Estados Unidos y su laberinto institucional

El presidente electo Joe Biden deberá unir al país, contener la pandemia y administrar la crisis económica mientras enfrenta del desafío de China

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El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden
El presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden

Biden ganó con 74 millones de votos, aunque ahora tenga que soportar sospechas de fraude. Expresó a la partidocracia tradicional, beneficiándose claramente de la ola anti Trump (siendo ese el verdadero plus ganador). Como Trump ganaba sin problemas antes de la pandemia, Biden fue “elegido” sin mucho entusiasmo para mantener “en posteriores carreras” a candidatos más competitivos como Michelle Obama, entre otros. Su campaña no fue atrevida, ni capaz de generar entusiasmo entre los jóvenes por su lenguaje anticuado. Se concentró en una idea: hay que sacar a Donald Trump de la Casa Blanca, mientras la estrategia electoral demócrata fue enfocada hacia los estados que podían darle la victoria; Biden cumplió bien su papel y se las arregló para ganar.

Kamala Harris fue fiel a la idea del sueño americano; hija de madre nacida en el Sur de la India, y padre jamaiquino. Fue la primera fiscal no blanca de San Francisco y la primera fiscal general de California. Acertada inclusión; arrastró el voto femenino, importante en este siglo XXI, que probablemente sea recordado como el Siglo de las Mujeres.

Trump aún perdiendo, consigue 70 millones de votos, más que los 63 con que ganó en 2016. Trump pierde un enorme caudal de votos femeninos por sus expresiones misóginas; su posición en contra del cambio climático le resta votos en el electorado joven; empata o gana levemente algunos votos con los afroamericanos (pese a una cultura discriminatoria instalada en toda la sociedad) y también con los latinos. Pierde posiciones por sus oscilantes, superficiales, poco serias y hasta histriónicas manifestaciones para enfrentar la pandemia, la cual se desborda porque no hubo un plan centralmente conducido. Es claramente apoyado por la gran cantidad de empleo que generó (economía); por su fuerte enfrentamiento con China y por su base electoral del interior profundo que reacciona contra la cultura cosmopolita de los sectores mas intelectuales y de los artistas de las grandes urbes.

La polarización no es algo nuevo en la historia política norteamericana; siempre hubo fuertes disputa entre facciones de sus elites dominantes; basta recordar la Guerra Civil de 1861 al 65. Trump no inventó la grieta, pero no dejó de profundizarla. La actual polarización motivó un inusitado alto caudal de votos. Votaron 160 millones de ciudadanos; la participación más alta desde 1900; casi 70 % del padrón, cuando lo normal desde hace décadas es que no supere el 50%. Estas elecciones en los EEUU, mostraron una vez más la notable tendencia al error por parte de las principales encuestadoras, algo ya recurrente. La mayoría de las mediciones le daban a Biden una victoria cómoda en los estados llamados pendulares, o sea indefinidos; sin embargo no fue así y no hubo ola azul. Se verificó nuestra tesis de la polarización geográfica (convergente con las tesis geopolítica de Mackinder) ya que los votantes se alinearon en las costas, con los demócratas, y en el centro del país, con los republicanos. El país quedo fracturado en dos concepciones civilizatorias encontradas; la de la tierra (continentalismo) y la del mar (atlantismo), pasando a segundo plano la ficticia división entre demócratas y republicanos.

Desde fines de los años 90 los políticos globalistas se sintieron omnipotentes y en su soberbia no tomaron conciencia del enorme descontento y fuertes tensiones que en amplia capas de la población se estaban acumulando por caída del empleo y de los salarios, tampoco previeron la creciente competencia geopolítica china, obsesionados por su visión digital o high tech del mundo virtual. El desarrollo de la inteligencia artificial y los algoritmos produjeron el “ensueño” de un mundo feliz, más visible en las élites intelectuales, educadas y cosmopolitas de las grandes urbes. Luego fueron llegando las fake news y las “burbujas hiperpolarizadas”, que agrietaron los espacios sociales y políticos, destruyendo las bases de la democracia, que sólo pueden sustentarse en una esfera pública compartida y en identidades diferentes, pero fraternales, dentro de la misma comunidad. Los conflictos existentes desde siempre, se fueron así potenciando, rompiendo todo a su paso, en miles de fragmentos, observables si se los mira en detalle.

