Si durante años y décadas me la paso diciendo que soy especial, que soy distinto, que soy probablemente el mejor, que tengo valores que los demás no tienen y que bien harían en mirarme y seguirme más, porque de mí se aprende, cuando llega el golpe, la caída estrepitosa, es probable que no haya muchas simpatías de mi lado. Y si el que me desnuda es Diego Maradona desde el más allá, no debería asombrar que la situación se torne incontrolable.
Es lo que le sucede al rugby, ese hermoso deporte, como hermosos son el fútbol y el tenis, el básquet y el hockey, el voley y el atletismo, y tantos otros. Pero el rugby siempre fue distinto, siempre tuvo la capacidad de exhibirse como especial y de convencer al gran público de que ahí había algo más, algo que los demás no tenían y seguramente no podrían tener nunca. El tercer tiempo, por ejemplo. Había que reverenciar, entonces, a ese deporte propagador de “valores”, una palabra que suena siempre bien, aunque se ignore su contenido.
Uno de los problemas del rugby hoy es que si se reclama atención por lo que de bueno tiene, que lo tiene, y mucho, también hay que aceptar las miradas críticas ante lo que no se tiene. Y ante lo que se hace. Para decirlo de otra manera, parafraseando a Luis Barrionuevo: el rugby tiene que dejar de hablar de los “valores” por al menos dos años y, en ese lapso, trabajar en serio en todos sus déficits. Sí, es muy cierto que el fútbol, desmesurado símbolo de tantos males argentinos, debería entonces quedarse mudo por tres décadas. Y no solo porque los “bolitas” y los “paraguas” son también una obsesión en las canchas.
Cuando un deporte sacude al país en enero con el asesinato brutal de un joven a manos de una horda de rugbiers y confirma en noviembre que lo que sucedió en Villa Gesell no fue casualidad, lo que el deporte debe hacer es una introspección profunda y cambiar las cosas de raiz. Había iniciado ese proceso, muy en serio, la Unión Argentina de Rugby (UAR) tras el asesinato de Fernando Baez Sosa, pero ahora se le va a pedir más y mejor. Y más rápido. Es en parte el precio por años de inacción.
Hay que escuchar si no a Martín Sansot, ex Puma, en declaraciones a TN. “Nuestro deporte educa a las personas, cuida a las personas (...). A los 18 años les explotan las hormonas y están siendo rebeldes ante la familia y la sociedad. Que uno exprese su rebeldía en los teléfonos celulares no es para tildarlo de xenófobo. Estos jugadores que están ahora en Australia merecen todo el respeto del mundo, están utilizando la camiseta celeste y blanca. Son expresiones que creo que uno las puede tener. Creo que estamos para juzgarlos por lo que hacen dentro de la cancha, no por cualquier otra cosa”.
La confusión de Sansot es notable, y afortunadamente para él no existían celulares con redes sociales en sus años de jugador. Denigrar a otra gente, y hacerlo público, no es rebeldía, es cobardía repugnante. Y vestir la celeste y blanca no es un certificado de inmunidad e impunidad, aunque Maradona, autor de tantas barbaridades, lo haya tenido y lo siga teniendo. Ya lo dijo Fernando Signorini: “Con Diego hasta el fin del mundo, con Maradona ni a la esquina”.
No se le prestó mucha atención a esa frase, porque tras su muerte casi todo lo malo fue barrido bajo la alfombra. La vieja historia de que cuando nos morimos somos mucho mejores que en vida.
Dice Sansot también que a los deportistas hay que juzgarlos por lo que hacen dentro de la cancha y nada más. A ver: una cosa o la otra. No se puede propagar insistente y cansinamente que el rugby es más que un deporte y mejora a la sociedad, pero pedir que no se mire más allá de las canchas cuando se confirma que no siempre es así.
Pablo Matera, Guido Petti y Santiago Socino (y no solo ellos) tienen suerte de haber nacido y crecido en la Argentina. En muchos otros países en los que el rugby está implantado, la sanción deportiva, profesional y, sobre todo, social, sería muchísimo mayor a la que terminarán sufriendo aquí. El odio social, al que en América Latina estamos muy acostumbrados, existe también en esas sociedades, pero no son tan indulgente como en Argentina, que tiene un grave problema de pobreza y de discriminación basado en buena parte en el color de la piel.
La veloz reacción de la UAR, tan diferente al “fallecimiento” de aquel infame comunicado de enero tras el asesinato de Baez Sosa, demuestra que algunos dirigentes aprendieron algunas cosas este año. Y demuestra, también, que algunos patrocinadores se están cansando de ligar su imagen a un deporte capaz de haber caído tan bajo como cayó este año. Luces rojas en el tablero de un deporte que es un interesante negocio gracias al sector social alto al que está ligado. El fútbol vende yerba y televisores, el rugby vende autos de alta gama y seguros de vida.
Y como ese negocio también beneficia al mediático, algunas cosas que se saben o se ven no son contadas por todos cuándo o cómo deberían contarse. Hasta que los “carpetazos” de Twitter le pasan por encima al periodismo y al deporte. Esta vez fue el rugby, pero podrían ser muchos otros.
La excusa de que la obsesión de Matera y Socino con los “negros” y la de Petti por las empleadas domésticas son errores de jóvenes hace ocho o nueve años puede también ser usada en contra de aquellos que la esgrimen. ¿Dónde estaban y qué hacían los formadores deportivos (y en “valores”) cuando las hormonas al límite convertían en odiadores sociales a esos jugadores? ¿Dónde estaban sus compañeros, seguramente muchos de ellos espantados ante lo que leían? ¿Dónde estaba la UAR?
Se pregunta Sansot si dos semanas después del notable triunfo sobre los All Blacks, Los Pumas son “el diablo”. Y se puede entender su desazón, pero su pregunta entra también en contradicción con su propio pedido de que se juzgue a los jugadores por lo hecho en la cancha y no por lo que hacen fuera de ella. Ganarle a los hombres de negro es algo enorme. Burlarse de los “negros” y jactarse de ello, algo enormemente despreciable. Quizás evolucionaron Matera, Socino y Petti, quizás están sinceramente arrepentidos y horrorizados de sí mismos. Está en ellos hacer creíble ese arrepentimiento.
Añade Sansot que si se juzga a la gente por lo que hizo hace diez o veinte años, “ninguno podría estar dónde está”. Y es cierto que revisar los posteos de Twitter de muchos personajes públicos, es garantía de escándalo, como lo es recordar de qué nos reíamos cuando nos reíamos con Alberto Olmedo, Gerardo Sofovich o el “Gordo” Porcel.
Pero esta vez le tocó al rugby, porque hizo todo para que le tocara. Desde su muerte, Maradona desató una serie de maldiciones encadenadas desde el más allá, solo posibles por lo que hicieron aquellos que siguen de este lado con vida y por el fenómeno incomparable que es su figura. El mismo día de su velorio y funeral, Maradona dejó completamente desnudo al poder político y a la institucionalidad del país. Ahora muestra sin ropa al deporte que toda la vida se jactó de ser el mejor vestido. Conociendo la historia del “10”, esto continuará.
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