdista del espíritu de la Iglesia o es el socialismo una versión secular de las ideas que la Iglesia ha mantenido a lo largo de toda su historia?

El Concilio Vaticano segundo fundamentando el “destino universal de los bienes”, La Centesimus Annus afirmando que los mercados deben ser controlados por las fuerzas sociales y por el Estado”, Pio XI, el mismísimo Juan Pablo II, muestran el mismo patrón conceptual: el capitalismo no puede ser dejado en libertad. Debe ser controlado y dirigido por el Estado para controlar los excesos individualistas. El individualismo, según la iglesia, no es otra cosa que “la cultura de la muerte” debido a un “eclipse del sentido de Dios”. Un virus a combatir.

Todos somos responsables por todos. Para la Iglesia, el gobierno tiene un rol central en proteger y promover el bien común. La Iglesia, a diferencia de Ronald Reagan o Margaret Thatcher, no cree que el gobierno sea el problema sino que es parte de la solución. El Estado debe existir para “defender y promover el bien común de la sociedad”. Seguros sociales, planes sociales, seguridad social, son parte del programa de la Iglesia. El Estado puede permitir la actividad privada pero reglamentada por el gobierno y dirigida por el gobierno. Si los mercados no solucionan los problemas, deberá hacerlo el Estado (principio de subsidiariedad). Las necesidades de hambrientos y desposeídos deben estar siempre en primer lugar. La globalización conspira contra el progreso. Las empresas deben ser protegidas para favorecer la industrialización; las corporaciones reguladas para que no acumulen poder, los gremios alentados para proteger los derechos de los trabajadores.

Se debe evitar la pérdida de poder de los Estados siempre incentivados por el capitalismo a achicarse para poder atraer inversiones .

Las instituciones financieras internacionales que incentivan los cortes en los gastos sociales deben ser combatidas

Solo la doctrina social cristiana podrá frenar –de acuerdo al Papa– la ola de libertarianismo individualista que se abre paso y azota al mundo en nuestros días.

La influencia de la Iglesia ha tomado control de Latinoamérica durante todo el siglo XX y amenaza con extender su influencia al siglo XXI. Todo el pensamiento político y los valores éticos latinoamericanos están enteramente representados en la doctrina social cristiana.

Es allí y en el temor que inspira el enfrentarse a las ideas de una institución con 20 siglos de historia, en donde radican los principales obstáculos que impiden transformar nuestros países latinoamericanos en países en los que reine la libertad.

Lo que debe enfrentarse es el altruismo como bandera ética de la Iglesia y el sentimiento de la fe como herramienta para la toma de decisiones que compite diariamente con la razón humana.

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