En las últimas horas fue presentado, a través de la Universidad Di Tella, el libro “La Época de las pasiones tristes” del reconocido sociólogo francés Francois Dubet. El autor, que terminó de escribir su trabajo antes que comience a castigar fuerte el COVID-19, apunta a las consecuencias de los fracasos de las instituciones públicas, a los cambios políticos vertiginosos, a la ausencia de gratificación y a la reacción ante los cambios por parte de las sociedades. Sin duda, si Dubet hubiera agregado las consecuencias concretas de la pandemia, tal como se observan a diario, sus conclusiones hubieran sido más amplias.
Dubet se ocupa de las desigualdades de todo tipo, especialmente en el occidente del mundo por el crecimiento de las crisis económicas y la frustración de los distintos grupos que integran una sociedad. Esos grupos no son homogéneos. Los burgueses, agrega, pueden habitar barrios periféricos pobres y seguir siendo lo que son. Y, viceversa, hay muy pobres en los más jerarquizados barrios de una ciudad, que acelererán su desventura.
Las iras de estos tiempos –dice–, los grupos y subgrupos humanos que se van formado dan motivo para que aparezcan determinados políticos y, por sobre todo, los políticos mesiánicos que gustan del “populismo” como forma de ejercicio del poder.
Las reticencias presupuestarias del poder central con la ciudad de Buenos Aires, cuyos conductores valoran otras ideas diferentes a las autoridades de Balcarce 50, son un ejemplo de castigo y de ofensa a la vida capitalina
Ellos dicen representar “la voz del pueblo”, cuando en los hechos esa “voz”, la del líder, exalta los caprichos, multiplica los odios, rompen los lazos sociales, intensifican las desigualdades. Y muchas veces se valen de la venganza contra lo que consideran sus diferentes, sus enemigos.
No lo dice Dubet, pero su tesis se adepta a la Argentina de estos días, ganada por un Gobierno desorientado, que dice representar los intereses del pueblo. Cada día o acontecimiento muestra una suma de torpezas que ayudan a agrandar la grieta que se arrastra desde hace tiempo.
Así se recargan los odios, las “pasiones tristes” que no ofrecen ninguna alternativa, ninguna salida.
Las reticencias presupuestarias del poder central con la ciudad de Buenos Aires, cuyos conductores valoran otras ideas diferentes a las autoridades de Balcarce 50, son un ejemplo de castigo y de ofensa a la vida capitalina. El castigo se utiliza con una menor distribución de los fondos. Representa un castigo serio que traerá consecuencias preocupantes porque sin duda deberá actuar el intrincado poder de la Justicia para dirimir, y muchos van a perder.
Paralelamente hay desconcierto en la cumbre misma del poder, donde lo que cunden son las sospechas, los chismes, el corre ve y dile. Que no hay diálogo ni coordinación entre la vicepresidenta y el presidente, en un modo en el que se repite en la relación de La Cámpora con Axel Kicillof, gobernador de la principal provincia del país, por el manejo en la ocupación de tierras y su ausencia de diálogo con los intendentes partidarios.
En el equipo del gobierno central hay disidencias y también algunos altos funcionarios actúan con torpeza. Si se aplicara el mismo problema oficial en la supuesta organización del velorio de Diego Armando Maradona a la economía en general y a los planes futuros, la crisis general en el país se agrandaría hasta volverse insoportable. Que el canciller Felipe Sola “inventara” una parte importante del diálogo telefónico entre Alberto Fernández y Joe Biden, próximo presidente de los Estados Unidos, quiebra los puentes que se quieren levantar con Washington.
El panorama futuro es peligroso. Las reservas en poder el Banco Central bajan sin cesar, la producción pide insumos del exterior y no se los dan o los frenan
El país tiene que coordinar la conquista de facilidades para negociar una deuda con el Fondo Monetario por 44.000 millones de dólares (no todo ese monto fue recibido en Buenos Aires), conseguir nuevas ayudas del Fondo o a través del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
El embajador Jorge Argüello en Washington trabaja intensamente en ello, lo mismo que el representante argentino ante el FMI, Sergio Chodos. Mucho depende de una mesa de encuentro limpia entre las partes para encontrar o no un salvavidas. Además de los funcionarios nacionales, el Gobierno paga a una empresa norteamericana una suma de alto monto para hacer lobby con las autoridades parlamentarias y políticas. El lobby también lo utilizó José A. Martínez de Hoy en tiempos de la Dictadura Militar y como ministro de Economía para que el establishment norteamericano no viera la represión y los derechos humanos vulnerados en el país. Los centenares de dólares gastados en ese propósito no sirvieron para nada, simplemente porque la jerarquía norteamericana le dio la espalda a la Argentina, actitud que también asumió casi todo el mundo. Se agravó con la Guerra de las Malvinas y los tristes sucesos posteriores.
Una nueva reunión fue convocada por la Unión Industrial esta semana para encontrar los remedios al estancamiento porque el Gobierno no los busca. Parece increíble que después de 140 años de polémicas rigurosas el Estado no sepa qué hacer con su industria nacional, sometida sin parar a un sube y baja que espanta. Nadie puede decir cuántas compañías han cerrado o cerrarán por miles y cuántas han levantado rápido campamento en búsqueda de menor presión impositiva y bruscos cambios de orientación y sin seguridad jurídica.
Parece increíble que después de 140 años de polémicas rigurosas el Estado no sepa qué hacer con su industria nacional, sometida sin parar a un sube y baja que espanta
El panorama futuro es peligroso. Las reservas en poder el Banco Central bajan sin cesar, la producción pide insumos del exterior y no se los dan o los frenan. La dependencia del extranjero se aproxima a la absoluta en la industria automovilística y farmacéutica. Y en otra montaña de elementos que se necesitan y el país estuvo y está lejos de tenerlos.
Y son pocos los que ven que está pasando en el hemisferio norte. Gran descuido en las poblaciones ante la pandemia que no se ha ido (¿ni se irá?) han traído segundas y hasta terceras olas. Las vacunas son indispensables en estos casos antes que se desmadre todo.