“Yo no pienso meterme en medio del dúo Pimpinela”. La frase se la atribuyen a Máximo Kirchner y fue dicha, supuestamente, a un amigo del Presidente en los primeros meses de gestión del actual gobierno. La pandemia aún no había acosado al país pero ya asomaba la primera diferencia de criterio entre Cristina “Lucia Galán” Kirchner y Alberto “Joaquín Galán” Fernández.
Esta columna nunca agigantó, siempre relativizó y hasta ninguneó los rumores sobre idas y vueltas de la fórmula presidencial. Pero en los últimos días el canibalismo y desconfianza mutuos alcanzó niveles imposibles de soslayar. Como si un virus, mas allá del COVID-19, hubiera carcomido las neuronas de los entornos de ambos.
Albertistas y Kaístas (en la jerga interna no les dicen kirchneristas) esta vez se encargaron de dejar huellas públicas de sus diferencias.
El puntapié inicial fue la carta abierta de Cristina. Una pieza político-literaria cuyo contenido de fondo parece haber sido entendido sólo por el ¿menos? político del gabinete. Fue el ministro Martín Guzmán, quien el lunes pasado recogió el guante -de buscar una concertación nacional con todos- y sentó en su despacho a la cúpula de AEA con Paolo Rocca (Techint) y Alfredo Coto incluidos.
Pero la primera reacción del albertismo ante la carta había sido de estudiantina. El propio entorno del Presidente fue el que difundió como reacción-respuesta la famosa caminata de Fernández desde la Casa de Gobierno hasta el CCK, escoltado por Sergio Massa y Vilma Ibarra, dos a los que la vicepresidenta mencionaba elípticamente en el texto.
Del otro lado del ring interno no se quedaron atrás. Como si fuera una saga de la comedia adolescente Pelito, en el Instituto Patria empezaron a quejarse hasta de los sobrenombres con los que apodaron a Cristina en Olivos. “Nunca ganaron una elección (los laderos de Alberto son todos del eterno perdedor PJ capitalino), ¿y ahora se dan el lujo de tildar a Cristina como Cruela De Vil? No entienden nada, son unos ingratos… Y ahora encima dan off con los periodistas y alegan que los dejamos solos”.
Claro que los desencuentros no fueron solo de formas o apodos. La ministra Marcela Losardo salió a respaldar la candidatura de Rafecas como procurador y Leopoldo Moreau la cuestionó resaltando que la titular de Justicia aparecía para este tema y se había borrado en el momento de defender la reforma judicial. Losardo es Alberto, fue su socia de toda la vida, detalle que a Moreau no le pasa desapercibido.
Está claro que los kaístas quieren cambios en el gabinete. Tan claro como que Alberto resiste. “Si hace algún cambio ahora queda como un pelele”, alegan. Pero cambiar lo que no funciona es un signo de fortaleza más que de debilidad. De superación más que de dependencia. De inteligencia más que de “pelelismo".
Además, nadie votó a Alberto Fernández creyendo que era infalible. Él mismo insiste en mostrarse como un hombre común y hasta regresa a veces a su hogar de Puerto Madero sin que lo siga ni la custodia.
¿Por qué no puede haberse equivocado en alguna designación? ¿O es que necesita todavía seguir diferenciándose por oposición como los adolescentes con sus padres?
El otro punto de fricción es el del conurbano bonaerense. Reunido con algunos intendentes, Fernández dio rienda suelta para que intenten dar marcha atrás con la ley que impide la reelección indefinida. Si bien esa ley fue producto, en su momento, de la negociación entre María Eugenia Vidal y Sergio Massa, los grandes beneficiarios podrían ser en la próxima rueda electoral los militantes de La Cámpora, los mismos que les respiran en la nuca a muchos de esos jefes comunales históricos.
¿Es ingenuo Alberto al meterse en un terreno que siempre le fue absolutamente ajeno o lo hace a propósito? Está claro que los intendentes que no responden a Máximo siempre intentan puentearlo a él y al propio Axel Kicillof entrando a Olivos la mayoría de las veces, de mano de Juanchi Zabaleta, el hombre de Hurlingham. Pero ¿le conviene al Presidente con los problemas que tiene aún que resolver meterse en el lodazal de la provincia de Buenos Aires?
Y si algo faltaba a esta saga es la demora de la ley de creación del Aporte Solidario y Extraordinario, la ley Kirchner-Heller tan resistida por los factores de poder y que en este último leve giro a la derecha de la administración albertista parece haber quedado en el olvido.
¿Y con las PASO? Si realmente hay decisión de erradicarlas, Alberto necesitará de los votos K para lograrlo.
Está claro que la fórmula que ganó las elecciones en octubre del año pasado tiene un funcionamiento tanto político como emocional. Las diferencias o peleas entre ellos no pueden tener intermediarios porque son como un matrimonio antiguo, con sus propios códigos. También esta claro que una ruptura sería un suicidio para ambos.
Pero nunca hubo tanta frialdad y lejanía como en los últimos días. Como tenía que ser, quien cortó el círculo vicioso fue el Presidente.
El miércoles almorzó a solas con Máximo Kirchner. Y el jueves con Oscar Parrilli. Hacia casi un mes que Alberto no veía al líder de La Cámpora. Los encuentros tripartitos entre ellos dos y Massa se discontinuaron una semana por problemas de agenda y después porque Máximo entró en un espiral de enojo político que no pudo ocultar ni su entorno.
“Fue una reunión excelente, nos pusimos de acuerdo en todos los temas que tratara el Congreso de acá a fin de año”, les resumió a sus colaboradores Alberto. Una vez más Máximo prefirió el silencio.
No debe ser fácil ser un caso único en el mundo, hijo de dos Presidentes. Pero Máximo debería empezar a tener una vida mas terrenal como el común de los mortales. “Es más fácil hablar con Cristina que con él”, se queja la clase política más cercana. Y algo de eso hay. Son pocos los que acceden a su teléfono personal. Y los que lo tienen pueden esperar largos días sin recibir respuesta. Una característica antagónica con la forma de ser de su padre y que opaca su intelectualidad y capacidad política.
Si la cumbre entre Alberto y Máximo dejó atrás o no la sumatoria de diferencias se sabrá en los próximos días. Por lo pronto lo que si empieza a quedar atrás es la pandemia para entrar en la nueva normalidad. Del Gobierno de la cuarentena eterna al Gobierno de la vacuna hay un gran diferencial, sobre todo cuando se juega la esperanza.
En el mientras tanto, la gestión parece sostenida por la apuesta personal del Presidente y que logró también la admiración de Cristina. Guzmán terminó la pulseada con la City esta semana ganando por goleada (a costa de endeudarnos en dólares futuros, también hay que decirlo), resistiendo la devaluación y alineando a la clase empresarial más encumbrada: “Tienen que entender que los que ganamos la elección somos nosotros”, les dijo sin titubear a los dueños de la Argentina.
El martes llega la misión del FMI y con ella la posibilidad de cerrar el acuerdo para el que Guzmán quiere el apoyo de todo el arco político en el Congreso.
El más joven del gabinete parece ser hoy por hoy el más maduro.
Bonus Track
Todos los meses en el Banco Central hacen una evolución de pronósticos económicos de acuerdo a las expectativas de varias consultoras del mercado. Esos índices se van publicando y después se constatan con los resultados reales. Así las consultoras por ejemplo prevén la inflación, la evolución del dólar, etcétera.
Y a su vez, de acuerdo con la cantidad de aciertos se van posicionando como más o menos confiables. Este mes el resultado de la pulseada entre estas últimas sacó sonrisas ante los directivos del Banco Central. Es que la Fundación Capital quedó casi última en la lista y su director general, Martín Redrado, venía siendo candidateado por varios para suplantar a Miguel Pesce.
“Que pase el que sigue”, se ríen en los pasillos del lugar donde se custodian las reservas.