La Argentina es el segundo país tenedor de dólares per cápita luego de los Estados Unidos debido al extendido uso de esa moneda que se refleja en un stock de USD 6.700 per cápita en 2019, unas 26 veces las tenencias de 1970.
Esto restringe el ahorro destinado a la inversión productiva y reduce la tasa de crecimiento, así como también los grados de libertad de las políticas fiscales y monetarias para estabilizar la economía. Si se recurre a la emisión monetaria o al endeudamiento externo, por caso, más temprano que tarde, se enfrenta una crisis. El año 2020 es solo un caso extremo de tales limitaciones.
La dolarización, la salida de capitales y la conformación de una sociedad bimonetaria como la actual es una cuestión compleja y multidimensional que, si bien se remonta a los años treinta, toma cuerpo con el plan económico del ministro Celestino Rodrigo en 1975, conocido como el “Rodrigazo”. De allí en más, los argentinos nunca dejamos de dolarizar, salvo esporádicos momentos, como el año 2005.
El Rodrigazo introdujo el “virus” que nunca más nos abandonaría: el cambio mental y social en el que el corto plazo y la especulación financiera reemplazó el largo plazo y la producción
¿Qué pasó entonces? Se inició la estrategia de reconfiguración de la economía argentina a la luz de la naciente globalización comercial y financiera, con una ingenua adopción de programas y medidas que concluyeron en una desarticulación productiva que fracasó y condicionó, cada vez más, las políticas de estabilización macroeconómica.
En esos años se introdujo el “virus” que nunca más nos abandonaría: el cambio mental y social en el que el corto plazo y la especulación financiera reemplazó el largo plazo y la producción. La profunda y persistente desconfianza en nuestra moneda no se puede entender sin esa referencia histórica, en cuyo marco se forjó al dólar como refugio de valor y, al decir de Luzzi y Wilkis, en una “moneda popular”. Dolarizamos nuestras mentes, nuestra sociedad y se inició la conformación de la economía bimonetaria que hoy inquieta a los gobernantes.
La crisis actual nos interpela una vez más sobre si para revertir este proceso bastan políticas macroeconómicas que estabilicen la moneda y reactiven la economía, o se requiere dar una vuelta de página y formular un proyecto estratégico basado en la inversión, las exportaciones y el empleo, en la que la estabilidad monetaria es un pilar crucial.
Así como los argentinos prefieren pájaro en mano que cien volando y apuestan al dólar en vez de a la inversión real, la dirigencia hace lo propio con sus decisiones. Es el dominio del táctico, centrado en los votos y ganancias de hoy, versus el estadista que trabaja a futuro sin desatender las urgencias
Si en el origen del problema está lo estratégico, la solución no puede sino descansar en ese tipo de abordaje. El diagnóstico es que un programa integral de estabilización es una condición necesaria pero no suficiente dado que, si los agentes no perciben claramente una estrategia de desarrollo sostenible, cualquier logro será considerado un “veranito” para aprovechar antes de la siguiente crisis.
Entonces, si esa fuese la solución, ¿por qué no se ha logrado implementar en todos estos años? Se trata de un problema de incentivos, de sacrificios versus beneficios. Así como los argentinos prefieren pájaro en mano que cien volando y apuestan al dólar en vez de a la inversión real, la dirigencia hace lo propio con sus decisiones. Es el dominio del táctico, centrado en los votos y ganancias de hoy, versus el estadista y el estratega que piensan y trabajan para el país del futuro sin desatender las urgencias.
En conclusión, la dirigencia en su conjunto debe sacrificarse para sacar al país de esta decadencia, y ese sacrificio implica renunciamientos consensuados, en el marco de una estrategia de desarrollo cuyos beneficios se perciban como compartidos y sustentables. Por eso, la desdolarización de las cabezas de los argentinos y el paulatino abandono del bimonetarismo no es un punto de partida, sino de llegada.
El autor es Director del Instituto de Investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad del Salvador (USAL)