En estos días se escucha hablar mucho, a pocos, sobre las clases sociales y lo bueno que son los de una y lo malo que son los de la otra.
Yo no coincido con esa forma de ver las cosas: la bondad o la maldad anida en el corazón del hombre sin importar si tiene dinero o no. Hay gente muy pobre y muy mala, también gente muy rica y muy buena; y al revés, igual.
Esto de “las clases” yo lo leí en las revistas de la guerrilla del ERP y de Montoneros de los años ’70: decían que había una “lucha de clases” en donde los malos eran los ricos que oprimían a los buenos que eran los pobres y que ellos, la guerrilla, eran la “vanguardia”, los “abanderados” de estos pobres, que vaya uno a saber quién los había elegido para eso. El “paraíso socialista” al que nos querían llevar a los tiros iba a llegar cuando ya no hubiera más ricos propietarios.
Todos sabemos que ninguna de esas ideas llevaron a ningún pueblo a ninguna felicidad y que muy por el contrario solo trajeron muerte, hambre y pérdida de la libertad, y se necesitó y necesita de un Estado terrorista para imponerlas. Sólo se aplican con un Estado policía, de toda la vida de toda la comunidad, salvo para una clase dirigente que goza de todos los privilegios, como pasa en las dictaduras de China, Corea del Norte, Cuba o Venezuela. Mientras tanto todo el pueblo es igual, de pobre.
En los años ’70 por detrás de esas ideas empezaron a matar gente en la Argentina y así lo hicieron con mi hermano Hermindo y sus compañeros soldados en el Regimiento de Formosa el 5 de octubre de 1975. Los asesinos de entonces pensaban igual que los que ahora hablan de las clases sociales. Y los apellidos se repiten: Donda, Perdía, Vaca Narvaja, Pietragalla, Verbitsky, Bonafini, Grabois.
El discurso de “odio de clases” de los usurpadores de propiedades en todo el país, seudo aborígenes o no, y de sus ideólogos, revive aquellos años donde personas de clase media y/o alta, de “izquierda” o “marxistas” o “comunistas”, o como se los quiera llamar, arrogándose una representación que no tenían hablaban de un “paraíso igualitario” y en gobiernos constitucionales asesinaron a personas de condición humilde que, por “brutos”, no alcanzaron a entender que ellos eran sus “libertadores” que venían a sacarlos de la “opresión”.
En ese entonces no había una “dictadura”, había un gobierno democrático, peronista, con 5% de pobreza y los sediciosos montoneros, siempre en nombre de los pobres, atacaron el cuartel para robar armamento y combatir y derrocar a Isabel Perón.
El organizador del ataque, Horacio Pietragalla, padre del actual Secretario de Derechos Humanos, era de una clase diferente a los soldados de Formosa: pertenecía a la clase media de la ciudad de Buenos Aires, al igual que la mayor parte de los atacantes. Norma Arrostito, fundadora de Montoneros, explicaría que la organización estaba integrada “mayoritariamente y por amplio margen” por gente de clase media.
Mi familia es muy humilde y vive en Las Lomitas, en el centro de la provincia de Formosa, a trescientos kilómetros de la capital provincial. Mi papá se llamaba Jesús Luna y era albañil. Mi mamá se llamaba Secundina Vázquez y era ama de casa, hacía pan y empanadas para vender. Ellos se conocieron en el campo, en Paraje Las Delicias, y se casaron. No pudieron terminar la escuela primaria. Mamá no sabía leer ni escribir y papá sí, pero hizo hasta 4to grado. Toda la vida trabajaron muy duro para criar a trece hijos, a los que educaron en la humildad, la honestidad, el trabajo, el amor a la Patria y la fe cristiana. Así se crió Hermindo: sin plata y con muchos valores.
Horacio Pietragalla, padre, desde sus 17 años actuaba en la guerrilla y entre otros tantos crímenes mató al empresario Alberto Bosch y al chofer Juan Carlos Pérez con una ametralladora como parte de un comando montonero que secuestró en Agosto de 1974, durante un gobierno peronista, a otros dos empresarios, los hermanos Jorge y Juan Born, en el Gran Buenos Aires. Por los Born, los terroristas cobraron un rescate multimillonario en dólares.
