La destrucción de buena parte de la actividad económica en 2020, como consecuencia de las decisiones que procuraban una mayor protección sanitaria de la población, produjo en el primero y, en especial, en el segundo trimestre del año verdaderos estragos en materia ocupacional y por tanto también en los ingresos laborales.
El descenso notable en la creación de empleo asalariado registrado a lo largo de la última década se tornó en valores negativos recientemente (en el primer gobierno de Cristina Kirchner se crearon 1,2 millones de ese tipo de puestos, en su segundo mandato, menos de novecientos mil y en el de Macri apenas por encima de los cien mil). Sin embargo, el total del empleo registrado y, más aún, el total global, es decir asalariados y no asalariados, protegidos y precarios, no declinaron hasta fines de 2019.
Dentro de los asalariados registrados en el cuatrienio el aumento estatal compensó la pérdida neta de los privados y dentro de estos el incremento en los servicios no compensó la caída de industria y comercio.
Dentro de la mitad de la pérdida total que corresponde a los trabajadores precarios, un tercio se refiere al servicio doméstico
Otra vez: si bien el empleo manufacturero siguió cayendo durante el gobierno de Cambiemos, el mercado de trabajo como un todo siguió aumentando, sostenido por dos componentes desfavorables (tanto individual como socialmente): el empleo no asalariado y el de los asalariados no registrados.
El impacto en las principales categorías
Son estos dos componentes, precisamente, los que dan cuenta de la casi totalidad de la pérdida de puestos laborales en 2020: de los 4,1 millones perdidos, sólo 300.000 corresponden a la caída de los asalariados registrados. El resto son puestos precarios (1,9 millones) y de no asalariados (1,8 millones).
Dentro de la mitad de la pérdida total que corresponde a los trabajadores precarios, un tercio se refiere al servicio doméstico (en esa rama la pérdida de empleos en blanco fue mínima). Las tres ramas que siguen, sumadas, no alcanzan la magnitud del servicio doméstico: Industria manufacturera, Comercio y Construcción. Las siete ramas explican el 80% del total de los precarios.
En cuanto a los ingresos de los asalariados, la CGI muestra un deterioro de los ingresos reales promedio del sector estatal en el segundo trimestre de 2020, respecto del primero, del orden del 8% al tiempo que el promedio de los privados mejora un 7 por ciento. Esto deriva de que en el ámbito estatal no hubo variación de la dotación de personal mientras que en el sector privado una alta proporción de asalariados (casi todos precarios) perdieron sus puestos. Como consecuencia, el promedio aparece mejorado sólo por este cambio de composición de esa categoría ocupacional.
Incluso en términos nominales, los ingresos per cápita familiares (IpcF) cayeron en el segundo trimestre en todos los deciles de ingreso y en los individuales (II) pasa lo mismo excepto en el primero de los deciles donde se observa una leve mejora nominal. Es posible que el amplio programa de transferencias haya incidido en la mejora del primer decil y disminuido las pérdidas de los deciles restantes.
En cambio, en el ingreso de la ocupación principal la mejora nominal se observa en la totalidad de los deciles como consecuencia de la pérdida de empleo por parte de los sectores menos favorecidos de los asalariados: los precarios.
La mejora estadística de la participación salarial en lo que quizás sea el peor momento de 2020 (el segundo trimestre) tiene alguna similitud a lo acontecido en 2001 en el que mejora la participación salarial respecto del año previo
Lo descripto explica en parte el resultado casi paradojal: la participación salarial del segundo trimestre es prácticamente la misma respecto del período previo y mejora varios puntos respecto de un año atrás. Aquí el efecto es combinado: por un lado, permanecen en el computo los asalariados con mejores retribuciones y, por el otro, la caída del Producto es tan pronunciada que redunda en un porcentaje de participación salarial mejorado.
La mejora estadística de la participación salarial en lo que quizás sea el peor momento de 2020 (el segundo trimestre) tiene alguna similitud a lo acontecido en 2001 en el que mejora la participación salarial respecto del año previo o bien, a la inversa, el año 2003, cuando mejoró el empleo (más que en los ingresos) pero con menos intensidad que el producto, razón por la cual la participación salarial de 2003 fue algo menor que la de 2002.
Estos son los datos
A partir de ellos se puede conjeturar diversas vertientes interpretativas. Ninguna de ellas, sin embargo, puede obviar el hecho de que agotando el desempeño macroeconómico la participación salarial en el Valor Agregado Bruto (VAB) se mantuvo en torno del 50% en los años finales del gobierno de Cristina Kirchner y la primera mitad del gobierno macrista. El deterioro se inicia en el segundo trimestre de 2018.
En materia de ingresos personales, ya en 2020, el primer trimestre mostró –respecto de un año atrás– un leve deterioro del Ingreso de la Ocupación Principal (IOP) y un estancamiento de los otros indicadores. Simplificando al extremo: continuó el deterioro de la distribución primaria mientras los mecanismos redistributivos evitaron su propagación al conjunto.
Pero ya instalada la pandemia, el segundo trimestre expresa con nitidez el shock económico con toda su intensidad.
Aun no se dispone de los datos del tercer trimestre (julio a setiembre) pero es de presumir que la recuperación del empleo pudo haber sido escasa, mínimos los ajustes salariales y en simultáneo la erosión inflacionaria retomó su energía.
Las perspectivas, entonces, no pueden ser halagüeñas. Las advertencias dentro y fuera del país acerca de la falta de identificación de un horizonte económico y de las herramientas y mecanismos para alcanzarlos, más las incertidumbres derivadas de los vaivenes y de la falta de freno a iniciativas políticas oficiales o próximas al oficialismo, se siguen acumulando. La orquesta puede seguir tocando en la cubierta del Titanic pero lo importante es saber si el capitán podrá esquivar el iceberg.
El autor es director del CEPED/UBA
Seguí leyendo: