De Karate Kid a Cobra Kai, el camino de una chica con cuerpo musculoso y ganas de sentirse fuerte

Mis padres me mandaron a clases de taekwondo para que aprenda a defenderme. A los 14 abandoné: “no era femenino” ese físico con biceps marcados. La serie de Netflix me hizo recordar esas clases que amaba y me enojé por haberlas dejado. Me enojé por pensar que tener músculo era “marimacho”. Me enojé por no haber despertado antes, por haber abandonado lo que amaba por un mandato social y cultural sobre cómo debe ser el cuerpo de una mujer

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“Porque vivas nos quiero, libres, sin miedo

Vivas nos quiero, libres, sin miedo de ser lo que quieras ser

Voy a vestirme como quiera, con jean o con pollera

Y voy a luchar por el aborto legal

Para que mis sororas no mueran más en manos de este sistema que nos condena

Vamos a gritar en nombre de las que ya no están”

(Mora Navarro, “Libres”).

Karate Kid
Karate Kid

Cuando cumplí nueve años mis padres me mandaron a clases de taekwondo para aprender a defenderme. Eso mismo es lo que nos enseñaron a las mujeres toda la vida: cómo defendernos en caso de que alguien nos quisiera dañar., Pero por sobre todo nos enseñaron a prevenir: “No uses pollera muy corta”, “no uses escote”, “no lleves el pelo atado”, “no le contestes a nadie en la calle”, “no te subas a un taxi sola”, “no camines sola”, “no estés sola”… nunca.

Estar sola era (es) sinónimo de correr peligro. Estar sin la compañía de un hombre nos convertía en presa fácil. Lo que no nos quisieron confesar es que íbamos a correr peligro siempre. Y que, muchas veces, estar en tu casa o en el colegio no implicaba seguridad. Nadie nos contó que también había padres que abusan, hermanos, primos, amigos, tíos, abuelos… Muchas -las afortunadas que no nos tocó el horror de vivirlo- tuvimos que ver Precious para entender que tu papá también te puede dejar embarazada.

Es difícil considerarse afortunada a pesar “de”, es difícil agradecer estar rodeada de gente sana que jamás te lastimaría, mientras que a dos cuadras de tu casa están cagando a palos a una compañera. No deberíamos agradecer, no debería ser un privilegio ni un lujo y, menos que menos, deberíamos aprender a defendernos de la violencia de género porque no debería existir. Pero existe.

Cuando estaba en el tercer año del secundario mandaron una nota en el boletín diciendo que “las mujeres no podían ir al colegio en calzas porque era provocador para los compañeros”. Con mis amigas armamos una ronda alrededor de la dirección y no hubo que decir nada porque la imagen ya lo decía todo: todas vestíamos calzas negras. A lo que me refiero con este episodio ínfimo en comparación con muchos otros es que crecimos pensando que la culpa era nuestra. Nos hicieron creer que éramos nosotras quienes provocábamos y despertábamos la naturaleza violenta del hombre. Y, una vez despertado ese “instinto natural”, ya nada podría pararlo. Es entonces que solo nos queda una cosa: defendernos.

Las mujeres siempre debimos vivir en un estado de constante alerta porque todo podía hacernos algún daño. Y aún puede. Por eso es que cuando hacía taekwondo me sentía algo así como una chica super-poderorsa, que nada tenía que ver con la fuerza sino con… ¿cómo explicarlo?... tenía como una suerte de aura protectora que me defendía de los hombres “malos”, porque así los llamaban cuando éramos chicas. Los hombres “malos” era con quienes no debíamos hablar en la calle.

Tomé clases de taekwondo varios años más hasta que a mis catorce lo abandoné. No por aburrimiento ni porque me dejara de gustar, sino porque mis músculos habían crecido y eso era “poco femenino”. Les mostraba mis bíceps a mis amigas con orgullo, pero cuando teníamos que juntarnos con varones los escondía entre la ropa. Por tres años me prohibí usar remeras sin mangas ya que pronunciaban mi musculatura y eso me parecía aberrante, masculino, feo. ¿Cómo iba a gustarle a los chicos así?

Cuatro años después salió la serie Cobra Kai. En el 2020 la vendieron a Netflix y desde entonces mucha gente habla de ella. Al principio no me entusiasmaba mucho lo que me contaban. Karate Kid siempre me había parecido dirigida al “público masculino” y entre las opciones de películas “destinadas a mujeres” no se encontraba más que princesas y, si tenías suerte, alguna de animales. Pero ya era más de un amigx que me insistía, así que les hice caso y me puse a verla.

El primer capítulo me hizo recordar mis clases de taekwondo. Mi dobok, mi cinturón, mi “yo” de ese entonces. Me enojé por haberlo dejado, me enojé por pensar que tener músculo era “varonil”, “marimacho”. Me enojé con esas palabras. Me enojé por no haber despertado antes, por haber abandonado lo que amaba por un mandato social y cultural sobre cómo debe ser el cuerpo de una mujer.

Ralph Macchio como Daniel LaRusso
Ralph Macchio como Daniel LaRusso en Cobra Kai (Shutterstock)

En la serie Cobra Kai, hay un personaje que se llama Sam, la hija de Daniel LaRusso. Al comienzo de la serie se plantea a Sam como una chica “popular” y “linda” que, a la vez, sabe karate casi a la perfección. De chica, ella entrenaba con su papá hasta que llegó la adolescencia y, con ella, los prejuicios sobre las artes marciales y las chicas. Hay escenas en las que se la muestra peleando tanto con chicas como con chicos y en ambas triunfa sin ninguna diferencia.

El karate que plantea LaRusso sigue el linaje de Miyagi-Do: un arte marcial con “menos violencia” y más espiritualidad, podríamos decir algo así como “el arte de la espiritualidad”. Sin embargo, Sam sabe aprovecharlo de la mejor manera. Lo mismo lxs otrxs personajes de la serie, como por ejemplo Aisha Robinson que es víctima de bullying en el colegio. Lxs “populares” la llaman “cerdita” y “gorda” repetidas veces en la serie y, si bien al principio Aisha parece un personaje sumiso, una vez que se une a Cobra Kai, consigue confianza y amor propio. Eso genera un cambio radical en ella y es entonces que no tolera más el maltrato en el colegio; defiende sus derechos. Sí, en la serie esto parece algo maravilloso. Sí, en la serie vemos cómo se empodera a través del karate. Pero no nos dejemos llevar por las historias de Hollywood. Recordemos siempre que el problema es hacer bullying, no tolerarlo.

Hace unos días, en televisión abierta dijeron que “para evitar los femicidios hay que educar a las mujeres para que no elijan hombres violentos”. Permítanme decir que, para evitar los femicidios hay que derrocar al patriarcado. Para evitar los femicidios hay que dejar de pensar que la violencia es sinónimo de masculinidad y que la fuerza es para los hombres y la debilidad para las mujeres.

Cuando terminé la serie completa, estaba tan entusiasmada que llamé a mi prima, Débora que es campeona panamericana de taekwondo. En mi infancia, Debi era para mí un arquetipo de fortaleza (interna y externa), eso mismo era a lo que aspiraba yo, solo que no tenía, en ese momento, el coraje para conseguirlo. Entonces la llamé y le conté que tenía muchas ganas de retomar taekwondo.

Hace un mes que empecé a entrenar con Debi en Parque Saavedra. Los demás alumnos son varones que la respetan y admiran, no por ser mujer sino por ser una alta grosa del taekwondo. Mis compañeros no me ven como una alumna mujer sino como una compañera nueva y ya. En todas las clases hay un momento destinado al combate. La primera vez me aterrorizaba la idea de ese encuentro entonces violento para mí. Pero el susto no fue nada al lado de la alegría que me generó no sentirme diferente, no sentirme menos, no sentirme débil. Mis compañeros me cuidaron a mí tanto como se cuidaron entre ellos.

Tuvieron que pasar doce años para que pudiera encontrar belleza en un cuerpo musculoso, en mi cuerpo musculoso. Doce años para sentirme fuerte, fuerte de verdad. Y no hablo de poder levantar pesas, hablo de una coraza que protege mi corazón de las naturalizaciones diarias del sistema patriarcal. Un escudo que no permite que nadie nunca me haga sentir débil por ser mujer.

Feminismo significa no tener que defendernos más de ningún sistema que nos oprima, de ningún otro que nos odie. Feminismo significa ser libres de toda violencia.

Y como dice Mora Navarro en su canción: vivas nos quiero, libres sin miedo.

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