Una diputada oficialista presentó un proyecto para la creación de un Plan Nacional de Gestión Menstrual (sic) Sustentable y de un Observatorio de Gestión Menstrual para que “el Estado, en conjunto con la sociedad civil, genere información y datos para la creación de políticas públicas que ayuden a reducir las desigualdades de la menstruación”.
¿Estamos tan desamparadas las mujeres que necesitamos que el Estado nos gestione hasta la menstruación?
¿Toda diferencia es desigualdad?
Salvo que el verdadero objetivo sea instalar una lectura deformada de la condición femenina. ¿Tan malo es nacer mujer? A juzgar por los argumentos que esgrime un neofeminismo rabioso -hoy promovido desde el propio Estado- casi parece una maldición.
“La menstruación es un factor extra de desigualdad invisibilizado y naturalizado”, afirma la promotora del proyecto, atribuyendo a lo que es una característica natural, dada, el carácter de una injusticia social. Si así fuera, deberíamos crear un fondo compensatorio al varón que nunca podrá portar un niño en su seno; otra “desigualdad invisibilizada y naturalizada”, siguiendo el pensamiento irracional de algunos legisladores.
No toda diferencia es desigualdad. No toda diferencia implica una injusticia.
Hasta un niño sabe que la biología dota a varones y mujeres de distinto aparato genital. Parece mentira tener que recordar algo tan elemental.
El proyecto además cae en la habitual exageración de quien tiene que justificar algo a todas luces absurdo. Como afirmar que “el gasto en toallitas y tampones representa en promedio un 10% del salario de las personas menstruantes” (sic, expresión con la cual, dicho sea de paso, quienes dicen querer visibilizar la desigual menstruación terminan invisibilizando a la mujer).
Proyectos disparatados demuestran que, contra lo que sostiene la perspectiva de género, las mujeres argentinas ya tienen todos sus derechos garantizados
Se puede promover, como lo pretende el proyecto, la fabricación de productos femeninos más económicos y que causen menos daño al ambiente, pero al igual que en cualquier otro rubro de consumo, sin apelar a una ley específica y, sobre todo, sin ideologismo.
Proyectos disparatados como éste demuestran que, contra lo que sostiene la perspectiva de género, las mujeres argentinas ya tienen todos sus derechos garantizados. Pero el feminismo está de moda y hay que subirse a la ola a como dé lugar. Por ejemplo, inventando desigualdades donde no las hay.
De lo que se trata no es de los derechos de las mujeres sino de imponer una visión según la cual toda la historia se explica en clave de guerra de sexos -varones explotando a las mujeres-; una visión que promueve una suerte de apartheid sexual, de momento que postula que una mujer sólo puede estar representada por otra mujer; y, finalmente, una visión que, en sentido contrario a la autonomía y el mayor poder femenino de decisión que dice buscar, promueve en realidad una infantilización de la mujer, la convierte en un ser necesitado de protección, asistencia y subsidio para todo. Hasta para “gestionar” su menstruación.
Somos tan limitadas que no nos sentimos aludidas si no nos hablan en lenguaje redundante, falsamente inclusivo.
En la desproporcionada celebración local de la primera elección de una mujer a la vicepresidencia de los Estados Unidos se condensa toda la deformación en la que ha caído la supuesta lucha por los derechos femeninos.
En primer lugar, la ignorancia histórica, porque la reflexión de las feministas locales debió ser: era hora de que un país como Estados Unidos se sume al club que la Argentina integra desde hace más de cuatro décadas, cuando en 1974 Isabel Martínez de Perón asumió la presidencia. Desde entonces, ya tuvimos otra presidente -Cristina Fernández de Kirchner- y dos vices -Gabriela Michetti y la misma CFK-. Pero además, desde 1991, hace casi 30 años, la Argentina cuenta con uno de los Parlamentos de mayor presencia femenina en el mundo. Fuimos pioneros, incluso respecto del grueso de los países europeos.