Es interesante observar que la fuerte oposición al “extrapartidario” Trump se dio desde los organismos de inteligencia, la dirigencia demócrata y la mayoría de los medios de comunicación considerados liberales, que usaron y abusaron de las fake news para relacionarlo a Putin/Rusia, manifestación de un creciente macartismo anti ruso. Esos grupos, supérstites de las corrientes provenientes de la época de la Guerra Fría y adscriptas a las corrientes ideológicas globalizadoras, motivaron aún más a las bases electorales trumpistas, ya que atribuyen una gran parte de sus problemas domésticos, al descontrol de la economía virtual globalizada en detrimento de la economía real. Las últimas censuras electorales que sufrió hasta el mismo presidente de los EEUU en las últimas semanas por parte de las redes sociales (Twitter, Facebook), han contribuido a clarificar que las mismas se atribuyen el super-poder de manipular a la opinión pública y a eliminar cualquier disenso, si fuese necesario. Esas pocas empresas tecnológicas se consideran el centro del nuevo orden mundial, y buscan aumentar continuamente su dominio “reseteando la distribución del poder global”, y con ayuda de la pandemias, apresurar, sin responsabilidades sociales, “la cuarta revolución industrial”, intentando balcanizar a los estados nacionales.

Escenarios futuros. Biden deberá manejar una transición compleja, en un mundo impredecible. Tiene varios desafíos: unir al país, contener la pandemia, administrar la crisis económica en curso, aumentar la demanda de empleo, retomar la agenda progresista de Obama, equilibrar las exigencias sociales de su ala izquierda (Bernie Sanders, Alexandra Ocasio Cortez) con los siempre impopulares aumentos de impuestos, o las demandas del cambio climático (Green New Deal - Nuevo Acuerdo Verde) con los lobbies empresarios de la energía tradicional. Los republicanos no le harán la vida demasiado fácil, si es que mantienen el dominio del Senado; y todos tendrán en vista las próximas elecciones del 2022. Trump no se quedará apartado en un prudente cono de silencio ya que los 70 millones de votos obtenidos expresan una cultura muy activa y firme en USA, que cualquier liderazgo (sea Trump u otro) tratará que no se dispersen.

Después de décadas de compromiso y cooperación de USA con China durante la época de Clinton y Obama, ésta claramente salió favorecida. Alejándose de la doctrina de bajo perfil de Deng Xiaoping, a partir del liderazgo de Xi Jinping, China se ha vuelto agresiva en política exterior. Como eso ha quedado claro para la mayoría de los norteamericanos, Biden no podrá volver a repetir los errores estratégicos de Obama y Clinton (ambos arrastrados por la ideología globalista, iniciada por los Bush). No es casualidad que Bush haya sido el único republicano en felicitar, por ahora, a Biden por su triunfo electoral. Hace 9 años atrás, durante un estadía en Beijing, Biden expresó que “el auge de China es positivo para China, pero también para USA y el orden mundial”, mientras que actualmente ha asegurado que Xi Jinping tiene actitudes de “matón” internacional, en referencia a Taiwan y Hong Kong. Veremos que podrá ofrecer Biden a sus aliados asiáticos (Japón, Corea del Sur y Taiwán), sin comprometer las finanzas norteamericanas, ya que se esperan crecientes avances chinos, inclusive por el uso de fuerzas militares en el disputado Mar de la China Meridional. Recordemos que durante el período Obama, USA invirtió numerosos recursos para desarrollar su “giro al Pacífico”, una demostración de fuerzas militares que poco efecto práctico produjeron.

Tampoco Biden podrá modificar demasiado el “Buy american products”, impuesto por la doctrina Trump, por lo que su propuesta de apertura de mercados y de mejores relaciones con China se encontrarán con bastantes limitaciones; las altas tarifas mutuas entre USA y China proseguirán por el momento. Tal vez intente hacer acuerdos con China, repartiendo zonas de influencia globales, lo cual no será una buena noticia para el resto del mundo. La OMC será un espacio donde se dirimirán algunos temas, en relación a un intercambio comercial más equitativo, al robo de la propiedad intelectual, y a la degradación ambiental. No se esperan demasiados avances. Otra incógnita es qué podrá hacer Biden en relación a la doctrina de los derechos humanos en China, particularmente con Hong Kong, y la persecución de los tibetanos (Dalai Lama) y los musulmanes uigures de la provincia Xinjiang.

En América Latina y el Caribe seguirá la compulsa con China, quien proseguirá expandiendo su influencia en la región, en base a sus ofertas de financiación de obras públicas y la generación de empresas para la provisión de sus necesidades internas de alimentos o energía.

Israel, con Benjamín Netanyahu y Brasil con Jair Bolsonaro, tal vez sean los líderes que más van a sentir la ausencia de Trump, por su evidente alineamiento personal. Sin embargo, Biden siempre se ha sentido cómodo con el tradicional establishment pro-israelí de Washington, por lo que no habrá cambios sustanciales en Medio Oriente, ni modificará la decisión de Trump de trasladar la embajada a Jerusalem. Tampoco USA modificará demasiado las relaciones con el importante Brasil, porque éste aún pertenece al grupo BRICS y además puede ser útil para negociaciones con el régimen de Venezuela. Pragmatismo geopolítico, basado en los intereses nacionales y no en las ideologías.

China se convirtió durante estas últimas dos décadas en la primera economía del mundo, medida por su paridad de compra, y en su último Plan Quinquenal, enfatiza el consumo interno y la autosuficiencia tecnológica para blindarse de las competencias internas. A cada plataforma informática y de comunicaciones de USA, China ha desarrollado las suyas propias: Google-Baidu, GPS-Beidu, Facebook-Renren, Whatsapp-Wechat, Amazon-Alibaba, Twitter-Weibo, Instagram-Tik-Tok. Esto muestra claramente que, independientemente del “personaje twiteriano Trump”, el futuro estará más relacionado a la geopolítica que a la geo-economía. La corriente de los “intereses nacionales” predominará sobre los intereses de los globalistas financieros. Aunque haya cambios hacia formas más “moderadas, académicas o previsibles”, la fuerte competencia, en todos los frentes, entre China y USA será inevitable, con la presencia de Rusia, de menor cuantía económica y tecnológica, pero de indudable importancia estratégica, por estar situado en el medio de la isla euroasiática y por su carácter nuclear.

Con el quiebre interno, USA queda con cierta debilidad estratégica, perdiendo su primacía interpares, lo que alentará aún más a China y a Rusia. Las democracias con situaciones de grieta interna se tornan menos competitivas frente a regímenes de características autoritarias, con conducciones más resolutivas. Por debilidades de USA, los chinos han comenzado a cruzar las líneas de poder norteamericano, constituyendo en el entorno geopolítico global, un competidor económico y tecnológico atractivo para muchas naciones del mundo, particularmente las menos desarrolladas, incluyendo el software de su modo autoritario de conducción social y política (modelo chino de desarrollo). EEUU, complicado en su laberinto interno, puede dejar de ser atractiva, como nación dinámica y abierta, ya que igual que Europa padecerán las graves consecuencias del paro económico debido a la pandemia, con secuelas de desempleo muy alto, (más entre los jóvenes), muchas quiebras y deudas estatales (igual al nivel del final de II GM); todas circunstancias donde cualquier población desesperada, insegura, desempleada, o en bancarrota, puede ser vulnerables para proyectos poco democráticos.

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