La elección de Alberto Fernández en la Argentina en 2019, el resultado del plebiscito chileno de octubre de este año y el retorno del MAS al gobierno en Bolivia han alentado especulaciones sobre una nueva ola de triunfos electorales de la izquierda, similar a la que se produjo entre fines de los años 90 del siglo pasado y la primera década de este siglo.
La así llamada “ola rosa” comenzó con la llegada de Hugo Chávez al poder en Venezuela luego de las elecciones de noviembre de 1998. El giro a la izquierda de América Latina se concentró fundamentalmente en América del Sur donde solo Colombia y Perú permanecieron ajenos al mismo.
Los triunfos electorales de la izquierda latinoamericana -muy diversa por cierto tanto en su tipo de organización partidaria, su trayectoria, su enfoque de política económica y su actitud hacia la democracia representativa- se produjo en el contexto de la así llamada “media década perdida”. Es decir, tuvo lugar luego de que una sucesión de shocks externos -la crisis del Sudeste Asiático de 1997 y la crisis rusa de 1998- resultara en una marcada desaceleración de las tasas de crecimiento económico en la región, dando lugar a un descontento y decepción respecto de los gobiernos responsables de aplicar las reformas de mercado de los años 90. Los críticos y opositores de los gobiernos reformistas de aquel entonces capitalizaron la “fatiga hacia las reformas en las urnas”.
Un entorno internacional sumamente favorable marcado por el auge en el precio de las materias primas y condiciones financieras beneficiosas permitió a los gobiernos de izquierda sostenerse en el poder, e incluso en la mayoría de los casos campear con éxito la crisis financiera global de 2008-2009. Los shocks negativos externos de los 70 y comienzos de los 80 sellaron la suerte de los regímenes autoritarios, los de fines de los 90 tuvieron como víctima a los oficialismos de aquella época. Sin embargo, con la excepción de la Concertación por la Democracia en Chile, la crisis financiera global de 2008-09 no marcó el fin del giro a la izquierda. El mismo se produjo unos pocos años después luego del agotamiento de las condiciones económicas favorables de la primera década de este siglo. El modo en que tuvo lugar el final de la ola rosa fue diverso: los gobiernos de Fernando Lugo y Dilma Rousseff finalizaron a través de juicios políticos originados en el quiebre de su coalición de gobierno; en Argentina y en Chile a través de la alternancia democrática. En Ecuador, hubo continuidad sucedida de ruptura y moderación. En Venezuela y Nicaragua la izquierda se mantuvo en el poder, pero en el marco del tránsito hacia un régimen autoritario.
La pregunta sobre si estamos frente a una nueva sucesión de triunfos electorales de izquierda es relevante dado que en los próximos dos años América Latina enfrentará una verdadera maratón de elecciones presidenciales que reconfigurará el escenario regional. Durante 2021 Ecuador, Perú, Honduras, Nicaragua y Chile celebrarán elecciones presidenciales. Colombia, Costa Rica y Brasil harán lo propio en 2022.
¿Está girando entonces la región hacia la izquierda? ¿Veremos una reedición de la así llamada “ola rosa”? La respuesta dista de ser simple. Una rápida mirada a las elecciones previas a la pandemia muestra la dificultad de los oficialismos para sostenerse en el poder. Ello en algunos casos benefició a partidos o coaliciones de izquierda o centro izquierda (como Juntos Haremos Historia en México o el Frente de Todos en Argentina), pero a la par de ello se produjeron el ascenso de Bolsonaro en Brasil, la catastrófica derrota del FMLN y la llegada al poder de Nayib Bukele en El Salvador y la salida del Frente Amplio luego de 15 años en el gobierno en Uruguay. Las elecciones presidenciales celebradas durante la pandemia mostraron nuevamente a oficialismo perdidosos tanto en República Dominicana como en Bolivia.
Previo a la entrada del Covid-19 en escena, la encuesta Latinobarómetro mostraba un creciente descontento ciudadano respecto con el funcionamiento de la democracia, una pérdida de confianza en las instituciones democráticas y una creencia arraigada de que se gobierna “para unos pocos”. Estas percepciones, explicadas en parte por un deterioro en la performance económica, han sido el caldo de cultivo del sentimiento anti-elitista que subyace los triunfos de líderes como Bolsonaro, Bukele o AMLO. Difícilmente el agravamiento de la situación económica causado por la pandemia haya mejorado esas percepciones, probablemente las haya empeorado.
El contexto, más que favorecer a la izquierda, supone dificultades para los oficialismos regionales y a la vez genera incentivos para el surgimiento de liderazgos personalistas que busquen capitalizar el anti-elitismo tanto por derecha como por izquierda.
Pero no todo se explica a partir del contexto. Las chances de alternancia varían dependiendo del tipo de régimen. Países como Venezuela, Nicaragua u Honduras han experimentado en distintos niveles un proceso de erosión democrática, y ello obviamente reduce cualquier posibilidad de una derrota del oficialismo en las urnas. En aquellos países en los que la alternancia es una posibilidad real, factores tales como el grado de institucionalización del sistema de partidos y la fragmentación o concentración de la oferta electoral incidirán sin duda sobre el resultado electoral.
Más allá de la existencia de algunos elementos en común con el clima de época en el que se produjo el giro hacia la izquierda no pareciera que estamos frente a una reedición de este.
Master of Science in Sociology (London School of Economics and Political Science). Lic. en Ciencias Políticas con especialización en Relaciones Internacionales. Profesor de Gobernanza Regional Comparada.