El canciller argentino, Felipe Solá, relatando la conversación telefónica entre el presidente argentino y el presidente electo de los Estados Unidos, mi amigo Joe, manifestó que la Argentina se había quejado por la animadversión contra nuestro país, que, supuestamente, muestra el representante norteamericano en el Directorio del Fondo Monetario Internacional. Si hacer público este hecho es un “invento” o una “imprudencia” del canciller, no es el problema -como alguna vez lo definió Néstor Kirchner “Felipe es Felipe”-, o en todo caso es un problema para el Presidente. El verdadero problema de la Argentina es la negociación de un nuevo acuerdo con el Fondo. Y es un problema porque en esa negociación se define un buen programa macro “anclado” por el FMI, o un programa de compromiso que, salvo para “tirar la pelota afuera”, de poco le serviría a nuestro país.
Pero empecemos por el principio. El representante norteamericano en el Directorio del Fondo es un señor que designa el presidente estadounidense, a propuesta, en general, de su secretario del Tesoro, y que, como el resto de los “embajadores” y ministros estadounidenses, requiere acuerdo del Senado. Siendo un representante del gobierno norteamericano y, en particular del Departamento del Tesoro, no tiene mucho juego propio. En pocos países del mundo, la Argentina entre ellos, un embajador hace lo que se le da la gana, independientemente de las instrucciones de su gobierno. Por supuesto que, como siempre, las personas importan, y lo que Mark Rosen (de él se trata) discuta con su gobierno puede influir en las decisiones finales, pero lo cierto es que el norteamericano más importante en el Fondo Monetario no es Mister Rosen, si no el primer subdirector gerente, segundo de la doctora Kristalina Ivanova Georgieva. En este momento, se trata de Geoffrey Okamoto, californiano, republicano, y ex alto funcionario del Tesoro norteamericano en el área de finanzas internacionales. De hecho, anduvo por Buenos Aires, representando al Tesoro en la reunión de Ministros de Finanzas del G 20. Okamoto fue propuesto por Donald Trump, con apoyo de Georgieva, para reemplazar en su cargo a David Lipton, que, siendo el segundo de Christine Lagarde -hoy al frente del Banco Central Europeo-, fue el norteamericano más importante en el Fondo, en negociar y aprobar las condiciones del acuerdo con la Argentina en 2018.
Conseguir un nuevo acuerdo implica que la Argentina le tiene que presentar al staff, un programa macroeconómico y sus proyecciones por el tiempo que dure el nuevo préstamo. Como al Presidente no le gustan los “planes”, Guzmán rebautizó el plan como “hoja de ruta”, pero es lo mismo
Resumiendo esta primera parte, el FMI tiene un Directorio Ejecutivo, Board para los amigos, integrado por representantes de los países socios. Allí está Don Rosen. Y tiene un staff profesional, que es el que negocia los términos de los créditos que se otorgan, con los países que lo solicitan. Ese staff está encabezado por una Directora Ejecutiva, la querida Kristalina, secundada, en este momento, por el norteamericano, republicano, ex funcionario del Tesoro, Okamoto. El staff negocia, acuerda, y luego la Directora Ejecutiva le lleva el acuerdo a sus colegas del Board para que lo aprueben o lo observen y le pidan al staff las aclaraciones correspondientes.
Pasemos ahora al fondo del Fondo. Como ustedes saben, la Argentina tiene que renegociar una deuda de 44000 millones de dólares que vencen entre 2021 y 2024. Como ustedes saben también, la Argentina no puede pagar esa deuda en tiempo y forma. El FMI es un acreedor privilegiado, es decir un acreedor al que no se lo puede “defaultear” -por eso presta a tasas muy bajas, libres de riesgo-. Si un país no puede pagar, tiene que conseguir un nuevo acuerdo, a un nuevo plazo y con ese préstamo cancelar el préstamo anterior. Conseguir un nuevo acuerdo implica que la Argentina le tiene que presentar al staff, un programa macroeconómico y las proyecciones correspondientes por el tiempo que dure el nuevo préstamo. Como al presidente no le gustan los “planes”, el ministro Martín Guzmán, rebautizó el plan como “hoja de ruta”, pero, créanme, es lo mismo. Ese programa, tiene que ser suficientemente consistente para convencer al staff de que su aplicación va a lograr reabrir el mercado de crédito privado externo para la Argentina y, eventualmente, atraer inversión extranjera directa, de manera que sean esos dólares “nuevos” los que permitan pagarle al Fondo y, a su vez, renovar la deuda de los nuevos bonos que se canjearon a tenedores privados, por los bonos que no pudimos pagar. En otras palabras, la Argentina, como dijo doña Merkel en su intervención en la Conferencia Industrial de la UIA, “necesita recuperar la confianza de los inversores” y es en ese sentido que un programa “bendecido” por el FMI, ayuda. Es decir, el Fondo pide y respalda un programa lo suficientemente creíble para que algún otro ponga la plata que la Argentina necesita para pagarle al Fondo.
