No entender que la eyección del gabinete de María Eugenia Bielsa lleva letra y música de Cristina Kirchner es no conocer la historia de estas dos mujeres. Vale la pena salpicar con un par de anécdotas para explicar el carácter y la forma de hacer política de ambas.
María Eugenia bajó a la plaza frente a la gobernación de Santa Fe y nadie podía creerlo. Cientos de taxistas con sus autos negro y blanco rodeaban la sede más importante de la política provincial y la calentura por la inseguridad era palpable. Sin guardaespaldas, la mujer buscó al vocero de la protesta y le dijo que quería hablar con él. Nadie podía garantizar que alguno no se desbordara y que todo terminara a las piñas con represión policial. Ella logró destrabar el conflicto caminando entre los hombres con cara de pocos amigos.
Eran los tiempos en donde gobernaba Jorge Obeid, entre 2003 y 2007, y la arquitecta Bielsa lo acompañaba como vice a cargo del ejecutivo. Allí, ella se hizo fama de dura, intransigente con la corrupción, poco amiga de “lo establecido” en materia de toma y daca en la política. La corporación y, especialmente, la ortodoxia del PJ que la miraba con recelo, comenzó desde el minuto cero de su llegada al poder a horadar su imagen. La acusaron de descolgar un par de cuadros de Eva Duarte del despacho de la presidencia del senado (que nunca existieron) sabiendo que Maria Eugenia Bielsa le iba a dar batalla a temas como los subsidios que cada senador disponía sin prácticamente rendir cuentas. Ella lo hizo. Taló recursos, publicó datos, exhibió destinos. Imperdonable.
En 2015 Bielsa le dijo que no a Cristina. Tajante. “Presidenta: no acepto ser la candidata del peronismo para gobernadora”, le dijo a la dama de las cadenas nacionales y el dedo admonitor. Bielsa no aceptó recibir de prepo el compañero de fórmula digitado por CFK y, menos, ver todos los nombres de la Cámpora en las listas de legisladores. Pocos se animaron a tanto con “la doctora”. Como si esto fuera poco, un tiempo después, María Eugenia Bielsa dijo que lamentaba reconocer que el gobierno de Cristina permitió que se robara. ¿Hace falta más? Porque hay: Bielsa fue elegida en 2013 diputada en Santa Fe, cosechando más votos que cualquiera en su terruño. Reclamó, con todo derecho, ser presidenta de la cámara pero el PJ, su partido, prefirió a alguien más “confiable”. Se fue a su estudio de arquitecta a seguir dibujando, dejando estupefactos a todos.
La exministra de Hábitat fue relevada, supuestamente, por su lentitud en la ejecución de planes de casas y por la morosidad para disponer de los fondos públicos. La acusación fue tejida en un plan de tenazas perfecto vociferado por Juan Grabois, interlocutor privilegiado de Cristina, y por los intendentes del conurbano bonaerense, la mayoría muy K, que saben de la lluvia de pesos públicos cuando se construye en sus jurisdicciones. Desde el albertismo puro (y sincero) se dice hoy que la presunta demora encubre en realidad una prolija administración de los recursos con controles en las licitaciones a las que no estaban acostumbrados los barones provinciales. Bielsa, se cuenta allí mismo, tuvo una agria discusión con un intendente de una de las cinco localidades más pobladas que terminó bajo el sincericidio del hombre que le dijo: “Si no entendés cómo se aceitan las licitaciones dejando caer un poco de combustible en el camino, no podés ser ministra”. De hecho, ella ya no lo es más y su reemplazante es el chavista Jorge Ferraresi, el que jura el cargo con niños en edad escolar ensalzando a Néstor y Cristina en la plaza que homenajea la democracia de Nicolás Maduro.
¿Cuánto importa la salida de Bielsa del gabinete de Alberto (de paso: ella no habría aceptado ser embajadora en la UNESCO nada menos que en París) para pintar el estado de las cosas? Importa. El Presidente se deshizo de una funcionaria honesta, que sabe y la reemplazó por el “cristino” Ferraresi. Si este es su primer gesto después de la carta de su mentora, luce como un endurecimiento ideológico de lo que viene. Ella lo hizo. Saldó sus viejas cuentas con la rosarina, destituyó a una de las “funcionarias que no funcionan” y marcó, todavía más, la cancha.
El Presidente atraviesa un momento de decisión. La fenomenal crisis económica con inflación indomable, pobreza en aumento y recesión obvia lo obliga a recortar gasto social. No más IFE, poco ATP y tala de jubilaciones al lado del cortejo con el Fondo Monetario. Es cierto que no se escucha a los actores K pidiendo por la patria en peligro o por los jubilados sometidos a 18 mil pesos por mes. Andan ocupados invitando a vacunarse contra el coronavirus como si la mayoría no deseáramos la prevención contra esta tragedia, nacida en Rusia, Oxford o en Turkmenistán. Pasa que la someten a un “meparecismo” medieval del “yo creo en la vacuna”. A mí me parece que hay que vacunarse, se escucha desde los protagonistas de los escenarios. ¿Perdón? En quien hay que “creer” es en los científicos que saben del tema y no en los geniales que cantan tango o asumen papeles de ficción. Yo no creo que en Júpiter hay satélites porque me lo aseguren Nancy Duplaá o Cristina Banegas. Lo “creo” por los astrónomos como por el ANMAT “creo” en las vacunas. Sí, cae de maduro, hay un ajustazo fenomenal que, quizá, resulte inevitable para un país pobre diezmado por la crisis. Siempre que se exhiba como asumido, sin caretas, que sea general, incluida la clase dirigente y con un deseo de mediano plazo y no para ganar la elección del año que viene que está a la vuelta de la esquina.
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