Pietragalla planificó desde Resistencia, adonde se había mudado con su mujer, la también montonera Liliana Corti, y en complicidad con el soldado traidor montonero Roberto Mayol, el ataque al Regimiento que tenía un supuesto principal: que los soldados no iban a pelear; que se iban a rendir. Por eso se hizo un domingo a la tarde, a la hora de la siesta, cuando en el cuartel había sólo un puñado de oficiales y suboficiales y todo el resto eran soldados conscriptos. Lo que nunca sospecharon los atacantes fue la heroica resistencia de esos soldados.
En publicaciones posteriores dejaron escrito para la posteridad lo frustrante que les resultó la lección de los bravos defensores del cuartel. La revista “Evita Montonera” que describe la intentona en Formosa dice, sin vueltas: “A partir de este momento comienza una verdadera batalla; los soldados – armados o desarmados en algunos casos – desobedecieron la orden de rendición, en todos lados presentaron fuerte resistencia y en algunos lugares esa resistencia fue suicida (…) Aventuramos la hipótesis de que esa resistencia suicida de los soldados tiene que ver en parte con el bajísimo nivel de conciencia de la población de la zona”.
La traducción es: “Somos los que los vamos a liberar de la opresión de los ricos porque poseemos la solución a su pobreza, les damos la oportunidad de rendirse y nos corren a tiros. Esto pasa porque son brutos y no entendieron nada”.
Mi hermano, de guardia, desobedeció la orden: “Rendite negro, que con vos no es la cosa”. Él les gritó: “¡Aquí no se rinde nadie, mierdas!”. Él, junto a sus compañeros soldados, ofrendó su vida entrando en la Historia y demostrándoles, que habían entendido todo y a la perfección.
Este es el diálogo entre un combatiente montonero que participó del ataque y el también guerrillero Sergio Berlín, unos días después, ya de vuelta en Buenos Aires:
-¡Carlitos, que suerte que no te pasó nada!
-No, si para matarme a mí hace falta mucho más que un cuartel lleno tirando como en Stalingrado.
-O sea que…
-Si, lo terrible fueron los soldaditos. Ahí sí que nos agarraron por sorpresa. No se imaginan cómo tiraban, los muy pelotudos. Ahora resulta que se creyeron el verso que les hicieron y se van a jugar la vida para defender a sus generales, a sus patrones, a todos los peores hijos de puta que siempre los cagaron. Eso sí que fue un desastre.
-No, pero ahí hay un grave error de evaluación. Pero no un error militar. Esto es peor, es un error político. Se evalúa que los soldados no van a resistir y nos cagan a tiros. Es grave, che. Es grave. Va a haber que pensarlo mucho.
En estos días, Victoria Donda, hija de dos guerrilleros montoneros, desde el INADI, defiende a la usurpadora Dolores Etchevehere; Roberto Perdía, segundo en jerarquía de Montoneros, asesoró a los usurpadores de Guernica; Fernando Vaca Narvaja, tercero en jerarquía de Montoneros, asesora a los usurpadores seudo mapuches en la cordillera; Horacio Pietragalla, hijo de dos terroristas montoneros, tutela los derechos humanos en la Argentina; el CELS de Horacio Verbitsky, terrorista montonero, denuncia ante la Justicia el desalojo de Guernica; Hebe de Bonafini, madre de dos terroristas, dijo que “hay que sacarles tierras a los ricos, la mitad de lo que tengan”, y Juan Grabois, hijo de un filo montonero en los ’70, defiende a los usurpadores de la propiedad privada en todo el país con su discurso de “odio de clases”.
El Presidente Alberto Fernández al asumir dijo que nos convocaba a “superar el muro del rencor y del odio entre argentinos” y anunció que no podíamos contar con él “para seguir transitando el camino del desencuentro”. Sería muy positivo que sacara cuentas que con el mismo combustible que en los ’70, con la misma leña y con los mismos fósforos, es probable que se genere fuego.
Los pobres de Argentina necesitan que las instituciones de la República, por la que murieron los soldados de Formosa, funcionen y les mejoren la vida dentro del sistema democrático. Hay que dejar de subsidiar, con nuestra plata, a los pirómanos setentistas que nos pueden incendiar.
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