¿Por qué el liberalismo no logra ser una opción electoral?

Las fundaciones que los reúnen se multiplican; los seminarios, convenciones y conferencias que organizan se superponen igual que los oradores y hasta van emergiendo de sus filas voluntades que se anotan en la carrera electoral. Pero el mensaje no termina de hacer pie en la población

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Mientras el peronismo se enfrenta, se pelea, se divide y se vuelve a unir y Juntos por el Cambio transita caminos similares, con más desacuerdos que entendimientos y una fractura casi inevitable en el horizonte cercano, el liberalismo no consigue articular una opción electoral.

En la coyuntura política y en el ánimo ciudadano las condiciones están dadas: oficialismo y oposición resultan escasamente atractivos a millones de individuos. La disconformidad crece; los problemas se arrastran sin resolverse administración tras administración, las caras de la burocracia se repiten en una suerte de impúdica calesita, las mudanzas de políticos siguen produciéndose sin vergüenza, la institucionalidad es un recuerdo, todo cruje en la Argentina mientras la calidad de vida de los agobiados habitantes se deteriora por minuto. Sin embargo, los liberales no aciertan con una propuesta atractiva. Las fundaciones que los reúnen se multiplican; los seminarios, convenciones y conferencias que organizan se superponen igual que los oradores y hasta van emergiendo de sus filas voluntades que se anotan en la carrera electoral. Pero el mensaje no termina de hacer pie en la población. Es hora de preguntarse y, sobre todo, de responderse por qué.

La última apoteosis electoral del liberalismo fue en 1989, cuando llegó a conformar un bloque de 15 diputados nacionales con la Alianza de Centro, impulsada por la UCeDé como partido insignia y promotor de la unidad. El multitudinario acto que llenó de liberales de cancha de River Plate un lluvioso día de 1985 anticipó aquel batacazo.

El mensaje de la UCeDé llegó al corazón de una importante porción del electorado porque era claro y era uno. No tenía grieta filosófica alguna y las diferencias, que no pasaban de coyunturales, se resolvían puertas adentro a través de una interna partidaria. El votante reconocía una estructura de principios y de valores que le dio al liberalismo una entidad propia y atractiva.

Hoy, dentro de esa oferta liberal conviven expresiones filosóficas contrapuestas con diferencias irreconciliables. Tal es la diáspora de valores comunes que padece, que hay entre sus filas quienes negando al ser humano el derecho a la vida pretenden llamarse liberales y representar al liberalismo. Lejos están del “Gobernar es poblar” de Alberdi (a quien dicen admirar) y de sendos proyectos de supresión de todas las excepciones de despenalización del aborto de Álvaro y María Julia Alsogaray. Estos nuevos liberales militan el aborto y llegan a la incoherencia de sostener, como pretendidos dirigentes, legislar para la población algo que, reconocen, no aceptan para su vida personal. Resulta difícil de explicar que un conductor esté dispuesto a legar a las generaciones futuras una opción de comportamiento inadmisible para sí o para los suyos. Se transforman en jueces, deciden desproteger al ser más débil del género humano. Liberales originales: defienden con ferocidad la moneda, pero no la vida.

Son los mismos que en los numerosos encuentros académicos que organizan y a los que se invitan unos a otros, despotrican con igual fervor contra el chavismo y contra lo que dieron en llamar el “populismo de derecha” de Donald Trump. Estos liberales parecen desconocer la agenda globalista de la izquierda que se expande sin descanso por el planeta, contra la que el Presidente Trump fue el más claro enemigo; ellos lo repudian igual por un supuesto proteccionismo económico que se explica en las distorsiones comerciales que los Estados Unidos acumularon durante décadas a favor de esos países que alientan la transformación de los valores de Occidente; esos liberales celebran la apertura económica china pero no los altera que el comunismo siga aferrado a sus entrañas políticas; no ven que la libertad económica no compensa el resto de las esclavitudes que padece el pueblo chino. Esos liberales hacen agua en el plano de las ideas.

Porque el PBI, los superávits gemelos y el riesgo país no son, para ellos, lo más importante sino lo único que importa. Y por eso también alaban con nostalgia el menemismo y hasta llegan a describirlo como “el mejor gobierno de la historia”. Los liberales que acompañaron aquella administración aportaron lo bueno que hizo: las privatizaciones y las desregulaciones pero no reparan en que ese peronismo fue el sepulturero del partido liberal más significativo del siglo XX y que Carlos Menem en persona se encargó de desguazar la excepcional Constitución Nacional de 1853, probablemente el peor legado de su gestión; como tampoco reconocen que ese peronismo que aún los encandila socavó las instituciones republicanas allanando al kirchnerismo el camino de la destrucción completa. La Justicia de la servilleta fue herida de muerte durante ese admirado menemismo; la corrupción se instaló como política de Estado por aquellos años y muchas de sus espadas, aún vigentes, hoy insisten con reciclarse y ser la voz de la oposición al peronismo actual. El gatopardismo del “peronismo republicano” (un oxímoron en sí mismo) les sigue simpatizando y, curiosamente, son menos severos con él que con el macrismo aunque se los escucha decir también que el kirchnerismo es el peor gobierno de la historia argentina cuando, en verdad, el kirchnerismo no es otra cosa que peronismo del siglo XXI, la evolución natural de lo que está mal, que empeora con solo el paso del tiempo.

Unos liberales quieren cerrar el Banco Central, otros dicen que no es una medida posible ni prudente; unos, casi demagógicamente, reclaman que los jueces paguen impuesto a las ganancias y otros exigen que el resto de los ciudadanos deje de pagarlo.

A algunos no se les escuchó nunca hablar de política exterior pero sí elogiar las acciones de los mega millonarios americanos que impulsan la ideología de género y el feminismo, ambos temas constituidos en el pasaporte de la progresía internacional. Se ha visto a varios de esos liberales disertando a favor de ese intolerable avance del estado sobre la formación de nuestros hijos. Algunos editan libros con el esponsoreo de fundaciones estatales extranjeras, contradiciendo el espíritu liberal de la iniciativa privada.

Y solo unos pocos siguen reclamando por la ética del liberalismo, hoy empañada de economicismo; unos pocos siguen luchando por recuperar las instituciones republicanas, que son las que sostienen el andamiaje social, incluida la economía y no al revés; los menos se han cargado al hombro la defensa de la vida, la libertad y la propiedad como el mandato genético de la gesta liberal.

Esa fractura filosófica los tiene repartidos entre varios de ese invento moderno que dieron en llamar “espacios” políticos, forma de decir que, en el mejor de los casos, son una intención; que no llegan a ser un partido político y que no están en condiciones legales de competir electoralmente. Son entelequias a las que el público se aferra creyendo que serán la vía del cambio pero no son eso; son solo aventuras irresponsables y personales que nunca terminan de plasmar; hilachas de la ideología que salvó a millones de seres humanos y los trajo a la dignidad de la libertad pero que en Argentina no tiene liderazgo intelectual ni político, no tiene consistencia filosófica y no ofrece una salida a un pueblo agobiado de ineptos, improvisados y corruptos; falsas opciones; casi una estafa a la ilusión. Que Dios los perdone por eso.

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