Cristina y Macri: cada vez más parecidos

Los dos ex mandatarios vuelven a emparentarse en los métodos. Ahora, casi al mismo tiempo, se enconaron con los propios

Mauricio Macri y Cristina Kirchner (REUTERS/Agustin Marcarian)

Cristina Kirchner y Mauricio Macri continúan haciendo política desde sus propias soledades crispadas. Sus construcciones no sólo suponen sus mutuas aversiones sino que suman ahora como dato, sus codazos internos, si no empujones, hacia los propios.

Mauricio Macri está furioso con Elisa Carrió. En él no hay desencanto hacia la ex futura diputada, youtuber cómica y antivacunas, sino enojo. El clímax de esta chinche es el apoyo de Carrió a la nominación de Daniel Rafecas como procurador general al que su sumaron Larreta y Vidal. El expresidente le dice a los propios que “peor sería la mujer (sic) de Santiago del Estero o alguien de Justicia legítima” como le cerraría a los K, pero que Rafecas es inviable. “Alguien que acostumbra a quedar bien con todos”, explica el ex inquilino del sillón de Rivadavia. Esta postulación abrió una grieta dentro de Cambiemos cristalizada en la foto del jefe de gobierno porteño, la ex gobernadora y algunos otros en la chacra de la chaqueña. Sin embargo, el desconcierto de Mauricio es la reacción de algunos que creía leales ante la epístola de Cristina. “¿Y lo que hizo Pichetto?”, se pregunta en soledad.

Mauricio Macri está cosechando su modo de hacer política desde el poder. Su encierro en Marcos Peña (ni lo menciona en sus charlas) y el desprecio a todos los que se atrevieran a discutir con miradas políticas los aburridos power point que blandía el entonces jefe de gabinete, se paga hoy con ostracismo o con correrlo de la escena central. Carrió cree que “Macri ya fue”. El, enloquece cuando se lo recuerdan. Por Horacio Rodriguez Larreta tiene afecto pero hasta se atreve a cuestionarle su “tibieza” para flexibilizar actividades en la ciudad a la que describe como “arrasada por la cuarentena”. Vidal quizá sea la menos cuestionada por él. Quizá.

Cristina Kirchner midió su convocatoria central en el debate argentino con su carta de certezas. Sin psicologismo barato, no deja de ser sintomático que lo suyo sean siempre certezas nunca dudas o propuestas para pulir. Ella es el centro de la política argentina. Sus satélites, el resto.

Costó leer y escuchar los esfuerzos de muchos que, por ingenuidad o interés, vieron en la epístola un gesto patriótico de llamado al consenso. El consenso es, desde ya, patriótico. Pero eso supondría deponer ideas dogmáticas (de certezas virar a ideas debatibles) y no prologarse con tundas a propios (“funcionarios que no funcionan”), ajenos (opositores, periodistas y empresarios) a los que su memoria agria los ubica en el dispositivo del rencor. El albertismo está dolido con la carta. Lo digan o lo dibujen. La estupenda entrevista a Santiago Cafiero hecha por Román Lejtman y Mariano Thieberger lo demuestra. No sólo su respuesta definiéndose como uno “que funciona” sino su laconismo enfadado por las preguntas por la carta de la que se enteró por los medios, devienen concluyentes.

Santiago Cafiero se refirió a la carta de Cristina Kirchner

¿Qué piensa el presidente de la carta? Difícil saberlo con plenitud. Dice que la valora y le place. Hace que le molesta y mucho. Alberto Fernández atraviesa un período de contradicciones dialécticas y fácticas que llaman la atención. Quizá haya que recurrir al método bien puro, del propio Néstor Kirchner, para decodificarlo. Paréntesis: qué aburrido y poco rico es este esfuerzo que periodistas y ciudadanía tenemos que hacer para entender posiciones en temas centrales. Las medias palabras o las ambiguas de cartas, dichos, funcionarios que dicen blanco y sus pares negros, idas y venidas. Todo bajo el paraguas de que los contrapuntos son propios de una coalición. ¿Una coalición no tiene al menos acordadas 20 ideas con claridad?

Retomando, Néstor Kirchner decía: “No miren lo que digo sino lo que hago”. Apliquémoslo al actual Presidente. Dice estar a favor de la propiedad privada como se pensó en al constitución de 1853. Tras el desalojo de los Etchevehere y de Guernica (por lo que algunos descargan catilinarias eternas de adjetivos de dolor por lo desalojados y poco encono por los que empujaron con años y años de gobiernos creadores de pobreza y unos cuanto agitadores de hoy para convencer de que tomar es un acto de derecho legítimo), el Presidente defiende el proyecto de Juan Grabois que propone la expropiación como modo de reforma agraria. El actual primer mandatario dice que cree en la reforma judicial pero arremete con lo suyos contra el procurador general, nombra la comisión Beraldi, impulsa la reforma judicial que pone a su discreción el nombramiento masivo de jueces e impulsa con sus delegado el caso Bruglia, Bertuzzi y Castelli. Dice que cree en los sistemas de división de poderes pero abre por derecha y cierra por izquierda con Venezuela sin saberse si está convencido de que allí hay vigencia del estado de derecho. Y así, más. Si Vilma Ibarra, su secretaria general, conserva el fuego de escritora que le permitió parir “Cristina versus Cristina”, puede ir juntando material para un segundo tomo de otro presidente.

Cristina y Macri vuelven a emparentarse en los métodos. Se detestan. Se ganaron mutuamente las elecciones con ese odio. Ahora, casi al mismo tiempo, se enconaron con los propios. Aquí no hay actos pírricos. En todo caso, narcisismos peligrosos que, como dice el el gran Freud, de poder prescindirse atenuarían grandemente el síntoma que, aquí, no es más que el del fracaso nacional.

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