El feminismo de la supervisión

Vivimos tratando de adoctrinarnos unas a otras, sutil o explícitamente. Ponemos tiempo y energía en corregirnos (de frente o por la espalda). Estamos pendientes del comportamiento adecuado, la acción correcta y el discurso perfecto. Organizamos repudios y apoyos y generamos mucho, mucho pero mucho ruido

(Shutterstock)

Martes a la tarde en cuarentena. Corridas cotidianas entre Zoom escolares, WhatsApp laborales y demandas domésticas. 350 mensajes pendientes de apertura en el teléfono y me entra uno más en cuya vista previa leo: “Si estás a tiempo de cambiar la palabra, estaría bueno…”. Alerta roja para esta mujer que busca la aprobación permanente. El mensaje es de una abogada “feminista” que conocí en 2015 en ocasión de denunciar la violencia obstétrica. No lo abro por falta de tiempo, pero me quedo pensando… intuyo que se refiere al artículo “¿Feliz cumpleaños?” que me publicó El cohete a la Luna hace días, un texto que escribí sobre la Ley 25.929 de parto respetado.

Sigo con las tareas del día, en automático, mientras pienso en que me habré equivocado, que error se me habrá pasado para que una mujer que no veo hace años me mande un WhatsApp correctivo. Y me empiezo a autojustificar: que escribí ese artículo como pude, con mis hijxs jugando alrededor, entre gritos, aulas virtuales, ataques de ira y también de angustia por esa sensación de “no llegar” con todo.

Más tarde abro el mensaje (desde el baño, obvio, refugio de toda madre de bien) y leo:

“Hola Agustina. Decís que la ley de parto respetado es una ‘señorita’ y así utilizás uno de los términos más patriarcales respecto del cuerpo de nuestras congéneres. Viste que actualmente no se escucha excepto entre especímenes de la derecha o ancianxs de toda ancianidad? Es porque se le decía “señorita” a las niñas/mujeres desde que menstruaban y hasta que cogían. No dependía de la edad sino del estado “presunto” de su himen. Si estás a tiempo de cambiar la palabra, estaría bueno. Saludos".

Me sorprendo. El mensaje no habla de leyes ni de violencia de género, habla sobre mi vocabulario y el uso que hago del humor y la ironía. Me dice que así hablan los especímenes de la derecha y me sugiere cambiarlo. Básicamente me está diciendo como debería expresarme yo, por ser “mujer y feminista”. Empiezo a escribir una respuesta pero el toc toc al otro lado de la puerta indica que se me terminó el recreo, mi hijo no encuentra su cartuchera…

Unas horas más tarde me entra otro audio de la misma mujer: “Ya me di cuenta que no podés cambiar nada… Yo había visto solo una imagen en Instagram… No me di cuenta que era una nota publicada…”. Y así me enteré que nunca había leído mi texto.

Que alguien me diga cómo debería hablar por ser mujer no me sorprende, porque soy del ’74 y fui educada en una sociedad completamente patriarcal. Pero que una mujer me diga cómo debería hablar por ser feminista sí me sorprende, porque entiendo al feminismo como un movimiento que intenta liberarnos de la opresión, de la sumisión, de la violencia y del dolor que nos ha generado siempre el “deber ser” por sobre el “ser”.

Leer esto me dolió (no sé bien si me pegó en el ego o en el corazón) pero no fue nuevo para mí. Hace tiempo que convivo, y sospecho que varias convivimos, con la incomodidad de ser evaluadas por otras feministas.

Días atrás, en Instagram, una actriz que admiro y que milita activamente contra la violencia de género, subió a su feed esta placa que me hizo mucha gracia: “Escuchar Gracias después de un te quiero es un machetazo en las cervicales”. Inmediatamente respondí: “Hay q machetear al que te dijo gracias”. Y su respuesta no tardó en llegar: “Cómo me seca la c… cuando dan por sentado que toooodo lo q escribo me pasa a mí y más me la seca q la solución ponele, sea machetearle la cabeza a alguien porque no te quiere. Mamadera”. Nunca entendí si intentó ser una lección de corrección discursiva o de responsabilidad afectiva. En cualquier caso también me dolió y lo sentí como un “correctivo”. Otra vez, no pude identificar si ego o corazón.

Hace poco se armó una riña de gallos entre dos activistas por los derechos perinatales. Una de las partes pidió al colectivo de organizaciones que se manifestaran firmando una nota de repudio para publicar en las redes y como las respuestas tardaron en llegar, abandonó ofendida el grupo de WhatsApp.

En otra agrupación discutimos, también vía WhatsApp, si nuestro nombre debe incluir la palabra feminista o transfeminista. El debate nos pone intensas y termina con el abandono del grupo de una de sus integrantes. Yo me enojo y escribo textos eternos explicando mi verdad, otras se enojan y me mandan a tomar capacitaciones en género. Yo me indigno, cuestiono las capacitaciones y critico la actitud que yo misma replico.

Y así vivimos en la virtualidad, tratando de adoctrinarnos unas a otras, sutil o explícitamente. Ponemos tiempo y energía en corregirnos (de frente o por la espalda). Estamos pendientes del comportamiento adecuado, la acción correcta y el discurso perfecto. Organizamos repudios y apoyos y generamos mucho, mucho pero mucho ruido.

Bajamos línea sobre cómo debería ser el vocabulario, la cultura, la actitud y el pensamiento para lograr una sociedad equitativa y libre de violencia. Marcamos el camino como si ya existiera una “verdad indiscutible” que debemos aprender. Básicamente la misma dinámica del patriarcado, pero con vestuario de mujer y diversidad.

Mientras tanto, en el mundo real, las mujeres seguimos ganando el 20% menos y trabajando un 50% más. Nos siguen abusando y matando a nosotras y a nuestros hijos e hijas. Nuestros derechos están a merced de una justicia patriarcal y nuestros cuerpos, de hecho y/o de derecho, le pertenecen al Estado, al varón y a la sociedad.

¿Y el patriarcado que queríamos combatir? El patriarcado se ríe desde arriba y festeja que nos adoctrinó lo suficientemente bien como para que repliquemos las miserias que nos impuso dentro de nuestro propio movimiento.

Tal vez nos comportamos así porque es lo que conocemos. Quizá, con el tiempo, podamos explorarnos al punto de encontrar una nueva forma, verdaderamente propia, empática con nosotras mismas y con nuestras congéneres, que nos permita cambiar la realidad además del discurso. Porque el femininsplaning es, sobre todo, el patriarcado que nos corre por las venas.

*Comunicadora y comediante. Referente en materia de parto y nacimiento respetados en Argentina, feminismo y maternidad. Madre de dos hijxs. IG @parimosconciencia TW @alu_petrella