La hipocresía como política de Estado

La política se mira el ombligo y, tanto en el oficialismo como en la oposición, hay sectores que hablan más de la situación interna de sus fuerzas políticas que del drama argentino

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Alberto Fernández y Cristina Kirchner
Alberto Fernández y Cristina Kirchner (Luciano Gonzalez)

La carta que CFK publicó días pasados es la prueba palpable del desastre político que significó la conformación de un frente mediante el cual Fernández pasó a ser Presidente (sin ningún poder) y CFK quedó de vice con el poder real. Sólo la extraordinaria capacidad argentina de naturalizar cualquier cosa pudo hacer que eso no se viera como lo que fue: un disparate.

El tema es que CFK colocó a su subordinado en el primer lugar de la fórmula sólo porque que su interés radicaba en unas pocas cosas: la búsqueda de una “solución” a sus problemas con la Justicia, ocupar lugares de poder y de dinero para entregarlos a sus seguidores con el fin de agrandar un aparato político que garantice la permanencia de la dinastía en el poder y, por último, poner a funcionar una maquinaria de venganza y de resentimiento contra los causantes de que ella no haya estado en el poder cuatro años. CFK en estado puro. Daban un poco de vergüenza ajena los que hacían lecturas acerca de que “volvían mejores” o los que creían que Fernández era un hombre de mundo que iba a poner al país en una senda de modernidad y progreso. Cuando la maldad hace una alianza con la idiotez se producen resultados catastróficos. Este es el caso.

El asunto es que CFK está observando que algunas cosas no están funcionando, que el gobierno no está a la altura, que el desastre económico y social en el que está la Argentina es enorme y que la decadencia, inevitablemente, terminará arrastrándola. Por eso aparece su verdadera personalidad: la persona que destruye. Por eso, además, le envía un misil al Gobierno despegándose de todos. Envía la carta y no asiste al homenaje que el Gobierno le brinda a su marido en el aniversario de su muerte. Ni siquiera va a ver la escultura de Néstor Kirchner –de segunda mano- traída de Ecuador, país que la había desechado. CFK se da cuenta de que construyó un monstruo político y que no funciona como esperaba. Advierte, también, que se le puede volver en contra. Dice que hay miembros del gobierno que no funcionan y carga contra Sergio Massa, que forma parte de su coalición. Por supuesto, le adjudica todas las culpas al gobierno anterior y, como todos en el oficialismo, le echa la culpa a la pandemia soslayando, como todos, que Argentina está mucho peor que casi todos los países. Como ejemplo se puede citar la extraordinaria cantidad de empresas que se están yendo de Argentina. Eso no está pasando en otros países. Las empresas se van por el Gobierno, no por la pandemia.

En una situación así, un líder político virtuoso trataría de fortalecer al Gobierno. En lugar de eso, CFK lo debilita. La vicepresidente muestra, una vez más, que entre sus atributos no está el de ofrecer soluciones. Sólo tiene problemas para ofrecer.

Es ahí que plantea que el problema de Argentina con el dólar solamente se puede arreglar con “un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, mediáticos y sociales”. Es curioso que hable de acuerdo en el mismo acto en el cual contribuye al desacuerdo en la coalición a la que pertenece. Por lo demás, no precisa qué tipo de acuerdo ni con quién lo quiere lograr, ya que mientras dice eso califica al Gobierno anterior como el causante del “desastre generalizado”. Manifiesta que hay que unirse, pero debilita a su propia coalición y agrede a todos los que no pertenecen a la misma. No da ninguna pauta sobre temas de acuerdo y no ejerce ninguna acción en concreto. Sólo declama algo vacío que parece obedecer a una necesidad de repartir culpas y limpiarse de responsabilidades. Hace un análisis como si fuera una externa y no la persona que decidió que Fernández fuera Presidente y la que ocupa el segundo lugar en la jerarquía institucional. Se olvida, también, que el Gobierno “que no funciona” está lleno de acólitos suyos y que la principal provincia del país la gobierna uno de sus discípulos. Da la sensación de que “el acuerdo” que plantea tiene más que ver con un reclamo de sumisión. CFK odia a casi todo el que no se somete y bajo ese prisma hay que analizar todo. ¿Aceptaría dejar de intervenir en la Justicia buscando impunidad? Recordemos que hay un cisma institucional por el cuestionamiento que ella hizo a jueces que habían hecho avanzar causas de corrupción contra ella y su familia. La Corte está paralizada y metida en una dinámica de crisis institucional por esa decisión que impulsó ella desde el Senado.

