El 3 de diciembre de 1990 tuvo lugar en la Argentina el primer y único intento de golpe de Estado carapintada contra el gobierno constitucional de Carlos Menem. La asonada militar se convertiría en el último plan golpista contra el orden democrático inaugurado en 1983.
Tres décadas más tarde, propios y ajenos reconocen en Menem una actuación decidida y firme en exigir la rendición incondicional de los sediciosos, negándose en todo momento a negociar con los rebeldes. Tras asegurar que sería intolerante ante las intenciones golpistas de los insubordinados, el Jefe de Estado llegó incluso a ordenar el derribo del edificio Libertador, de ser necesario, aunque finalmente los rebeldes se rindieron al caer la tarde.
Los hechos tuvieron lugar en momentos en que el gobierno de Menem aguardaba la llegada del presidente George H. W. Bush a la Argentina, una visita que la administración consideraba “clave” en el marco de una política exterior inaugurada en 1989 y que tenía en vista el acercamiento a los Estados Unidos.
El desafío al gobierno constitucional por parte de los carapintadas un día antes de la llegada del presidente norteamericano a Buenos Aires implicó una prueba para el gobierno justicialista que había asumido el poder el 8 de julio del año anterior.
El día de los hechos, Bush se encontraba en Brasilia en el marco de su gira sudamericana, un viaje que lo llevaría a Venezuela, Brasil, Uruguay y la Argentina. Contrariando el consejo de algunos asesores, Bush insistió en viajar a la Argentina y tan sólo 48 horas después de sofocada la sublevación militar, el día 5 llegó a la Argentina. Su llegada inmediatamente después del levantamiento carapintada era un enorme respaldo para el gobierno argentino.
“Ratifico absolutamente que no ha cambiado la intención (de Bush) de cumplir con la visita prevista”, dijo el embajador norteamericano en Argentina, el legendario Terence Todman. En tanto, Carlos Ortíz de Rozas, designado adjunto civil del presidente Bush en su visita al país, en virtud de su antigua amistad -forjada a comienzos de los años setenta cuando ambos eran representantes de sus países ante las Naciones Unidas-, recordó en sus Memorias que “Bush vino a la Argentina por propia decisión, rechazando la opinión contraria de las reparticiones del gobierno norteamericano que intervienen en la preparación de estos viajes”. El embajador Ortíz de Rozas explicó que tanto el Servicio Secreto como la CIA y el mismo Departamento de Estado habían impugnado la “conveniencia” de cumplir con el compromiso contraído.
Acompañado por el canciller Domingo Cavallo, el secretario general de la Presidencia Alberto Kohan, el embajador en Washington Guido Di Tella y otros miembros del gabinete, Menem recibió a Bush en la Casa de Gobierno y mantuvo una conferencia de prensa conjunta en la recientemente inaugurada sala de prensa del palacio gubernamental. Un cartel con la leyenda “Casa Rosada - Buenos Aires, Argentina” imitaba al del Press Room de la Casa Blanca. Allí, el líder norteamericano apoyó las reformas de mercado que estaba impulsando el gobierno argentino y agradeció el respaldo a los esfuerzos por restituir la soberanía estatal de Kuwait, tras la invasión que el régimen iraquí de Saddam Hussein había provocado el pasado 2 de agosto. Bush destacó el “coraje” y la “decisión” de Menem de enviar tropas argentinas al golfo Pérsico.
En tanto, el presidente norteamericano dirigió un mensaje a la Asamblea Legislativa horas más tarde. El homenaje en el Congreso ofrecería la oportunidad para un pequeño altercado que tuvo lugar cuando el diputado del MAS Luis Zamora pidió la palabra ante la negativa del presidente del Senado, el vicepresidente Eduardo Duhalde, quien le indicó que el reglamento no permite ese tipo de intervenciones en tales ceremonias. El episodio recordó, de algún modo, al vivido en ocasión de la visita del presidente Franklin Delano Roosevelt en tiempos del presidente Agustín P. Justo cuando el propio hijo del presidente argentino -Liborio- atacó verbalmente al mandatario norteamericano.
La de Bush era la tercera visita de un presidente norteamericano al país: anteriormente lo habían hecho Franklin D. Roosevelt en 1936 y Dwight D. Eisenhower en 1960. Más tarde llegarían Bill Clinton en 1997, George W. Bush (h.) en 2005, Barack Obama en 2016 y Donald Trump en 2018.
El viaje de Bush implicó un fuerte espaldarazo a su par argentino. Así lo reflejaron los medios norteamericanos. El día 4, el New York Times describió la sublevación como “un evento sangriento pero limitado” y advirtió que el pronunciamiento militar del día anterior no había tenido acompañamiento civil. Asimismo, destacó que Menem merecía el respaldo de los EE.UU. “por sus esfuerzos por vigorizar la ineficiente economía y por fortalecer la democracia a través de la adaptación de sus visiones peronistas a las normas constitucionales”. El Washington Post, en tanto, describió al levantamiento como “un asunto menor, desde que la mayoría del Ejército permaneció leal al gobierno” pero señaló que “es una advertencia de que la Argentina va a tener gran dificultad para sacar partido de la oferta que el presidente Bush está haciendo”.
Por el contrario, la prensa española receptó críticas a la situación argentina. Por caso, Diario 16 advirtió que la Argentina no era “todavía una democracia estable” y cuestionó al presidente del gobierno Felipe González por sus “alegrías inversoras” en el país, en relación a las privatizaciones, a las que tildó de “aventuras de dudosa eficacia y poca rentabilidad”. En tanto, El País hablaba de “incertidumbre”. Solamente el diario conservador ABC mostró una visión más proclive al gobierno argentino y describió la sublevación como obra “criminal” de un “pequeño grupo” de oficiales.
El propio Menem le dijo a Mario Baizán en su obra “Conversaciones con Carlos Menem” (1993) que vivió “los acontecimientos del 3 de diciembre como un desafío al poder del Estado nacional”. “Me juramenté resolverlo en lo términos que la gravedad de la situación requería. Esto es con la mayor contundencia y en el menor tiempo posible. Bastante había sido deteriorado el sistema democrático con aquellas ‘Felices Pascuas’ del 87 y con todas las negociaciones espurias con los rebeldes que se fueron sucediendo luego de cada alzamiento, y que solamente habían logrado mantener el problema sin resolver, latente, y cada vez más peligroso (…)”, agregó.
El aplastamiento del levantamiento y la visita de Bush producida inmediatamente después derivaron en una consolidación del poder del presidente Menem y en el fortalecimiento de la democracia argentina iniciada siete años antes por su antecesor Raúl Alfonsín.
* El autor es especialista en relaciones internacionales. Sirvió como embajador argentino en Israel y Costa Rica
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