Ese programa tiene que mostrar convergencia fiscal, para lograr con el tiempo un superávit primario que permita pagar los intereses de la deuda, condición necesaria para reabrir el mercado de crédito. Sin reapertura del mercado de crédito externo para la Argentina, entraríamos nuevamente en default con los títulos ahora entregados. A su vez, el Fondo ejecuta el llamado “ejercicio de sostenibilidad de la deuda” que, para el caso argentino es todo un desafío, porque dicha sustentabilidad requiere la reducción de la relación deuda/PBI. Pero sucede que, dado que la Argentina tiene un PBI en pesos y una deuda en dólares, esa relación está sujeta a la variación del tipo de cambio. Encima, como la Argentina renegoció su deuda privada casi sin quita de capital, la relación deuda/PBI sólo baja si el tipo de cambio real permanece constante, y si el PBI crece por encima de la tasa de interés. Es más, durante este año, con la colocación de deuda en dólares y la caída del PBI por el COVID y el confinamiento, la relación deuda/PBI aumentó, aún después del canje.
Volviendo al programa argentino, además de la cuestión fiscal, se precisa delinear, por obvias razones, la política monetaria y cambiaria que va a instrumentar el país, para generar las condiciones para la inversión y el crecimiento. No sólo hace falta superávit fiscal -que es en pesos-, hace falta acumular dólares en el Banco Central, y recomponer reservas.
Hoy Argentina no tiene programa fiscal aceptable, ni política regulatoria, monetaria y cambiaria
Por lo tanto, el programa argentino deberá contemplar un esquema gradual del camino al superávit fiscal, enmarcado en una política monetaria y cambiaria consistente con la atracción de dólares comerciales y/o de inversión directa, de extranjeros o locales y estimulando las ganas del resto del mundo de tener bonos de la deuda argentina. Si, además, se piden plazos largos para el nuevo endeudamiento, el Fondo requerirá algunas “reformas estructurales”.
A estas alturas, el amable lector o la amable lectora se preguntarán ¿Y entonces?
Entonces, la cuestión es que hoy la Argentina no presenta ni siquiera un programa fiscal aceptable -al menos en el Presupuesto 2021 y aún neto del gasto COVID-. Tiene un sistema impositivo y regulatorio con un fuerte sesgo anti exportador, más ahora que los Gobernadores “pactaron” no bajar Ingresos Brutos, de manera que el sobrante comercial depende de la evolución de los precios internacionales (bien por ahora) y de Brasil (bien por ahora) y de cuánto se quiera crecer (para lo cual hay que liberar importaciones). No tiene una política regulatoria, monetaria y cambiaria que permita la atracción de inversión extranjera. Por ejemplo, la liberación del giro de utilidades para los inversores en Vaca Muerta, dentro de dos años, se incluyó en una resolución del Directorio del Banco Central que puede cambiarse en cualquier sesión, en 5 minutos. Tiene una política monetaria “sin tasa de interés de mercado” y, finalmente, tiene un mercado único y libre de cambios, que no es mercado (restricciones a las importaciones, entre otras cosas), no es único (múltiples tipos de cambio y brecha del 100%) y no es libre (intervenciones de toda clase).
En síntesis, en una negociación seria, la Argentina tendría que cambiar todo su actual programa “vamos viendo”.
Por supuesto, también es posible, si la Argentina no solicita fondos frescos, que Joe Biden, Janet Yellen, Mark Rosen, Kristalina Ivanova Georgieva, Geoffrey Okamoto, y todo el Board del FMI puedan aceptar un acuerdo que mire para otro lado, y tire la pelota afuera en el 2021 y posponga lo importante para el 2022 en adelante, aunque ese no es el plan integral que podría generar la confianza que pide Merkel, y que le serviría a la Argentina para iniciar una recuperación sostenida, atraer inversiones, generar empleo y reducir la pobreza.
Dicho de otra manera, sin capacidad de presión -la plata ya la prestó-, el Fondo podría resignarse, aceptando que, así como Felipe es Felipe, la Argentina es la Argentina.