Pero resaltar eso limitaría el nuevo negocio de los políticos -mujeres y varones por igual- que encuentran en la reivindicación de supuestos derechos femeninos conculcados una coartada: no gobierno, pero todo lo hago con perspectiva de género. No estudio ni resuelvo problemas, pero a todo le pongo mirada de género.
Esto se vincula con la segunda deformación que es haber convertido al género en el nuevo control de calidad.
La Justicia deja mucho que desear pero, tranquilos, se resolverá sumando 5 mujeres a la Corte.
No importa que el país se asome a una de las recesiones más crudas de su historia; el presupuesto se elaboró con perspectiva de género.
No importa que los funcionarios no funcionen, mientras en cada ministerio haya una superflua Secretaría de la Mujer. O de género, siguiendo la jerga que tanto les gusta.
Kamala Harris puso en duda las convicciones antirracistas de Joe Biden, antes de aceptar ser su compañera de fórmula, y luego dijo, entre risas: “Era sólo un debate”.
Las feministas europeas de los años 70-80 decían que la verdadera igualdad se lograría cuando ellas también pudieran “llegar” aun siendo mediocres. Una ironía, y una verdad también.
No existe en toda nuestra normativa ni una sola ley que establezca un privilegio o una supremacía del varón sobre la mujer
“Del patriarcado vamos a salir y vamos a ser más iguales”, dijo el presidente Alberto Fernández cuando presentó el Plan Nacional contra la Violencia de Género (porque este tipo de políticas necesita de organismos, observatorios, planes y toda una parafernalia burocrática que beneficia más a sus promotores que a sus supuestos destinatarios).
No existe en toda nuestra normativa ni una sola ley que establezca un privilegio o una supremacía del varón sobre la mujer. Ninguna. Una de las últimas disposiciones de ese tipo era la ley de filiación -la inscripción de los hijos con el apellido del padre- y fue eliminada en el nuevo Código Civil.
No hay patriarcado en la Argentina. Desde hace mucho tiempo. Los que lo quieren voltear llegan tarde.
Tal vez la sobreactuación de hoy tenga que ver justamente con que no hay logros que exhibir. Los principales derechos de que hoy gozan las mujeres en la Argentina ya estaban presentes cuando surgió esta corriente ultrafeminista actual. Salvo la crispación social, la agresividad discursiva, la estigmatización del varón, sinceramente cuesta encontrar algún avance que atribuirle. Salvo los nuevos cargos creados en respuesta a esta moda.
Entonces, no importa que la Argentina sea un país pionero en igualdad política entre mujeres y varones; no importa que haya tenido una legislación laboral de vanguardia mucho antes que muchos otros países; no importa que a igual tarea, igual remuneración, sin distinción de género, desde hace décadas; no importa que no exista ninguna ley patriarcal en la Argentina. De lo que se trata es de pintar un cuadro lúgubre de la condición de la mujer que justifique militar la brecha de género.
Las malas condiciones de trabajo existentes en ciertos sectores de la economía -informalidad, desprotección social, jornadas extendidas, etc- no hacen distinción entre varones y mujeres. La bendita perspectiva de género oscurece el problema y a la larga será fruto de nuevas desigualdades.
Si uno no viviera en la Argentina y escuchara las falacias del ultrafeminismo actual -que no es un movimiento de defensa de la mujer sino una corriente ideológica que busca adaptar la realidad a sus postulados-, sólo podría concluir que, en un país en el que el 40 por ciento de la población es pobre, con una inflación creciente, con un 13 por ciento de desocupados, con 4 millones de argentinos que perdieron su empleo en la cuarentena, con una inseguridad galopante producto de la violencia delictiva sin contención, las únicas víctimas son las mujeres y los victimarios, los varones.
Si el patriarcado no existe, hay que inventarlo. Es la excusa ideal. No gobierno, pero lo hago con perspectiva de género.
Seguí leyendo: