“La propiedad de la tierra en Argentina se define por sexo”, enfatiza Lilian Ferro que, desde hace quince años, estudia las desigualdades de género en las empresas familiares agropecuarias. Y diferencia la ley de los hechos: ella muestra la historia de las desheredadas de la tierra. En el país hay solo entre un 15% y un 20% de mujeres registradas como propietarias de la tierra.
Si la propiedad de la tierra en la Argentina es, fundamentalmente, por herencia tendría que ser equitativa sin necesidad de cupo: por sucesión. Sin embargo, el 80% está en manos de varones. La disputa de Dolores Etchevehere no es un caso aislado, sino un retrato del despojo de muchas hijas, hermanas y esposas desheredadas de su tierra.
¿En las familias con propiedades rurales tuvieron 8 de cada 10 hijos varones? No, pero sí parieron la discriminación como forma naturalizada de traspasar la tierra. El asalto a la firma de las herederas por machismo se produjo de forma sistemática y masiva para desterrarla de sus tierras. “No nacen más varones que mujeres en esas familias rurales. El problema no es solo quien la hereda, sino que hay carnicerías familiares y presiones a las herederas para sacarle el control de la tierra”, revela Lilian Ferro, Profesora e Investigadora del Instituto Latinoamericano de Economía, Sociedad y Política de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA), en Brasil.
La jueza del Tribunal de Juicios y Apelaciones de Paraná, Carolina Castagno ordenó el desalojo del campo “Casa Nueva” en el que Dolores Etchevehere decidió llevar adelante el Proyecto Artigas y donar el 40% de la tierra que reclama como suya. La orden de desalojo fue festejada por su madre, Leonor Marcial y sus hermanos Luis Miguel, Juan Diego y Arturo Sebastián Etchevehere y la ex Ministra de Seguridad Patricia Bullrich junto a su ex compañero de gabinete Luis Etchevehere, ex Ministro de Agricultura en la gestión de Mauricio Macri y ex Presidente de la Sociedad Rural.
En los festejos por la decisión judicial de parte de los hermanos varones se escucharon gritos de “Viva la propiedad privada”. Sin embargo la disputa no era contra la propiedad privada, sino una denuncia de como las mujeres son despojadas de su propiedad privada por maniobras de violencia de género (contempladas en la ley 26.485) a través de violencia económica. La victoria judicial no fue de la propiedad privada, sino de quienes defienden la propiedad privada en manos masculinas.
“Una vez más la Justicia de Entre Ríos falló a favor de los poderosos, a favor de los corruptos. Esto es un ejemplo de lo que yo viví estos 11 años de calvario. Siempre, cada vez que yo trato de ejercer mis derechos hereditarios, mis derechos naturales, siempre la Justicia de Entre Ríos favorece a los corruptos y acepta sus órdenes”, criticó Dolores Etchevehere.
“La herencia es igualitaria, pero el control de la propiedad no”, diferencia Ferro, Doctora en Ciencias Sociales y Licenciada en Historia que se especializa en la aplicación de la perspectiva de género en estudios rurales. Y subraya: “El caso de Dolores Etchevehere no es especial en cuanto a la violencia patrimonial contra ella, lo que lo hace más visible es el condimento político. Pero ella es un botón de muestra de algo que es muy típico”.
“En la agricultura familiar capitalizada hay un esquema absolutamente patriarcal donde la sucesión del control agropecuario de la producción pasa entre varones y, cuando hay mujeres, son desempoderadas. Las grandes desigualadoras son las familias”, señala Ferro.
La desigualdad familiar no es una leyenda. El modus operandi es habitual: “El padre, generalmente, elige a quien entrenar para delegarle el control de la explotación y a las herederas les pagan un arriendo de amigos o mucho menor al valor real (y los hermanos varones controlan la propiedad), o les pagan estudios y las consideran amortizadas en su parte de la propiedad porque ellas pudieron estudiar, y otras son invitadas a dejar la explotación familiar porque se van a casar o tienen que vender su parte”, describe la historiadora.
La violencia de género no es un problema de pobres, pero entre los ricos, la violencia ejerce su pulseada por tierras, propiedades y dinero. “El caso de Dolores no es una excepción, es un clásico”, define Mónica Polidoro, Presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales Argentinas Federal (AMRAF), que vive en Wheelwright, del sur de Santa Fe.
“El caso de Dolores Etchevehere es una reivindicación histórica para todas las mujeres que han sido ninguneadas en su derecho a la tierra. No es una lucha individual, sino colectiva. Dolores ha tenido la oportunidad de estar con organizaciones de la agricultura familiar que la han respaldado y ha tomado una decisión política. Porque el modelo productivo es una decisión política”, define Polidoro.
“Dolores decidió, a pesar de haber estado formada culturalmente con el modelo agro exportador, el cambio de modelo productivo que necesitamos en el país: la producción sana, sustentable, agroecológica, que no solo beneficia al campo, sino a toda la sociedad y, especialmente, a los consumidores”, sostiene la Presidenta de la Asociación de Mujeres Rurales Argentinas Federal (AMRAF).
“Es una reivindicación hacia las mujeres y a quienes decimos que es necesario un cambio de modelo productivo”, enfatiza la ruralista. Pero además cuenta que le llegan muchas consultas de hermanas que sufren violencia económica de parte de sus hermanos para quitarles la propiedad privada de la tierra.
El machismo económico no es una denuncia solo de Dolores Etchevehere. Las hijas e hijos de mujeres se ven perjudicados si la dueña de la tierra era su mamá y se quedan más empobrecidos que sus primos: los hijos de los hermanos varones. La desigualdad también se hereda. La historia deja empobrecidas a las herederas de las herederas mujeres y marca en un dolor imborrable en las familias.
Mónica Polidoro cuenta, todavía, el dolor por la forma en que fue despojada de lo que le pertenecía a ella, sus hermanas y su mamá de parte de los hermanos varones maternos. Su mamá aceptó la injusticia machista y ella logró perdonar la sumisión por la cultura en la que fue criada. Pero la pago con grandes penurias económicas en épocas difíciles y con la división familiar que generó el despojo de sangre.
“Mi vieja eligió a sus hermanos por sobre sus hijas –remarca Polidoro-. A mi vieja le sacaron la tierra y nos quedamos sin campo y con una crisis económica muy fuerte. Ella lo tomaba como algo natural porque era mujer y sus hermanos varones”. Polidoro marca la injusticia de desconocer la propiedad y el trabajo de las mujeres rurales. Y destaca: “Ellas laburaban un montón en el campo, hacían comida para toda la peonada, atendían la huerta, los hijos, le lavaban la ropa a todos, trabajaban de una manera impresionante. Mi homenaje para todas ellas que, encima, quedaban despojadas por una cuestión cultural”.
Las que cocinan, cosechan y compran alimentos no son casi nunca dueñas de las tierras en las que se producen alimentos. Las mujeres son dueñas solo del 14 por ciento de la tierra en el mundo. Y nadie se espanta. Pero si las mujeres cocinaran solo una vez cada 14 días el mundo se frenaría. La diferencia radica entre el trabajo de alimentar que está, mayoritariamente, en manos de mujeres y ser dueñas de la tierra que produce los alimentos que está en manos, mayoritariamente, de los varones.
“Las mujeres son responsables de más de la mitad de la producción de alimentos en el mundo, sin embargo, sólo el 14% de ellas son propietarias de tierras, de acuerdo a cifras de FAO y ONU Mujeres”, señala la organización sueca We Effect. El caso de Dolores Echevehere, en el que ella denuncia que le fue quitada su propiedad por parte de sus hermanos varones a través de violencia de género, no es único. Por el contrario, refleja una disputa histórica, pero que se acrecentó con la crisis mundial generada por la pandemia: ¿Quiénes son los dueños de la tierra? ¿Y por qué hay tan pocas mujeres propietarias?
En principio, si la tierra se hereda, no se comprende como en la Argentina hay tantos herederos y tan pocas herederas. ¿O es que en los procesos de herencia también metió el cuchillo el machismo, las maniobras tramposas de hermanos, la subestimación a las hijas, el desaliento a que las hijas se queden con el trabajo y la propiedad de la tierra?
En la Argentina el 97% de las tierras son privadas. “El acceso de varones y mujeres a la tierra está canalizado en gran medida por la herencia intrafamiliar”, destaca Lilian Ferro. La herencia en la Argentina está en primer lugar en la orden de mérito para acceder a la tierra en la historia de nuestro país, en segundo lugar está el mercado y en tercer puesto el Estado. ¿Cómo se llega a que la tierra se logre por herencia y los casi únicos herederos sean varones?
La investigación de Ferro destaca que en la Argentina las leyes de sucesión son igualitarias tanto para las hijas mujeres como para las esposas. Sin embargo, advierte que, hecha la herencia, hecha la trampa: “Se puede constatar fácilmente que las consecuencias de la aplicación de la normativa no es coherente con el proceso de concentración de la tierra por vía masculina tan evidente en el escenario rural argentino”.
La causa de la desigualdad no es la ley que es equitativa con las hijas y protectora de las cónyuges. El problema está en “la forma que asumen las prácticas familiares de uso y control de la tierra heredada”, según resalta el capítulo “Herencia y prácticas familiares”, del libro “Género y propiedad rural”, editado por la Unidad para el Cambio Rural (UCAR) y el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, en el 2013.
En la letra de la ley las hijas son iguales que los hijos, pero en la práctica las hijas quedan afuera de la propiedad de la tierra. Los dichos no son iguales a los pesos, mucho menos que los dólares cotizados en el mercado paralelo. Igual que la cotización de la divisa hay un mercado paralelo de derechos.
El caso de Dolores refleja como las mujeres fueron deportadas sistemáticamente del derecho a la propiedad en la Argentina. “La práctica de la sucesión controlada por vía intergeneracional masculina en la conducción y jefatura de la Explotación Agropecuaria Argentina (EAP) expulsa selectivamente a las herederas con mecanismos indirectos pero no por eso menos eficaces”, explica el libro “Género y propiedad rural”.
La diferencia entre hijas e hijos no es azarosa, sino selectiva. En la publicación oficial se muestra como a los herederos masculinos se les da la jefatura de la Explotación Agropecuaria para que sean los herederos naturales del manejo de la propiedad.
Igual que en un club de fútbol suele existir un titular y un grupo que se queda en el banco (que son siempre varones) que se vuelven empleados o profesionales que acompañan al padre y al hermano elegido para ser el jefe de los campos de la familia. Las chicas no son ni porristas, apenas aguateras, siempre afuera de la cancha agraria.
Los hijos son los jugadores y, en cambio, a las hijas se las invita a retirarse y a emigrar del campo. Antes era a la antigua: la fiesta de casamiento eran un despido encubierto. Ahora hay otras formas más sutiles o modernas: se las manda a estudiar, que trabajen de otra cosa o se les abren negocios de otra actividad en pueblos cercanos o ciudades.
También algunas hijas son las encargadas de cuidar a los familiares enfermos, niños/as, ancianos u otras personas dependientes. Si la madre o esposa fallece es la hija la que tiene que tomar la posta del cuidado familiar (de cuidar, pero no de reclamar y, mucho menos, de decidir otro rumbo para la tierra).
En algunos casos el esposo de la hija se puede sumar a la cofradía. En ese caso, los varones son aceptados, pero solo como esposos y no la hija, sino su apoderado en el matrimonio. La excusa para la discriminación son las ganancias. Pero, en definitiva, las que pierden son las mujeres.
El problema no es la ley, sino las prácticas familiares cotidianas que “muestran dramáticamente los límites del funcionamiento de un sistema legal igualitario yuxtapuesto con un orden de género familiar inequitativo”, destaca el libro “Género y propiedad rural”.
El calificativo de “bolichera” de Mariano Obarrio hacía Dolores Etchevehere y la descripción de ella como “informal” (y que no parecía de una familia tradicional de Entre Ríos) muestran como el estigma diferencia el derecho a heredar de los prejuicios sobre las desheredadas (que no aprendieron que no solo tienen que ser, sino aparentar ser).
Los prejuicios salidos de una olla a presión, cocinada desde el siglo pasado, son una muestra de cómo a los varones se los ve con estatus profesional agrario y a las mujeres como incapaces (aunque el Código Civil haya derogado esa figura) para tomar decisiones sobre la tierra. Los que tienen estatus de profesionales agrarios son capacitados, obtienen créditos, forman parte de entidades, tienen derecho a opinar y a exigir. Y las que bolicheras son tratadas como usurpadoras de sus propios derechos.
“Los sesgos de género contribuyen a legitimar la concentración masculina en la obtención y reconocimiento público del estatus profesional agrario e impacta directamente en el posicionamiento diferencial por sexo en el acceso, uso y control de la propiedad rural”, delimita el informe del Ministerio de Agricultura.
Incluso cuando el Estado interviene en la adjudicación de tierras lo hace de forma discriminatoria. En Chaco el 84% de los/las adjudicatarias de la tierra fueron varones y el 16% mujeres. La diferencia también está cuando se le dan las tierras a los pueblos originarios: solo el 27% de las beneficiarias fueron mujeres y el 71% de varones, según un relevamiento de Ferro en la investigación “Género y propiedad rural”.
La diferencia de género no es solo argentina. La nicaragüense Damaris Ruiz, Directora Regional de Programas de We Effect, agencia de cooperación sueca, afirma que este drama es latinoamericano y esta cruzado por la inequidad de las herencias. “El heredamiento se practica en desfavor de las mujeres debido a la mentalidad de nuestras sociedades y sus instituciones: la tierra se les hereda a los hijos varones, no a las mujeres”, resalta Ruiz. La diferencia es que en otros países todavía se lucha por una legislación de herencia no excluyente. En la Argentina la ley no excluye, pero la práctica y la justicia sí.
¿Quién se ha tomado todo el vino?
En la historia argentina hay un caso paradigmático: Melchora Lemos. Ella no solo fue la primera emprendedora bodeguera, sino que además tuvo que ir a juicio con su hermano porque él intentó quitarle lo que era suyo. No es que la historia se repite, sino que la raíz de la violencia económica contra las mujeres tiene en los hermanos varones a los protagonistas de un machismo que, hasta ahora, parecía escondido y naturalizado. Pero que tiene más de cuatro siglos.
Melchora Lemos nació en 1691. Su papá, Juan José Lemos, fue un poderoso militar y funcionario real que se dedicó a la industria del vino. La historia está relatada por Felipe Pigna, en el segundo tomo de Mujeres insolentes de la historia, de Editorial Planeta e ilustrada por Augusto Costhanzo.
Ella heredó, junto a su hermano, una bodega y una estancia en Uspallata, Mendoza. Pero no se quedo sentada viviendo de lo recibido. Compró una viña para hacer vinos y hornos para cocinar vasijas. Ella cultivaba la uva, hacía el vino y tenía el packaging para beber en las copas de hace siglos. Una visionaria de algo que todavía falta en la Argentina: inversión y valor agregado. Además fletaba el vino a Buenos Aires para venderlo y fue la primera mujer en comprar una pulpería para que la gente se siente a brindar.
Melchora fue una quijotesca pionera a la que se le ocurrió abrir un molino de harina en 1730. Su hermano era mucho menos emprendedor. Pero no soportó que una mujer tuviera más iniciativa. Entonces la injurió por ser mujer y la llevó a la justicia. “Tanto emprendimiento y tanto progreso logrado a costa de mucho trabajo, generó envidia en su hermano Juan de Lemos, que no le perdonó que siendo una mujer hubiese alcanzado tanto éxito, mientras que él, con bienes equivalentes, no había conseguido casi nada”, relata Felipe Pigna.
La historia del machismo tiene historia. Y los hermanos no son unidos como dice el Martín Fierro sino rivales de sus hermanas si ellas quieren igualarlos o superarlos. Pigna cuenta la guerra judicial que antecede al caso Etchevehere y que llevó adelante Juan de Lemos: “Comenzó a hostigarla y a intentar debilitarla psicológicamente, en un enfrentamiento que tuvo varias instancias y en medio del cual, Juan de Lemos fue nombrado alcalde”.
El que no había logrado nada como emprendedor logró tener poder político. El libro Mujeres insolentes de la historia 2 describe: “Abusando del poder que le daba su nuevo cargo, Lemos aprovechó para presionar a Melchora recurriendo a todo tipo de argucias: hizo que un grupo de indios se instalase frente a la casa de su hermana, se apropió de la bodega y mandó a demoler el molino. Harta de tantas agresiones, Melchora decidió que la disputa debía salir del contexto familiar y llevó a su hermano a juicio”.
