“El tamaño de mi esperanza” es el segundo ensayo publicado por Jorge Luis Borges (1926), pero lo condenó al ocaso. María Kodama lo rescató en 1994 diciendo: “Borges fue injusto con este libro de su juventud”.
En la breve introducción que tiene el nombre del ensayo, el autor dice: “A los criollos les quiero hablar: a los hombres que esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa”. Fuerte afirmación para recordar en estos tiempos en que la desesperanza siembra la angustia de la deserción. Cabe preguntar ¿desde cuándo?
Más adelante Borges escribe: “Mi argumento de hoy es la Patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero…lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza”; a la que llama “memoria del futuro”. La esperanza, dice, es tanto el ensayo como la memoria del futuro. Sin ensayo y sin memoria del futuro no hay esperanza. Así se produce un círculo virtuoso.
Los argentinos viven un tiempo de desesperanza, sin que se hayan propuesto ensayar el futuro y ocupando la memoria con un pasado eternizado. ¨Preocupan los jóvenes tentados por los éxitos que imaginan lejos del país. Fuga de cerebros. No sería la primera oleada.
Sin ensayo y sin memoria del futuro no hay esperanza
Pero ¿todo pasa? Es que antes hubo la fuga del ahorro. El ahorro es la base de cualquier construcción. La fuga continúa ¿Hasta cuándo? Todo eso es lo que alimenta la falta de esperanza y lo que impide el ensayo del futuro, los proyectos. Y la abundancia de ellos, si los hubiera, conformaría la anhelada memoria del futuro que habrá de parir la esperanza.
Luego Jorge Luis Borges se pregunta “¿Qué hemos hecho los argentinos?” Comienza su enumeración de las muchas gestas criollas, diciendo: “El arrojamiento de los ingleses de Buenos Aires fue la primera hazaña criolla, tal vez”. ¿Se podrá, por ejemplo, recuperar esa alma, esa enorme voluntad de ocupar el desierto, el territorio, la vía férrea que integraba el país?
Borges, se va aproximando a la realidad y concluye esa breve y elocuente introducción, diciendo: “Nuestra famosa incredulidad no me desanima…Una incredulidad grandiosa, vehemente, puede ser nuestra hazaña”.
La construcción del puente al futuro
Entre esta incredulidad, descripta hace un siglo como posible energía, y la esperanza, que es necesariamente ensayo y memoria del futuro, se hace imprescindible construir un puente. Ese puente es el debate, la discusión de ideas y no la de personas. Borges decía que los inteligentes no discuten de personas sino de ideas.
Justamente la discusión centrada en las personas es parte de la decadencia o de la incapacidad para “ensayar el futuro”, de la desidia de no ocupar con proyectos la memoria y darle vuelo a la esperanza. De tanto hablar de las personas se ha olvidado hablar de las ideas.
Si algo faltara para entender dónde se ha caído y hasta dónde ha desbarrancado la “dirigencia” política, basta con recordar las imágenes del funeral de Diego Maradona y las reacciones ante el evidente fracaso de lo que debería haber sido una amalgama colectiva. Convocatoria, en DISPO, a una multitud, un cierre de puerta del velatorio, un cierre improvisado, irreflexivo, sin cálculo de las consecuencias; y la foto pública de la vicepresidente en soledad ante el féretro, lo que bien puede explicar, por la simultaneidad de los hechos, el porqué del cierre de la puerta y la posterior necesidad de disuadir la presión usando gases lacrimógenos.
En 2003 en un respiro de esa crisis que había inaugurado la implosión de la convertibilidad, Marcelo Capurro -un periodista enorme- fundó la revista “Debate”.
Capurro ayudó a construir un puente entre la incredulidad que habían forjado hasta entonces los fracasos y la esperanza que el futuro alumbraría a partir de la difusión del pensamiento crítico de todas las escuelas.
A esa propuesta respondieron, diversidad de generaciones, disciplinas, corrientes y una pasión argentina común. Entonces se sufría una Argentina en crisis económica y social y malestar político, que convivía sin grieta: basta repasar los reportajes y los artículos de “Debate” de esos años. Pero cuando el impulso del “viento de cola” dejó de despejar los escombros de la crisis de largo plazo, que comenzó en 1975, la Resolución 125 en 2008 agregó la grieta.
Cuando el impulso del ‘viento de cola’ dejó de despejar los escombros de la crisis de largo plazo, que comenzó en 1975, la Resolución 125 en 2008 agregó la grieta
Lamentablemente, han sido 17 años en un escenario dominado por el desempleo formal privado, aumento del empleo público y una estrategia de supervivencia sostenida por subsidios, planes, ayudas. Todo eso refleja la caída de la productividad de la economía en su conjunto. Pocos años de excepción no han cambiado el panorama. El PBI por habitante de 2020 será igual al de 1974. Es decir, en 17 años no se pudo escapar a esa geometría del atraso. La pandemia ha generado una fuerte inversión pública en salud, es cierto. Pero también la pandemia le ha aplicado un golpe durísimo al sistema educativo.
La fuga de capitales creció vertiginosamente en el primer período de Cristina Kirchner y volvió a tener la misma tendencia durante el gobierno de Mauricio Macri, y ahora se repite con Alberto Fernández. Al mismo tiempo la tasa de inversión ha registrado en estos años el promedio más bajo de la historia económica nacional. Desde 2003 nada se hizo que merezca una satisfacción: sin ley de promoción de inversiones, sin financiamiento a largo plazo, sin proyectos convocantes. Las exportaciones están estancadas.
Se terminó con el sistema de jubilación privada que tuvo un enorme protagonismo en el endeudamiento externo. Pero Cristina Fernández de Kirchner lanzó una moratoria absolutamente impropia que implicó cargar al sistema a quienes nunca habían aportado, ni trabajado, porque nunca habían tenido necesidad de trabajar. Todavía se carga con ese extravío y por cierto la situación se ha deteriorado.
Además, en 17 años en política internacional nada cambió para bien. Es cierto que, en ese período, el protagonismo chino abrió un mercado a las exportaciones primarias argentinas. Pero el proceso ha repetido la dinámica de los procesos irreflexivos. Las exportaciones no han crecido y el balance comercial de la industria ha continuado su negatividad. Así las cosas, crecer es como entrar en una manga que termina en un cepo: el crecimiento de las importaciones amenaza con crisis.
En 17 años en política internacional nada cambió para bien
Y, más allá de las innegables necesidades fiscales, que provocan la crisis social -que se arrastra desde entonces- y los inevitables costos de la pandemia, el manejo del gasto público, las prioridades colectivas y el modo de financiarlo tributariamente, han sido gobernados por la improvisación y la respuesta del momento, y no por el sosiego como ambiente de la discusión de definiciones imprescindibles para el bien común. Estamos igual en la mala forma de hacer las cosas.
La grieta aleja del diálogo, el futuro no es -aquí y ahora- una pasión del pensamiento y definitivamente no lo es de la política. Pues bien, toda esta continuidad, porque hubo progreso sostenido hasta 1975, es el orden que nos rige: el orden de la decadencia. Sus intereses, que no son pocos, resisten al futuro atrincherados en el “no se puede”.
Pero es necesario afirmar que construir otro orden es posible si se resiste desde “lo que no se puede dejar de hacer” para evitar que éste presente, que como se ha visto repite al pasado, se convierta en eterno. La agenda para hacerlo está pendiente desde, por lo menos, 2003 y sigue siendo joven.
El autor fue subsecretario de Economía del ministro José Ber Gelbard y uno de los que redactó ese plan; es escritor, autor del libro “Economía y política en el tercer gobierno de Perón”, y profesor en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA
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