CFK es la autora intelectual de la mayor desunión argentina. Con sus actos sigue demostrando eso. Si todo lo expresado por el oficialismo va para un lado, sus actos van en el sentido contrario. Dicen que no están en contra de la actividad privada pero la atacan, amenazan con expropiar o usan el Estado para incomodar a los empresarios no sometidos. Dicen que defienden la propiedad privada pero justifican a impresentables como Grabois. Son erráticos frente a dictaduras como la de Venezuela.

Algunos de los ataques más duros que tuvo el Gobierno esta semana provinieron de adentro de su organización política. Como la cosa está muy mal, el “fuego amigo” es incesante.

La oposición ha tenido excesivas muestras de apoyo al Gobierno. ¡Cómo olvidar el momento de epifanía galtierista de Fernández cuando empezó la cuarentena y hacía esos patéticos informes por TV en los que daba datos falsos, mostraba filminas con errores y hacía comparaciones equivocadas con otros países! El momento de “vamos ganando” contra el Covid. En esas jornadas de “stand up” bizarro tuvo siempre el acompañamiento de Horacio Rodríguez Larreta y de gobernadores opositores. La respuesta a ese acompañamiento fue la quita de recursos a la Ciudad de Buenos Aires (vieja obsesión de CFK). Esos son los actos frente a las palabras vacías.

En esa línea de análisis hay que incluir el curioso raid mediático de Elisa Carrió, quien salió a decir que la oposición tenía que apoyar a Daniel Rafecas como jefe de los fiscales. La primera cosa que hay que analizar es que Carrió dice eso sin explicar por qué habría que hacerlo. Habla como si fuera un oráculo al que hay que hacer caso sin explicar los motivos. Los políticos deben siempre explicar a la gente los motivos de una toma de posición, más aún en el caso de Carrió, que tiempo atrás había firmado una solicitada pidiendo que Rafecas fuese destituido como juez por no haber hecho lugar a la denuncia presentada por el fallecido fiscal Nisman contra CFK por encubrimiento a los responsables del ataque a la AMIA. Una denuncia extensa y con muchas pruebas fue desestimada en tiempo récord por Rafecas. También hay que recordar que chateaba con un abogado allegado a Boudou (Danuzzo Iturraspe) mientras llevaba una causa que lo involucraba (causa ex Ciccone). O sus dilaciones en causas por enriquecimiento ilícito de ex funcionarios de Cristina. Por comentarios posteriores se pudo deducir que Carrió lo planteaba para que no pongan a “alguien peor”. Claramente Rafecas está en la lista de los “peores” siempre. Tratándose del kirchnerismo, siempre puede haber alguien peor. Pero la oposición no debería comprarse el problema ético de apoyar como jefe de los fiscales a alguien que cometió algo tan grave como la desestimación en tiempo récord de la presentación de Nisman. Carrió sabe de eso porque pedía, con razón, su destitución. Los acuerdos a espaldas de los ciudadanos no deben ser avalados. Los acuerdos se hacen a la luz del día y nunca puede ser un motivo de acuerdo la extorsión de una parte que amenace con poner a alguien peor. Los que defienden a la República no pueden caer en simplificaciones tan burdas. Se negocia entre pares no por extorsión. Si se cree que cediendo se aplaca a los que no respetan las opiniones de otros se comete un error infantil. La oposición apoyaría a un candidato al que antes le pedía la renuncia y eso, lejos de calmar, habilitaría el mecanismo extorsivo para siempre. Carrió hablando de apoyar a Rafecas y haciendo, al mismo tiempo, consideraciones sobre la situación interna de su fuerza política muestra poca empatía por los ciudadanos que no votaron a este gobierno y que vienen mostrando una voluntad excepcional en defender la institucionalidad. Los banderazos dan cuenta de eso.

Siempre es bueno recordar la frase de Churchill cuando vio que Chamberlain cedía a las pretensiones expansionistas de Hitler creyendo que así garantizaba la paz: “Entre la guerra y el deshonor, habéis elegido el deshonor, y tendréis la guerra”.

La política se mira el ombligo y, tanto en el oficialismo como en la oposición, hay sectores que hablan más de la situación interna de sus fuerzas políticas que del drama argentino.

Pierden conexión con el padecimiento de los ciudadanos.

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