A propósito de la nueva ley de economía del conocimiento

La norma marca un rumbo y eso es bueno, aunque debe decirse que no completa el conjunto de reformas sustanciales necesarias para la reconversión

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"El capital intelectual se ha convertido en el motor más significativo de la creación de valor en todo el mundo", asegura el autor
"El capital intelectual se ha convertido en el motor más significativo de la creación de valor en todo el mundo", asegura el autor

El gobierno argentino ha promulgado la denominada ley de economía del conocimiento. Se trata de una norma que crea un régimen de incentivos fiscales para empresas que se dedican a lo que está generando la más reciente revolución económica global: la producción basada en saber.

El llamado capital intelectual (el saber organizado como principal fuerza productiva) se ha convertido en el motor más significativo de la creación de valor en todo el mundo. Y esta norma genera incentivos para la inversión en estos nuevos intangibles que van desde el software y la organización de datos hasta la ingeniería y el management, pasando por el desarrollo de propiedad intelectual, la aplicación de nuevo know-how e incluyendo a la nueva “industria de la verdad” que genera blockchain.

La norma marca un rumbo y eso es bueno, aunque debe decirse que no completa el conjunto de reformas sustanciales necesarias para la reconversión. Es un buen primer paso, que requiere muchos otros más profundos.

Roles que superan jerarquías, normas privadas que son más importantes que las públicas, contratos relacionales que se imponen a contratos legales, fronteras estatales que no contienen, emergencia de lo público, pero no estatal; todo construye el mundo nuevo

El siglo XXI nos sorprende desde su inicio con disrupciones sucesivas (y predijo Ray Kurzweil que ellas serian cada vez más continuas) y esta es la más profunda. Y para quienes nos desempeñamos en la universidad detrás de la adaptación del saber emerge un desafio: las nuevas profesiones.

Hace algunos años el recientemente fallecido gran profesor Roger Kaufman expresó que solo en la ciencia la realidad está dividida en áreas y disciplinas. Y en los últimos tiempos la tecnologización creciente ha puesto en crisis a los paquetes del saber profesionales. Médicos trabajando en componentes nutricionales en empresas alimenticias, psicólogos actuando con ingenieros en el diseño interior de un automóvil, docentes devenidos internacionalistas tecnológicos porque lo más globalizado es el saber, líderes de equipos que coordinan homeworking, actores y músicos montando shows desde sus casas. Todo nos lleva a suponer que una parte de esta disrupción está en el jaque a las profesiones, incumbencias, saberes y continentes del conocimiento tradicionales. Esta economía del conocimiento, por ende, no aborda dolo a empresas sino especialmente a las personas. Los oficios, profesiones y perfiles laborales no pueden ser ya cerrados. Algo así como un renacentismo del siglo XXI. Se trabaja ya en más amplios campos el saber (formados por múltiples insumos) mejor que en disciplinas tradicionales del conocimiento.

La sesión del Senado en la que se aprobó el régimen de promoción de la economía del conocimiento, a comienzos de octubre (Charly Díaz Azcue / Comunicación Senado) 
La sesión del Senado en la que se aprobó el régimen de promoción de la economía del conocimiento, a comienzos de octubre (Charly Díaz Azcue / Comunicación Senado) 

Los que producen con éxito se basan en insumos intangibles. Es el fin de las ventajas competitivas, dice Rita Gunther Mc Grath (que postula la adaptabilidad como principal virtud). Por eso George Gilder entiende que la auténtica pobreza no es tanto un estado de los ingresos sino un estado de la mente.

Las personas trabajando deben adaptarse a este nuevo contexto. Roles que superan jerarquías, normas privadas que son más importantes que las públicas, contratos relacionales (confianza) que se imponen a contratos legales (formales), fronteras estatales que no contienen, emergencia de lo público, pero no estatal (más espontaneo y flexible); todo construye el mundo nuevo. Este que nos expone a convivir con robots, inventar, administrar sorpresas, vivir en volatilidad y desarrollar capital organizacional.

Hace poco alguien se permitió suponer que si una persona muerta en la edad moderna resucitara hoy no reconocería nada de lo que vería, a excepción de una universidad. Los diplomas universitarios llevan aun palabras viejísimas que refieren a labores de antigua definición (San Lucas, un evangelista de Cristo, era médico hace 2000 años; y se atribuye al egipcio Imhotep, hace 3700 años, la condición de primer ingeniero de la historia) y muchos oficios formales hoy suponen habilidades desactualizadas. Dicho sea de paso, la etimología de la palabra trabajo refiere a tortura –"tripalium" un antiguo instrumento de castigo compuesto por tres palos–, pero ahora (y obedeciendo a la etimología, que usualmente nos pasa factura) aquel trabajo pesado (Taylor, Fayol, Ford) se cambia por la participación en procesos de creación organizada de moderna riqueza.

La instrucción, hoy, más que informativa o aun formativa, debe ser performativa (para la acción)

Pero nos ha llegado la hora. La instrucción, hoy, más que informativa o aun formativa, debe ser performativa (para la acción). Y habrá entonces que reformular mecanismos generadores de capital humano desde la escuela, pasando por la universidad y continuando con la propia empresa.

El nuevo trabajo está requiriendo 5 tipos de habilidades centrales: las básicas (lenguaje, aritmética, lógica); las técnicas (las propias de cada profesión pero sumadas también a las interdisciplinarias); las instrumentales (computacionales, gestión de la información, manejo de tecnologías); las personales (empatía, optimismo, iniciativa, persistencia, capacidad de resolver problemas, de entender y dar sentido, pensamiento adaptativo y pensamiento crítico, gestión de la carga cognitiva, administración de emociones) y las sociales (interculturalismo, capacidad de trabajo en equipo, capacidad de organizar y hacer funcionar, adaptabilidad, liderazgo, basamento en roles más que en jerarquías).

Así, el desafío de la nueva formación de profesionales es de todos, y exigirá crear la capacidad de resolver problemas emergentes propios de los inciertos tiempos nuevos. Ya escribió Douglas W. Hubbart que la información no es más que la cantidad de reducción de incertidumbre que contiene una indicación.

El autor es director de la maestría en Desarrollo estratégico Tecnológico en el ITBA

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