“Durante el proceso, Juan de Lemos alegó que los bienes eran de su propiedad y la mujer tuvo que explicar que había avanzado ‘mediante la industria y sudor personal’, mientras que su hermano, además de dedicarse a la vida política, se había destacado siempre por su ‘ineptitud y negligencia’. Sin embargo, como era previsible, Melchora perdió, porque Lemos tenía mucha influencia y también por su condición de mujer”, escribe Pigna.
“Pero luego, en una segunda instancia, sin dejarse doblegar, la valiente empresaria presentó un escrito en el que describía las maniobras oscuras de su hermano, y la Real Audiencia falló a su favor”, rescata Pigna. Melchora, finalmente, ganó el juicio contra su hermano. Su bodega siguió creciendo hasta que, en 1744, falleció.
Los reclamos de las mujeres sobre la propiedad y el uso de la tierra no son solo cuestión del pasado, ni del presente, sino del futuro. El 15 de octubre fue el día de la mujer rural y la agencia de cooperación sueca del movimiento cooperativista (We Effect) llamo a los gobiernos latinoamericanos a reconocer de forma urgente los derechos de las mujeres campesinas e indígenas como una condición necesaria para enfrentar la crisis alimentaria derivada de la pandemia.
“De acuerdo a Naciones Unidas, el hambre a nivel global se duplicará y 500 millones de personas estarán en riesgo de caer en situación de pobreza, por lo que se requiere tomar medidas decididas para asegurar el derecho a la alimentación, sobre todo de las personas más vulnerables”, analiza We Effect.
¿Y por casa cómo andamos?
En la Argentina hay 180.345.568 hectáreas de superficie productiva, según el Censo Nacional Agropecuario del 2006. “Sin embargo, esa inmensa extensión de superficie agrícola no se reparte equitativamente”, advierte el libro Género y propiedad rural. La inequidad de género entre los y las propietarias de la tierra nunca fue un tema de Estado. “Las políticas agropecuarias en Argentina son expresadas de manera neutral a las desigualdades de género lo que en la práctica acrecienta las brechas, ya que medidas neutrales sobre escenarios desiguales refuerzan las asimetrías”, señala Ferro.
“La mayor concentración de la tierra se da en manos masculinas. Y, como podemos ver ahora por el caso Echevehere, no sólo las mujeres de menores ingresos pierden sus derechos”, destaca María del Carmen Quiroga. Ella es pionera y alma mater de la tarea de la jerarquización de las mujeres rurales en la Argentina. Trabajó casi durante cuarenta años en el Ministerio de Agricultura y se retiró como Responsable de Género de la cartera.
En su escucha inagotable en el campo la injusticia de las hermanas desheredadas aparecía una y otra vez entre las desterradas. Las mujeres les preguntaban: “¿Entonces yo podría haber heredado igual que mis hermanos?”. Quiroga cuenta que las desposeídas por los hermanos con los que compartieron, los juegos, la mesa, las enfermedades y las alegrías es uno de los mayores problemas de la desigualdad en el acceso a la tierra: “Con los ojos muy abiertos ellas preguntaban, no daban crédito a lo que le informábamos. Cuando perdían a sus padres, las mujeres campesinas, sin cuestionar, partían a la ciudad para realizar, en general, trabajo doméstico. O se casaban y seguían viviendo en el campo en tierras de otro hombre”.
La ex funcionaria del Ministerio de Agricultura resalta: “Por eso, muchas mujeres se están viendo reflejadas en este conflicto familiar. Una vez más, lo personal y familiar es político”. Clara Malcolm, ex trabajadora del Ministerio de Agricultura y especialista en mujeres rurales, explica: “El acceso de las mujeres rurales a la propiedad de la tierra es desigual por los estereotipos de género que se ponen en juego en la estructura social agraria. Los argumentos son que las mujeres no están preparadas para hacerse cargo de un campo o no saben de producción o de cuidados de animales”.
“El caso de Dolores Etchevehere refleja los mecanismos que mandan a las mujeres en segundo lugar –destaca Malcolm-. En las herencias las mujeres y varones heredan en partes lugares, pero después se ponen en juego mecanismos tramposos en donde supuestamente las mujeres venden su parte a sus hermanos varones o les ceden el control de la propiedad y cuando se analizan los catastros se ve que ellas no son titulares de la propiedad”.
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